Palestina y la OTAN

El Presidente palestino, Mahmud Abás, reveló recientemente que Donald Trump le propuso una confederación entre Palestina y Jordania a través de su “yernísimo” Jared Kushner, casado con su hija Ivanka. Kushner, al que el Fiscal Especial sobre las interferencias electorales rusas, Robert Mueller, puede dar algún disgusto, fue designado por su suegro para brindar la paz entre Israel y Palestina. Esta propuesta se pliega a la voluntad israelí de impedir que los palestinos tengan un Estado independiente.

Además, los jordanos son instrumentalizados, una vez más. Desde casi siempre, Jordania acoge a refugiados palestinos (unos dos millones actualmente) e, incluso, tuvo que soportar la presencia de terroristas palestinos en tiempos de Yaser Arafat hasta que, tras un enfrentamiento armado con el ejército jordano, Arafat y los suyos acabaron “exiliados” en Túnez.

Pretende ahora Trump emplear a los jordanos para que los palestinos no tengan un Estado “pleno” siendo solo parte de un Estado confederado con lo que Jordania también sería, en principio, “degradada”. Un andamiaje que podría provocar, asimismo, problemas entre jordanos y palestinos, para mayor deleite israelí. Reducir las contribuciones norteamericanas a los refugiados es una consecuente presión estadounidense.

Abás, un avezado y veterano político, respondió proponiendo una confederación a tres, añadiendo a Israel, algo, evidentemente, inaceptable para dicho país. Otra interesante propuesta suya es la de un Estado palestino desmilitarizado que, lógicamente, no podría amenazar a Israel, recurriendo a la OTAN para garantizar sus fronteras. Una idea que lleva rondando tiempo por ciertas cancillerías y en los pasillos de la sede aliada en Bruselas.

Los palestinos quieren a la OTAN porque no confían en la ONU a la hora de impedir un hipotético ataque israelí. Sería, asimismo, una forma de conseguir una presencia militar estadounidense como fuerza de separación entre Israel y Palestina. Todo ello con mandato de NNUU. Ello garantizaría la existencia de un Estado palestino reconocido por Israel, anularía la vieja amenaza extremista de echar a los israelíes “al mar” y sería una buena base para aportar paz y sensatez en el Oriente Medio.

No deja de ser interesante que quienes aspiren a esta actuación aliada no sean los “malvados” occidentales sino los dirigentes palestinos. Paradójico, pensarán unos, pero es un dato para reflexionar.

Con una visión cortoplacista, Israel considera que, actualmente, domina política y militarmente a los palestinos y que atentados, ataques transfronterizos, intifadas y otras protestas son asumibles. En EEUU el voto judío y su influencia económica son suficientemente fuertes como para que a Washington le resulte siempre imposible meter en cintura a Israel.

El reconocimiento por Trump de Jerusalén como capital israelí no ha ablandado al gobierno de Benjamin Netanyahu y mientras Israel no apueste por unos palestinos ciudadanos de un Estado que satisfaga sus aspiraciones políticas, económicas y sociales, seguirán las cosas como están: unos controlando y los otros a la espera del derrumbe de Israel.

Mientras, en Washington un alto cargo de Trump insinúa anónimamente que es errático y que no está bien de la cabeza. Algo tendrán que hacer. En España hablan de cambios de horarios verano-invernales y de husos. Para homologarnos verdaderamente con Europa, habría, en realidad, que almorzar antes y más rápidamente para acabar la jornada laboral entre cinco y seis de la tarde, cenando y acostándonos más pronto.

En cuanto a cambiar el huso horario para tener la hora de Londres, que abandona la UE, parece un despropósito. Nuestro huso no debe ser ni el de Londres ni el de Berlín, como antagonizan algunos, sino el de Paris (compartido con Berlín) porque Francia es nuestro paso obligado al resto de Europa.

Carlos Miranda es Embajador de España