En una sociedad donde los oficios tradicionales parecen perder terreno, la albañilería sigue siendo una de las profesiones más duras y, al mismo tiempo, más gratificantes. Eduardo Roldán, con tres décadas dedicadas al sector, representa a toda una generación que aprendió el oficio con esfuerzo, sudor y orgullo.
Su testimonio no solo refleja la pasión por su trabajo, sino también la crisis que atraviesa una actividad esencial para el desarrollo de cualquier país. «La albañilería es muy dura pero cuando acabas y ves tu trabajo es muy gratificante», aseguró el trabajador.
Un oficio que se aprende con las manos, no con los manuales
Desde muy joven, Eduardo Roldán supo que la albañilería sería parte de su vida. Lo que comenzó ayudando a su padre los fines de semana terminó convirtiéndose en una empresa familiar que sobrevivió a crisis económicas, cambios tecnológicos y a una transformación social que ha dejado a la construcción sin relevo generacional. “La albañilería es muy dura, pero cuando acabas y ves tu trabajo, es muy gratificante”, resume Roldán con sencillez.
Su historia retrata una época en la que aprender el oficio implicaba observar, equivocarse y volver a empezar. “Antes te dejaban con una obra entera y tú la hacías de principio a fin”, explica. Hoy, en cambio, son pocos los jóvenes que eligen esta profesión, y quienes lo hacen suelen abandonar ante la dureza del día a día. La albañilería exige esfuerzo físico, responsabilidad y constancia, cualidades que no siempre encuentran reconocimiento en una sociedad que premia la inmediatez.
Albañilería: El desafío de mantener vivo un oficio esencial

La falta de mano de obra cualificada es uno de los grandes problemas actuales. “Ya no hay oficiales como antes —lamenta Eduardo—. La gente que hay quiere ganar más de lo que gana uno, sin saber hacer el trabajo”. La frase refleja una tensión estructural: la albañilería demanda años de experiencia, pero los salarios y las condiciones laborales no siempre acompañan ese aprendizaje.
A pesar de todo, quienes continúan en el sector lo hacen movidos por el amor al oficio. Roldán, por ejemplo, ha pasado de dirigir cuadrillas enteras a trabajar con un equipo mínimo. Lo que antes se realizaba entre veinte obreros, hoy se enfrenta con tres o cuatro. La crisis del 2008 marcó un punto de inflexión: muchas pequeñas empresas cerraron y los que quedaron debieron reinventarse.
Otro de los grandes debates del sector es la profesionalización. Para Roldán, cobrar los presupuestos debería ser una práctica común: “Hacer un presupuesto lleva tiempo, mediciones, cálculos… No puede ser gratis”. En la albañilería, la experiencia y el tiempo invertido son capital, aunque a menudo se subestimen.
El futuro del oficio preocupa. Los jóvenes prefieren empleos menos exigentes físicamente y con horarios más predecibles. Sin embargo, la sociedad sigue necesitando a los albañiles: sin ellos no habría viviendas, reformas ni infraestructuras. La albañilería, más que un trabajo, es una forma de sostener la vida cotidiana.