A mí nunca me gustó mucho estudiar. Y cuando llegó la adolescencia, la cosa se puso difícil. Por un lado, los entrenamientos de sincro empezaron a ir en serio; entrenaba ocho horas de lunes a sábado y me quedaba poca energía para los estudios, que también se estaban poniendo duros. Y por otro lado, mientras mis amigas se iban a merendar y a la discoteca, yo tenía que entrenar. Por suerte, estuve muy bien acompañada por unos padres que me dejaban seguir mi camino, pero asesorándome en un entorno de total confianza. Su papel para mí, como para casi todos, fue fundamental.

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«El deporte completa la educación de los niños y les integra socialmente.»

También las entrenadoras y el mismo deporte me han dado unos valores, me han enseñado a ir por la vida con objetivos, esforzándome para todo y exigiéndome para sacar lo mejor de mí. Por eso considero que iniciativas como los Juegos Cabildo de Tenerife, en las que participan familias en situación de vulnerabilidad del programa CaixaProinfancia, son tan necesarias. El proyecto recibió en 2018 el Premio Iniciativa Familiar en el marco del 10º aniversario del programa y permite a las familias con pocos recursos llevar a sus hijos a hacer un deporte –en este caso, la lucha canaria. Allí padres y madres participan de una actividad que completa la educación de sus hijos, que les integra socialmente, y crean un vínculo con ellos. Porque los niños necesitan estar con sus familiares para desarrollarse.

Sé que las actividades de ocio y tiempo libre ocupan un papel central para el desarrollo de los más de 62.000 niños y niñas que participan cada año en CaixaProinfancia. Y estoy segura de que este proyecto tendrá un gran impacto sobre ellos y que, antes o después, serán personas que influirán de forma positiva en su sociedad.

Mis hijos también hacen deporte. El mayor, balonmano. Y el pequeño, una actividad extraescolar en la que practican un poco de todo (tiene cinco años). Eso les forma en muchos sentidos: les enseña a trabajar en equipo, a conocerse físicamente, a cumplir reglas y ser autoexigentes, a escuchar al entrenador, a ser constantes, a aceptar que no siempre se gana, a tener un objetivo e ir a por él… Son cosas que luego pueden extrapolar a la vida.

A los padres nadie nos enseña a educar a nuestros hijos, pero todos intentamos darles lo mejor. Soy consciente de que las familias sin recursos lo tienen más difícil; quizá no les pueden dar extraescolares ni muchas cosas materiales, pero hay algo que sí todos podemos darles: tiempo de calidad. Jugar con ellos, hablar, escucharles para que te expliquen sus cosas… La confianza y el vínculo padres-hijos son básicos para mí. Yo a mi madre se lo explico todo. Y a mis hijos también intento transmitirles esa confianza para que me cuenten sus problemas y sus cosas, tan necesaria para una infancia feliz.