Editores para Bloomberg View
Por estos días es difícil despertar mucho interés en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Encerrada durante años en rondas de negociaciones que no llevan a ninguna parte, el organismo parece haber sobrevivido a su utilidad.
Otra gran reunión de ministros de comercio terminó en un punto muerto en Buenos Aires la semana pasada. Podríamos preguntarnos entonces: ¿para qué molestarse?
La respuesta es que el comercio liberal, sólo superado por el capitalismo, es el motor más poderoso de la prosperidad económica que el mundo haya visto jamás, y los gobiernos podrían usar la OMC para mejorar los niveles de vida en todo el mundo.
Liderada por los Estados Unidos, eso es lo que hicieron en las décadas posteriores a 1945. Sin embargo, sin un compromiso internacional con el libre comercio, la institución está condenada a la irrelevancia.
Una vez que el GATT y la OMC lograron reducir los aranceles, la liberalización del comercio se volvió más complicada y políticamente más tensa
El principio básico de la OMC, y su predecesor, el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), es la reciprocidad. En términos simples, este enfoque tiene como objetivo hacer que el libre comercio sea políticamente viable. El país A estaría mejor si bajara sus aranceles de importación unilateralmente, según la teoría, pero ese cambio encuentra menos resistencia si el país B también reduce sus aranceles.
Esta fórmula fue enormemente exitosa en las primeras décadas del GATT, principalmente porque los Estados Unidos estaban ansiosos por liderar el mundo en esa dirección. En años más recientes, la convicción de que el libre comercio es bueno se ha debilitado.
Cada vez más, los gobiernos regresan al mercantilismo: la falacia de que un país obtiene ganancias del comercio sólo si sus exportaciones exceden sus importaciones. Además, una vez que el GATT y la OMC lograron reducir los aranceles, la liberalización del comercio se volvió más complicada y políticamente más tensa, más relacionada con obstáculos normativos que impuestos en la frontera.
Donde más importa, el apoyo político para el comercio liberal ha caído a su punto más bajo en años. Los Estados Unidos todavía lidera, pero ahora en la dirección equivocada. El presidente Donald Trump adopta el mercantilismo en su forma más pura y tonta: «exporta bien, importa mal».
El Representante de Comercio de los Estados Unidos, Robert Lighthizer, comenzó la reunión de Buenos Aires cuestionando el papel de la OMC. Los Estados Unidos bloqueó una declaración que afirmaba el valor del comercio en desarrollo y está retrasando el nombramiento de jueces en los tribunales de resolución de disputas del organismo.
Mientras tanto, los gobiernos en el resto del mundo presionan con acuerdos bilaterales y regionales, a diferencia de los acuerdos globales que la OMC podría avanzar. Dependiendo de los detalles, los pactos regionales como la Asociación Trans-Pacífico pueden ser enormemente valiosos, pero no son el estándar de oro del comercio liberal multilateral.
No culpemos a la OMC por su parálisis. Todavía podría ser un instrumento poderoso para los gobiernos que creen en la competencia internacional. Sin esa convicción, y sin el compromiso y el liderazgo de los Estados Unidos seguramente fallará.