La España profunda

Mucho se ha escrito sobre la mal llamada «España profunda», casi siempre para demonizarla. Se la supone una porción indisoluble de este país, la parte más cateta, ancestral y rural de nuestra sociedad. Aquella que de cuando en cuando se lía a garrotazos como intentó reflejar Goya, o a tiros como en Puerto Hurraco. Los partidos políticos la desprecian, pero ansían sus votos, que consideran indispensables. Ninguna tendencia ideológica se encuentra a gusto en la España profunda. La izquierda considera que es excesivamente conservadora y la derecha mira por encima del hombro a sus gentes. Nada que ver con el voto urbano, supuestamente más culto y cercano a la realidad de la nación y Europa. Y por supuesto, manipulable ideológicamente y propensa al cambio, al contrario que la supuesta mentalidad aldeana, donde los cambios de tendencia son muy difíciles.  Si un alcalde lo hace bien, seguirá siéndolo ad eternun, hasta que se muera o se retire.

Pero es que los partidos olvidan, encerrados en sus atalayas de marfil que la España profunda, no es solo la España rural. Y por eso suelen confundir una con otra. En realidad en la urbe también existe la España profunda, incluso diría que es la gran mayoría de sus habitantes.

Es la España que se levanta temprano todos los días para trabajar, llevar a los niños al colegio, o hacer la compra diaria. Es la España que paga la hipoteca a duras penas, que va al futbol los domingos o se entretiene viendo la telenovela o el programa de cotilleo de turno. Es la España que quiere vivir en paz, sin sobresaltos. Que cuida de sus ancianos y a su vez estos de sus nietos. Que acepta la inmigración siempre y cuando sea ordenada. Que desea y exige una sanidad y una educación sin estridencias, justa y de calidad, que para eso paga. Que pretende salir a pasear por la calle sin miedo a delincuentes para los que quiere penas duras, pero a los que está dispuesta a conceder una segunda oportunidad. No es muy ilustrada, posiblemente. A lo peor, ni siquiera ha leído un libro más allá del colegio. Pero es práctica y entiende de la vida. Analiza los problemas del país con sentido de estado, y no siente reparos en pronunciar la palabra España. Que llama a las cosas por su nombre, al pan, pan y al vino, vino; aunque lo moderno sea decir miembros y «miembras». Son de izquierdas y derechas, pero coinciden en el bar del barrio o del pueblo, se toman unas cañas y entre todos terminan arreglando el país, o la selección de futbol, que para el caso es lo mismo.

Esta es la España real, no la  de las actividades culturales, las exposiciones de arte moderno, las comisiones parlamentarias o los sesudos debates sobre política económica.

Y esa España profunda que idolatra a Belen Esteban o a Cristiano Ronaldo, deseaba la prisión permanente revisable. Porque para ella, el que la hace, la paga. Así de sencillo. Así de práctico.

No solo  de las elites, supuestamente ilustradas vive el hombre.