Durante años, nos hicieron creer que el colesterol era una especie de villano escondido en la sangre.
El causante de infartos, el que “tapona” las arterias, el que hay que bajar a toda costa.
Y así, millones de personas empezaron a vivir con miedo a un número en un análisis.
Pero la historia real —la que la biología cuenta con calma y sin titulares alarmistas— es muy distinta.
El colesterol no te quiere matar.
De hecho, sin él no podrías ni pensar, ni sentir, ni vivir.
Está en el corazón de casi todo lo que eres

Imagina que tu cuerpo es una ciudad.
Este sería el material de construcción: las paredes, las carreteras, el asfalto que permite que todo fluya.
El 25% de la grasa del cerebro es colesterol.
Sin él, las neuronas no podrían comunicarse, y los pensamientos se quedarían atascados, como coches en un atasco eterno.
Además, el colesterol fabrica hormonas. Las que te dan energía, deseo, estabilidad emocional.
Cuando bajan demasiado, el cuerpo lo nota: fatiga, apatía, tristeza, dificultad para concentrarse.
Esa sensación de estar “desinflado” no siempre es por estrés… a veces es porque te falta esa grasa que tanto has intentado evitar.
También el sistema inmune depende de él. Las defensas, las moléculas que te protegen, se construyen con colesterol.
Y lo más curioso: cuando los niveles bajan demasiado, aumenta el riesgo de depresión.
Por eso, a veces, lo que llamamos “bajón emocional” es también un bajón biológico.
Cuando sube, no te está atacando: te está defendiendo

Tu cuerpo no hace nada porque sí.
Cuando sube, está respondiendo a algo: inflamación, estrés, mala alimentación, falta de sueño, una vida demasiado acelerada.
Es su forma de decirte “oye, tengo que reparar algo”.
Piensa en él como una tirita natural.
Cuando hay pequeñas heridas en las arterias o un exceso de estrés, el cuerpo fabrica más colesterol para reparar, proteger, sellar.
Lo hace para sobrevivir, no para dañarte.
Por eso, en lugar de obsesionarnos con bajarlo, tal vez deberíamos preguntarnos por qué subió.
Los análisis no cuentan toda la historia

Durante décadas, nos han medido el colesterol como si fuera una ecuación sencilla:
colesterol total, HDL, LDL, triglicéridos…
Pero eso solo cuenta una parte.
Es como mirar una foto en blanco y negro cuando el cuerpo se comunica en color.
Hoy sabemos que lo importante no es cuánto colesterol hay, sino qué tipo.
Marcadores como ApoA1 o ApoB muestran si el colesterol es del tipo protector o del que se oxida y daña.
Y la famosa Lipoproteína(a) (LPA), que es genética, explica por qué solo un 20% de las personas tiene problemas reales con las grasas saturadas.
El otro 80% no necesita vivir con miedo a los huevos, a la mantequilla o a la carne de pasto.
Para la mayoría, el colesterol alto no es peligroso: es una respuesta del cuerpo que intenta ayudarte.
El error de atacar al mensajero

Las estatinas, esos fármacos tan comunes para bajar el colesterol, han sido el estándar durante décadas.
Sí, bajan los números, pero ¿a qué precio?
Reducen la energía celular, afectan los músculos, el hígado, y hasta el ánimo.
Y lo peor: silencian al mensajero sin mirar el mensaje.
Bajar el colesterol sin entender por qué está alto es como bajar el volumen de una alarma sin apagar el fuego.
El cuerpo está intentando protegerse, no sabotearse.
Cuidar el colesterol no es bajarlo: es escucharlo
La buena noticia es que el cuerpo siempre da segundas oportunidades.
Si lo cuidas, responde rápido.
Empieza por lo simple:
Come comida de verdad. Grasas buenas, no miedo.
Menos azúcar, menos ultraprocesados, más movimiento.
Muévete como si tu cuerpo fuera lo que es: un organismo hecho para caminar, subir, agacharse, respirar hondo.
Los huevos, por ejemplo, son uno de los alimentos más completos que existen.
Hasta cuatro al día pueden ser saludables para la mayoría.
Y sí, también importa cómo cocinas. Las sartenes de teflón liberan partículas que pueden dañar los receptores celulares que reparan tus arterias. Usa acero o hierro. Cuida los detalles, porque los detalles también cuidan de ti.
El colesterol no es el villano de esta historia.
Es la carta que el cuerpo te envía cuando algo no va bien.
Y si solo rompes la carta sin leerla, jamás sabrás lo que intentaba decirte.
Así que la próxima vez que veas ese número en tu analítica, no pienses en miedo.
Piensa en comunicación.
Tu cuerpo no te está traicionando: te está hablando.
Y tal vez, solo tal vez, ha llegado el momento de escuchar.









