Cuidar el intestino es mucho más que una moda: es aprender a escuchar el cuerpo desde dentro. Hablar con Marta León es descubrir que el cuerpo tiene su propio idioma. Esta ingeniera química, especialista en salud femenina y microbiota, lleva años traduciendo la ciencia a un lenguaje cotidiano, amable, de esos que te hacen asentir mientras piensas: “Claro, tiene todo el sentido del mundo”.
Autora de varios libros —entre ellos El equilibrio perfecto—, León participó recientemente en un pódcast donde habló de algo que todos deberíamos conocer mejor: cómo el cuidado del intestino influye en la energía, el ánimo y hasta en cómo envejecemos.
Un ecosistema invisible que nos da vida

“Somos un superorganismo”, dice con naturalidad. Y no exagera. Dentro de nosotros habita una multitud de microorganismos —ella los llama con cariño “microbichitos”— que permiten que todo funcione: que respiremos, digiramos, nos concentremos y estemos de buen humor.
“Nos acompañan microbichitos que hacen que todo funcione bien, que tenga foco, que me encuentre con energía y hasta que esté de buen humor”, comenta sonriendo.
Cuidarlos no es un capricho: es una necesidad. Marta insiste en que la salud no es solo ausencia de enfermedad, sino un bienestar real, profundo, que también incluye el equilibrio mental.
Cuando el intestino se desequilibra, el cuerpo lo nota

León explica que una microbiota alterada puede desordenar todo el sistema energético del cuerpo. “Ese cansancio que arrasamos aunque durmamos bien, el que sentimos nada más levantarnos… muchas veces tiene su raíz en el intestino”, señala.
El envejecimiento también guarda relación directa con el estado de este ecosistema. “La oxidación es la base del envejecimiento. Cuanto más oxidados estemos, más rápido envejecemos.”
Cuidar la salud intestinal, entonces, es cuidar la juventud celular. Una microbiota sana sabe seleccionar qué se queda y qué se va. Una desequilibrada, en cambio, se convierte en una fábrica de estrés oxidativo, acelerando el desgaste y restando vitalidad.
Cuando el intestino habla… más vale escucharlo
“El cuerpo avisa, pero hay que aprender a oírlo”, dice Marta.
Ir al baño con poca frecuencia, notar hinchazón abdominal al final del día, tener digestiones lentas o hambre constante no son simples molestias: son señales.
La llamada “barriga de embarazada” después de comer, por ejemplo, suele delatar un exceso de bacterias fermentadoras, productoras de gas. Y ese cansancio persistente que no se va ni durmiendo doce horas, añade, también puede tener su raíz en un intestino desequilibrado.
El intestino, ese segundo cerebro que todo lo siente

No en vano se le llama así: el segundo cerebro.
El intestino y el cerebro están unidos por el nervio vago, un puente biológico por el que se comunican emociones, señales químicas y hasta impulsos de hambre o ansiedad.
“Cuando baja la serotonina, el cuerpo busca compensar”, explica. “Por eso, cuando te deja el novio o tienes un mal día, lo primero que apetece es algo dulce. El cuerpo solo está intentando volver al equilibrio.”
Una microbiota sana, dice Marta, es una farmacia interna que produce serotonina y GABA, dos neurotransmisores que influyen directamente en el ánimo, el sueño y el apetito.
Microbiota y hormonas: el papel del estroboloma

En el caso de las mujeres, el intestino tiene una doble función. Además de digerir, gestiona parte del equilibrio hormonal.
Marta León lo explica con claridad: “El estroboloma —ese pequeño equipo de bacterias especializadas— recicla los estrógenos que el hígado ya ha desactivado y los devuelve al torrente sanguíneo. Es un sistema perfecto de reciclaje estrogénico.”
Durante la menopausia o la perimenopausia, cuando los ovarios fabrican menos hormonas, este proceso se vuelve crucial. Si el estroboloma no funciona bien, los sofocos se agravan, cuesta más controlar el peso y aparecen molestias articulares.
Pequeños gestos que cambian mucho
León es una firme defensora de lo sencillo. “Masticar bien parece una tontería, pero cambia toda la digestión”, asegura.
Tiene incluso un truco: “Suelta el cubierto entre bocados. Eso obliga al cerebro a tomarse su tiempo y a masticar más.”
También habla de la crononutrición, esa ciencia que dice que no solo importa lo que comemos, sino cuándo. Cenar muy tarde, recuerda, obliga al cuerpo a elegir entre digerir o regenerarse. “Mientras más tarde cenes, más engorda la cena”, dice con humor. Lo ideal, según ella, es cenar al caer la tarde y dejar al menos un par de horas antes de dormir.
Y para aliviar la hinchazón del día, recomienda una infusión “vientre plano” con tomillo, orégano, anís verde, clavo y jengibre. Además, dos suplementos básicos: vitamina D —especialmente en invierno— y omega 3 de pescados pequeños como sardinas o anchoas.
La microbiota: una aliada silenciosa
Marta León cierra con una frase que resume su filosofía de vida:
“La microbiota es nuestra gestora silenciosa. Cuidarla es cuidar cada parte de nosotras.”
Porque, al final, no se trata de complicarse, sino de reconectar.
El bienestar no empieza en una pastilla ni en una dieta milagrosa, sino en algo mucho más cotidiano: escuchar al cuerpo, entender sus ritmos y cuidarlo con respeto.
Ahí, en ese equilibrio invisible, es donde —como dice Marta— empieza la verdadera salud.








