La noche tan esperada en La Promesa está a punto de dar rienda suelta a pasiones, traiciones y revelaciones de una forma que cambiará radicalmente el destino de los personajes en cuyo entorno gira la serie. El capítulo 624 será, en tal sentido, el punto de inflexión de la historia desde el mismo instante que caigan las máscaras en la serie y que los rumores ocultos en la oscuridad resulten en actos imprevisibles. Manuel, Adriano y Ángela se están preparando para un reto de juicio en el que tendrán que aguantar el valor, mientras que en la oscuridad se cierran peligrosos pactos y silenciosas represalias.
MANUEL Y UN SUSURRO PARALIZANTE

La celebración de La Promesa avanza entre sonrisas impostadas y copas de champán, mas Manuel ya no percibe esa palabrería insensata de aquellos que le rodean. Su mente no deja de repetir las palabras de la desconocida, recorriendo las palabras, como si cada sílaba tuviera un código a descifrar. ¿Qué sabe de la familia? ¿Y por qué ha elegido este momento, este lugar para acercársele? Hay en su mirada una especie de provocación y complicidad que lo confunde todavía más que las palabras que ha pronunciado.
Mientras su padre, Alonso, le brinda con los invitados más influyentes, Manuel se pregunta si esta joven, esta mujer, puede estar metiendo la pata. ¿Por qué no podía tratarse de una trampa de sus rivales comerciales, de cualquier excusa para sonsacarle la verdad? Algo le dice su instinto que no. Hay algo apremiante en su voz, como si advirtiera de un peligro factor. Y súbitamente la vuelve a ver entre la multitud, hablando con alguien, un alguien con quien Manuel no puede llegar a hacerse con los rasgos.
La atracción de seguirla, de urgirle preguntas, lo destruye. Pero al instante de encaminarse, su tía Constanza se hace con su brazo con una dulzura simulada. «No es la oportunidad de extraviarse, querido», le soy susurrando con la sonrisa que no traspasa los ojos. Manuel entiende en este instante que está siguiendo la pista, que cada uno de sus pasos está calculado. Si quiere averiguar la verdad, deberá ser más astuto que nunca.
UN CONDE AL BORDE DEL ABISMO

En este capítulo de La Promesa, Adriano intenta concentrarse en las palabras del duque de Miralba, pero el zumbido en sus oídos lo ahoga. «¿Es que no oyes cuando se te habla?», arremete el anciano, y el tono de desprecio lo trae de nuevo a la realidad. Tartamudea una disculpa, pero ya no hay nada que hacer; está en el particular estado en el que está. Los convidados cruzan miradas, y él sabe que, al amanecer, todos darán cuenta de su «deplorable falta de modales».
Ricardo intenta ofrecerle un nuevo vaso de agua, pero Lisandro es más listo y no lo desaprovecha, «Quizás mi primo necesita un respiro,» dice, con un tono de falsa preocupación, y las risas reprimidas de los presentes hacen más daño que un grito. Adriano blande los puños, sintiendo cómo el terror se le mete en el cuerpo a la par que la ira. Por un instante, todo se le vuelve borroso, y tiene la convicción de que está a punto de deshacerse ante todos.
Y es en este preciso instante cuando se encuentra con Celia, la única persona en el salón que no mira con el tono irónico propio de los demás, sino que asume un gesto de sincera preocupación hacia él. Celia siempre lo ha entendido y se le acerca con sigilo, le pasa un papel que está doblegado y le dice en voz baja: «Esto lo lees cuando estés tú solo», y desaparece entre la multitud. Adriano guarda ese papel doblado como un tesoro, preguntándose si será su salvación o su condena.
ÁNGELA Y PETRA EN LA PROMESA

Ángela hace un esfuerzo por respirar tras su explosión en La Promesa, sintiendo cómo el sopor que entumecía el pasillo se apodera de él. Los hombres que la acosan se retiran, arrobados por su firmeza; pero ella lo sabe, esto no ha acabado. «No tienes ni idea de a quien te enfrentas», lanza uno de ellos antes de marcharse. A ella no le importa; el miedo, por primera vez, ha cambiado de lado.
Petra, en la esquina desde donde lo ha visto todo, siente un cierto atisbo de admiración que rapidamente ahoga bajo su habitual ninguneo. «Con esta actitud, la chica no va a durar ni una semana aquí», le dice a Emilia, aunque en realidad ni ella se cree su propia afirmación. Hay algo de Ángela que le recuerda a ella misma cuando era joven, antes de que el rencor le endureciera el corazón; y eso, mejor que nada, la aterra.
En esta noche, mientras tanto, en los establos, Vera y Lope están terminando los últimos detalles de su arriesgado plan. «Si nos vemos obligados a separarnos, ve en busca de la estatua que se encuentra en el jardín»; y Lope se lo indica señalando un boceto que ha dibujado un poco aceleradamente. Vera asiente, pero sus manos tiembla. Sabe que si los llegan a descubrir no hay excusa que valga: la deshonra podría perseguirles para siempre. Pero mientras todo eso ocurre su mirada brilla con fuego de determinación. Esta noche alguien tiene que pagar las cuentas que llevan enterradas.

























































































