En una isla desierta y otros confinamientos idílicos

La expansión del brote de coronavirus avanzó sin avisar, saltando fronteras y transportando infectados -muchos de ellos sin saber que lo estaban- por tierra, mar y aire, de forma que fue imposible delimitar la velocidad y el alcance del contagio. La irrupción de un virus tan virulento y la adopción de medidas preventivas de urgencia por parte del Gobiernos pilló a cada cual en un lugar. La obligación de confinarse tuvo un efecto tan inmediato que muchos no tuvieron tiempo de reaccionar.

La mayoría, en casa, ejercitando su rutina. Éstos se encerraron sin más. Otros, por avatares del destino, están pasando confinamientos más curiosos, llamativos…incluso idílicos. El encierro no está siendo igual para todos.

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CONFINAMIENTO AISLADOS EN LA MONTAÑA

A otros, no es que el coronavirus les haya pillado por sorpresa en la montaña, es que el campo es su hábitat natural, y llegado el aislamiento, se sienten felices de estar apartados, sí, pero en plena naturaleza. «Estoy feliz. En ningún sitio mejor que aquí”, así lo cuenta al diario asturiano La Nueva España, Mariano Hortal, el único habitante de Biamón, su pueblo natal, perdido en los montes de Ponga, al que regresó hace años desde Gijón, donde residía, tras jubilarse. “El virus no me coge, aquí no llega. Como no sea por carta…”, bromea. 

El vecino más próximo vive a más de un kilómetro. Y como “cada uno va a lo suyo”, ni se ven. Sale del pueblo lo justo. Lo hizo hace cada diez días para ir a la farmacia. Y no echa de menos “nada” de la ciudad. Tiene todo lo que más estima: silencio, tranquilidad, libertad…