Durante décadas, la policía española ha sido presentada como una institución sólida, garante de la seguridad ciudadana y símbolo de profesionalismo. Sin embargo, las recientes declaraciones de un expolicía nacional traen a la luz un panorama que, según él, se aleja de la imagen oficial.
De acuerdo con sus palabras, detrás de la fachada de eficacia operativa existirían irregularidades institucionales que afectan tanto la imagen de la policía como la confianza de la sociedad. Habla con la franqueza de quien ha vivido desde dentro las luces y sombras de un sistema donde las estadísticas, las presiones jerárquicas y los intereses políticos parecen entrelazarse.
Operaciones de “pandereta” y la presión de las cifras
El expolicía asegura que buena parte de las operaciones antiterroristas que se presentan como grandes logros responden, en realidad, a una lógica estadística. Afirma que muchas detenciones se realizan para “sumar un número más”, más que para prevenir una amenaza real. Según su relato, se ha llegado a catalogar como terroristas a individuos sin armas, explosivos ni recursos económicos que demuestren una actividad delictiva concreta.
Estas prácticas —denuncia— no solo distorsionan el trabajo de la policía, sino que desvían recursos de la verdadera investigación criminal. La búsqueda de resultados inmediatos, alimentada por los discursos políticos, habría convertido la lucha contra el terrorismo en un escenario de “operaciones de escaparate”. En ese contexto, la policía se ve empujada a cumplir objetivos cuantitativos antes que éticos, lo que pone en riesgo la esencia misma del servicio público.
Policía Nacional: Entre la obediencia y la conciencia profesional

El testimonio también plantea un dilema ético profundo: la obediencia debida frente a la conciencia individual. El expolicía asegura que muchos agentes cumplen órdenes sabiendo que estas pueden contradecir la ley o los valores fundamentales del cuerpo. “Cumplir órdenes no siempre significa actuar conforme a la legalidad”, sostiene, en referencia a casos de abuso de poder y filtraciones internas.
Además, relata cómo algunos superiores habrían utilizado recursos públicos —vehículos camuflados, fondos o privilegios— para fines personales, sin sanción aparente. A su juicio, esta cultura jerárquica y de silencio debilita la credibilidad de la institución y afecta directamente la relación entre la policía y el ciudadano.
Pese a sus críticas, el exagente no niega la existencia de profesionales comprometidos dentro del cuerpo. Afirma que un porcentaje importante de la policía continúa trabajando con vocación y honestidad, aunque lo hace en un entorno cada vez más presionado por decisiones políticas y administrativas.