Hablar de Los Serrano es evocar un pedazo de la historia sentimental y televisiva de España. Durante años, sus personajes se colaron en nuestros salones como si fueran de la familia, convirtiendo la taberna de los hermanos Serrano en una extensión de nuestro propio barrio. Aquella serie fue un fenómeno que reunía a familias enteras frente al televisor cada semana, una cita ineludible que nos hizo creer que, en el fondo, uno más uno podían ser siete. Pero, ¿qué ocurre cuando un viaje tan querido acaba con un volantazo que deja a todo el país perplejo y con una sensación de engaño?
Esa herida colectiva, lejos de cicatrizar, sigue abierta para muchos, incluido uno de sus protagonistas más queridos. La historia de la familia Serrano tuvo un cierre que pasó de la sorpresa a la indignación en cuestión de segundos, porque su polémico final se convirtió en una especie de trauma nacional que todavía hoy genera debate y divide a los espectadores. Detrás de las cámaras, la sensación no fue muy distinta. Sigue leyendo y descubre por qué uno de los actores principales se sintió traicionado y cómo la sombra de aquel desenlace sigue persiguiendo a una de las ficciones más icónicas de nuestra televisión.
UN FENÓMENO QUE PARALIZABA ESPAÑA CADA MARTES
A principios de los 2000, la televisión española encontró un filón que lo cambiaría todo. La premisa era sencilla: un viudo con tres hijos se casaba con una divorciada con dos hijas, y todos se metían a vivir bajo el mismo techo. Así nacieron Los Serrano, una comedia que supo retratar con una mezcla única de ternura y costumbrismo las dinámicas de una familia que era un caos adorable. Desde Santa Justa, la serie se convirtió en la cita ineludible de los martes por la noche para millones de espectadores, logrando picos de audiencia que hoy parecen una quimera y paralizando el país a la espera de la siguiente peripecia.
El impacto de aquella ficción de Globomedia fue mucho más allá de la pantalla. Hizo que toda una generación cantara a pleno pulmón el «Uno más uno son siete» de Fran Perea, que adoptáramos expresiones como «mayormente» y que sintiéramos a Diego, Lucía, Fiti, Candela y toda la tropa como parte de nuestro círculo íntimo. Su éxito trascendió la pantalla, ya que el clan de Santa Justa influyó en la música, el lenguaje y la cultura popular de toda una generación de españoles. No era solo una serie; era un espejo en el que, de alguna manera, todos nos veíamos reflejados.
EL DÍA QUE TODO FUE UN SUEÑO: LA GRAN DECEPCIÓN NACIONAL
Y entonces, después de cinco años, ocho temporadas y 147 episodios de risas, llantos y enredos amorosos, llegó el final. La expectación era máxima. ¿Cómo cerrarían una historia que había marcado a tantos? La respuesta dejó a España en estado de shock. En la escena final, un Diego Serrano desesperado subía a un puente, pero en lugar de saltar, despertaba en su cama junto a Lucía, que había fallecido temporadas atrás. Así se desvelaba el pastel: todo lo que habíamos vivido durante años era en realidad un largo sueño que Diego tuvo la misma noche de su boda.
La reacción fue instantánea y casi unánime. Lo que pretendía ser un cierre poético y un regreso al origen se percibió como una tomadura de pelo monumental. Los foros de internet echaban humo y al día siguiente no se hablaba de otra cosa. La estupefacción inicial dio paso a una indignación colectiva que marcó un antes y un después en la ficción española, porque aquel desenlace de la serie se sintió como una traición a la fidelidad de una audiencia que había invertido sus emociones en vano. De repente, las bodas, las muertes y las historias de amor se habían esfumado como por arte de magia.
FRAN PEREA ROMPE SU SILENCIO: «FUE UNA FALTA DE RESPETO»
El descontento no fue solo cosa del público. Años después, con la distancia que da el tiempo, Fran Perea, el actor que daba vida a Marcos, uno de los personajes más queridos y eje de una de las tramas románticas principales, verbalizó lo que muchos sintieron. No se anduvo con rodeos al hablar de aquel final de Los Serrano, calificándolo de chapuza y reconociendo el enfado que le produjo. Para él, como para tantos otros, la resolución del sueño invalidaba por completo el arco emocional y el crecimiento de todos los personajes durante años.
Su crítica, una de las más contundentes del reparto, apuntaba directamente al núcleo del problema: el respeto por la historia y por los seguidores. Perea ha explicado en diversas entrevistas que, aunque entiende la dificultad de cerrar una serie tan larga, esa no era la manera. En su opinión, la decisión de los guionistas fue una solución fácil que no hizo justicia ni a los personajes ni a los espectadores que los habían acompañado fielmente. Sentía que se había tirado por la borda todo el trabajo y el cariño invertido, una visión que resume a la perfección el sentir de una gran parte de la audiencia.
¿POR QUÉ SE TOMÓ UNA DECISIÓN TAN ARRIESGADA?
Para entender el porqué de aquel final hay que ponerse en la piel de los creadores. Daniel Écija, productor y guionista, ha defendido en alguna ocasión la idea como un intento de hacer algo original y poético, un cierre que volviera al punto de partida para remarcar la idea principal: que formar esa familia era el gran sueño de Diego. Tras más de un centenar de episodios, el equipo de guionistas, agotado creativamente, buscaba un cierre de alto impacto que fuera recordado para siempre, y desde luego, lo consiguieron, aunque no de la manera que probablemente esperaban en un principio.
Ese giro de guion no nació solo de una voluntad artística, sino también de una necesidad práctica. Cerrar todas las tramas abiertas de una serie tan coral y con tantos personajes era una tarea titánica. Un final convencional corría el riesgo de ser predecible o de no satisfacer a todo el mundo. Ante ese dilema, se optó por una solución drástica que pretendía ser un homenaje a la idea original de la serie, pero que el público interpretó como un reseteo que borraba de un plumazo todo el camino recorrido. A veces, el riesgo más grande no sale como uno espera.
EL LEGADO AGRIDULCE: ¿NOS QUEDAMOS CON EL VIAJE O CON EL DESTINO?
Más de una década después, ¿qué queda de Los Serrano? La pregunta sigue en el aire. ¿Pudo un solo episodio manchar el recuerdo de ocho temporadas gloriosas? La respuesta es compleja. El cariño por los personajes sigue intacto, como demuestran las giras de conciertos de Fran Perea y Víctor Elías (Guille) que llenan salas con fans nostálgicos. La serie sigue siendo un referente de la comedia familiar en España, y sus reposiciones continúan funcionando porque, a pesar de todo, nos hicieron muy felices.
Quizás esa sea la clave de todo. El legado de Los Serrano es agridulce, sí, pero el poso que ha dejado es innegable. Nos enseñaron a reírnos de los dramas familiares, a emocionarnos con amores imposibles y a creer en las segundas oportunidades. Aquel final nos despertó del sueño de forma abrupta, pero nadie puede quitarnos las horas que pasamos en Santa Justa sintiéndonos uno más del clan. Quizá la verdadera magia reside en que, sueño o no, la serie consiguió que nos sintiéramos parte de su familia durante mucho, mucho tiempo, y ese recuerdo, por suerte, es imborrable.