Del amor y los pedos

Dando un paseo por mi antiguo barrio de Cuatro Caminos, me encuentro con una antigua amiga. Es una mujer de buen ver que frisa los cuarenta y con mucho mundo vivido. Sin embargo veo que un halo de tristeza embarga su mirada.

-¿Qué te ocurre? –pregunto mientras apuramos un cafetito con leche en un bar de la zona-. Ciertamente te veo triste.

Me mira con indolencia, como si no le apeteciese responder a mi pregunta.

-Es que estoy harta de los hombres –dice.

-¡Vaya! ¿Y eso?

-Me conoces desde hace tiempo. Sabes que soy una mujer independiente, con un buen trabajo,  y casa propia. Que no aguanto tonterías como cuando tenía quince años, ¡Vamos!

-Eso es bueno –afirmo yo-. Representas a la mujer moderna, liberada, dueña de sí misma. Que no necesita un hombre para vivir.

Sorbe un poco de café caliente. El frio invierno madrileño ruge fuera con toda su crudeza.

-Pero es que eso no es cierto. ¡Claro que necesito un hombre a mi lado! ¡Igual que los hombres necesitan a las mujeres! Necesito que me quiera, que me entienda, que me escuche, que me abrace… Pero es que les doy miedo. Están tan acostumbrados al rol masculino de ser el que busque las habichuelas para la familia, que las mujeres fuertes les asustan. Da igual que tengan un doctorado o sean los macarras del barrio. Resulta que voy a cumplir cuarenta y un años y me encuentro más sola que la una.

-Bueno, mujer –intento ayudar-. Seguro que no es tan malo. Posiblemente conocerás al hombre de tu vida cuando menos te lo esperes. Hace unos meses te vi paseando con un señor muy atractivo. Parecías feliz. ¿Qué fue de aquel hombre?

Vuelve a dar un trago del café. Levanta la mirada y contesta.

-Lo deje –responde con mirada vacua-. No quería comprometerse conmigo.

-¿Cómo te distes cuenta? Parecíais felices.

-Porque en cinco meses de relación, jamás se tiró un pedo delante mía.

No puedo dejar de poner cara de estupefacción.

-No entiendo…

-Un hombre no es tu verdadera pareja hasta que una noche, después de echar un polvo, se tira un pedo. Esa es la señal de que es tu pareja, que tiene la confianza suficiente como para hacer una de las actividades fisiológicas masculinas más comunes: ventosearse. Al principio, cuando la relación está formándose, jamás lo hacen, por vergüenza supongo. Pero si a los cinco meses de compartir cama continua sin hacerlo, es que no quiere nada serio contigo.

-Eso, o es que se trata de un tipo muy educado –intento suavizar.

-Entonces no interesa. Las personas, o se muestran como son y de vez en cuando, en la intimidad abandonan el barniz de la educación, o mal asunto. Los tipos tan estirados no merecen la pena.

Nos despedimos con un par de besos y continúo con mi paseo a pesar de la climatología. Por el camino pienso que a lo mejor tiene razón y el amor se sustenta en esos pequeños actos cotidianos, que sin disimulos, nos hacen humanos.

Nadie mea colonia. De eso estoy seguro.