Putin resucita el fantasma del fracking en Europa

La Unión Europea busca soluciones a la terrible crisis energética desatada y se están resucitando debates que parecían totalmente enterrados. El del fracking se une al de la construcción del gasoducto Midcat (o STEP como se denominó su ampliación) o al de potenciar la energía nuclear. Conseguir la independencia de la energía rusa se antoja muy complicado y no se hará solo bajando la calefacción como aconsejaron la semana pasada, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell y el vicepresidente de la CE, Frans Timmerman, desde Bruselas.

Se trata de hacer sacrificios económicos e ideológicos. Las cosas no son gratis, todo tiene un precio y el más alto lo asumen, de momento, los ciudadanos ucranianos, lo demás se queda pequeño.

Estados Unidos es una muestra de cómo el aumento del fracking cambió el panorama energético global. La fractura hidráulica en el país más poderoso del mundo representa desde hace pocos años más de la mitad de toda la producción petrolera estadounidense, de acuerdo con la Administración de Información de Energía. Todo un logro considerando que esta técnica representaba menos del 2% de la producción petrolera de Estados Unidos en el año 2000.

El fracking ha supuesto una revolución en el panorama energético en las últimas décadas

El fracking es una técnica para extraer gas natural u otros hidrocarburos (por ejemplo petróleo) de yacimientos no convencionales que se localizan en determinadas formaciones rocosas sedimentarias de carácter impermeable. Para ello es necesario fracturar la roca inyectando una mezcla de agua y arena (que supone el 98% de la composición) y compuestos químicos (2%) a una elevada presión para extraer el gas y, una vez liberado, retorna a la superficie donde se separa del fluido mezcla.

Esta técnica, que ha supuesto una revolución en el panorama energético en las últimas décadas, tiene muchos detractores en el mundo debido a que presenta ciertos inconvenientes especialmente medioambientales que, según unos especialistas son inasumibles y, según otros, se pueden afrontar como ocurre con otras formas de producción o generación de energía.

En España hubo un auge de interés por el fracking a comienzos y mediados de la década pasada, con el apoyo del Gobierno del PP, pero disminuyó considerablemente, en parte por las restricciones normativas, pero a su vez también por la limitada presencia de recursos energéticos en el subsuelo nacional, la contestación social, el amplio debate y el desplome del precio del crudo y del gas. Las medidas de lucha contra el cambio climático, con la apuesta total por las energías renovables y el rechazo social por los posibles riesgos medioambientales asociados, fueron la tumba del fracking en España.

MILLONES DE EUROS ENTERRADOS

El problema de España radica especialmente en que no se conoce lo que hay bajo la superficie y realmente no hay voluntad política de saberlo. No se han dedicado recursos en este aspecto y desde la década de los 60 del siglo pasado apenas se ha explorado. La desidia de los diferentes gobiernos nacionales durante décadas ha convertido a España en el país europeo con el menor ratio de sondeos.

Sin embargo, entre lo poco que se conoce, se encuentra un informe de comienzos de la década pasada, encargado por la Asociación Española de Compañías de Investigación, Exploración y Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (ACIEP), en el que se afirma que el subsuelo de España, especialmente el de la cuenca vasco cantábrica, albergaba unas reservas de gas equivalentes a varios años de todo el consumo nacional de aquel momento.

En octubre de 2011, el socialista Patxi López, entonces lehendakari, avanzó esa información en un viaje a Estados Unidos. En el estado de Texas y, al pie de un pozo de shale gas, declaró que el País Vasco tenía reservas de gas para autoabastecerse durante 60 años. «Estamos ante un proyecto estratégico para el país, una garantía de sostenibilidad futura», resumió el lehendakari, que anunció que en 2012 comenzarían a perforarse los dos primeros pozos. Pero ese proyecto se quedó en nada.

Cuantificando los datos, se explicaba que a cientos de metros bajo tierra había unos 700.000 millones de euros en gas. Eso al precio del gas del año 2013 muy inferior al actual, por tanto, ahora ese precio se multiplicaría por mucho, con el gas rondando algunos días los 200 euros el MWh.

Precisamente fue el impulso al fracking especialmente en Estados Unidos, y en otros países, lo que hizo que se pusiera más gas en el mercado que el que se demandaba en aquel momento y que la cotización de esta commodity callera en picado entre 2008 y 2013.

¿Son ciertas las conclusiones de ese informe? ¿Podría España producir gas durante varios años sin depender de terceros países? ¿Podría exportar parte de ese gas a la UE? Son preguntas que debería responder la vicepresidenta tercera del Gobierno, Teresa Ribera. La situación actual, con miles de ucranianos muriendo en una guerra sin sentido, millones abandonando su país y con la UE pagando el gas ruso a precio de oro, las soluciones menos malas ganan posiciones y el fracking podría ser una de ellas.

OTRAS SOLUCIONES

La ministra para la Transición Ecológica afirmó esta semana que si Europa quiere recuperar el proyecto Midcat el Gobierno de España no está dispuesto a asumir el coste. «La pregunta es quién paga una interconexión para garantizar la seguridad de suministro del centro y del norte de Europa. Nuestra reivindicación es que no sea el contribuyente ni el consumidor de gas español», puntualizó Ribera en el Congreso.

Algunos analistas interpretan que el Gobierno se abre a la posibilidad de desarrollar el proyecto, abandonado en su día por las presiones ecologistas a ambos lados de los Pirineos y por el conformismo de Europa con la cada vez mayor dependencia del gas ruso.

Ribera sabe que ese gasoducto habría cambiado el panorama geoenergético actual y que ahora le vendría de perlas a Europa tenerlo a pleno funcionamiento. Los que hace años lo desecharon porque les parecía difícil de rentabilizar, se tienen que tragar sus palabras, porque en estos momentos ese gasoducto sería una de las claves para asfixiar a Rusia y generaría mucho dinero.

EEUU quiere que se construya, y en su fuero interno posiblemente Teresa Ribera y Pedro Sánchez también, pero quieren que se lo financie la UE y así poder seguir vanagloriándose de no poner ni un solo euro para el gas.

Europa está gastando miles de millones de euros en ayudar a Ucrania. Invertir unos cientos de millones en una infraestructura tan importante es ‘pecata minuta’, pero la UE tendrá que contrarrestar con argumentos de peso, que tiene de sobra, la avalancha de quejas de las organizaciones ecologistas que consiguieron tumbar el proyecto en la década pasada.

Unas organizaciones que no se han hecho oír estas últimas semanas denunciando el impacto de la guerra en el medio ambiente. ¿Cuánto CO2 libera a la atmósfera un misil ruso? ¿Qué impacto sobre el medio ambiente tiene la destrucción de una ciudad? ¿Y el impacto humanitario? Sin duda el más importante y el de mayor peso a la hora de afrontar soluciones y medidas incómodas pero posiblemente necesarias para la seguridad y el futuro de este mundo.

María Castañeda
María Castañeda
Redactora de MERCA2 de empresas y economía; especializada en energía, sostenibilidad y turismo.