En los últimos años, España se enfrenta a una paradoja inquietante: mientras los precios de los alimentos continúan subiendo de manera alarmante, el desperdicio de comida también va en aumento. A pesar de que muchas familias sienten el peso de la inflación en su cesta de la compra, se siguen tirando toneladas de alimentos a la basura cada día. ¿Qué está provocando este fenómeno? En este artículo analizamos las causas y consecuencias de esta crisis alimentaria en la que se mezcla la carestía y el despilfarro, ofreciendo claves para entender cómo podemos revertir esta situación.
Los precios de la comida se encarecen, pero producimos más basura

En Europa se generan alrededor de 88 millones de toneladas de desperdicios alimentarios cada año, mientras que el precio de la cesta de la compra no deja de subir, afectando el bolsillo de millones de ciudadanos. En España, donde se tiran 7,7 millones de toneladas de comida al año, el Gobierno ha decidido actuar, aprobando un proyecto de ley que impone multas de hasta 500.000 euros a quienes no gestionen adecuadamente los alimentos que se desechan.
Sin embargo, a pesar de las nuevas medidas, varias iniciativas particulares llevan años buscando soluciones para reducir este problema, demostrando que la concienciación ciudadana puede ser clave para combatir el despilfarro.
Compramos menos comida que en años anteriores

La realidad es clara: pagamos más por menos. Esta es la sensación con la que muchos españoles enfrentan cada día el reto de llenar la cesta de la compra. Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE), el precio de productos básicos como el aceite de oliva ha subido un 36,5% en el último año, mientras que otros alimentos esenciales como la pasta, la leche y los huevos han experimentado incrementos del 28%, 17% y 25% respectivamente. Incluso productos como el agua mineral han visto un aumento cercano al 7%.
La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha confirmado esta tendencia, revelando que entre marzo de 2021 y marzo de 2022, el precio de la cesta de la compra aumentó en promedio un 9,4% en supermercados como Carrefour, Mercadona y El Corte Inglés. Este incremento ha generado que las familias españolas gastaran de media unos 500 euros más en 2022 en comparación con años anteriores.
¿Cómo nos coloca eso frente a la Unión Europea?

Este aumento de precios, sin embargo, no ha frenado el crecimiento del desperdicio alimentario, lo que genera una contradicción preocupante: mientras más familias se ven incapaces de permitirse una comida de calidad cada dos días, se siguen tirando alimentos en grandes cantidades. A nivel europeo, estos 88 millones de toneladas de alimentos desperdiciados suponen un coste de más de 140.000 millones de euros, una cifra que subraya la necesidad de actuar de manera urgente.
España, ocupando el séptimo lugar en el ranking de países europeos que más desperdician alimentos, enfrenta un reto considerable. No solo es una cuestión económica, sino también ética y ambiental. Reducir el desperdicio de comida y encontrar formas más eficientes de gestionar los recursos es un paso crucial para paliar la crisis que afecta a millones de personas en todo el país.
¡Hasta un informe lo dice!

El informe ‘Gestión del desperdicio alimentario en la gran distribución’ realizado por Nielsen y Checkpoint, en colaboración con la AECOC, ha revelado datos preocupantes: el 3,5% de los alimentos frescos vendidos en las grandes cadenas de distribución no llega a comercializarse, y más del 2% de estos alimentos se desperdicia. Entre los productos más afectados están la fruta y las verduras, que han visto un aumento en sus precios de 8,7% respecto al año anterior, pero también son los que más acaban en la basura.
Este fenómeno no solo impacta a los supermercados. La hostelería también es parte del problema. Según datos de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), los restaurantes en España desechan diariamente 2,5 kilos de alimentos, lo que equivale a más de 63.000 toneladas al año. A este desperdicio se suman bares, empresas y, por supuesto, los propios hogares. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación destaca que tres de cada cuatro hogares españoles tiran comida, generando un total de 1.364 millones de kilos al año.
Desperdiciamos mucha comida, aunque sus precios hayan subido

Esta situación resalta la paradoja de un país donde el precio de los alimentos no deja de subir, afectando especialmente a productos como el pescado, que ha incrementado su precio en casi un 10%, o la carne, con un aumento similar. Sin embargo, el desperdicio continúa creciendo. Las frutas y verduras, que son alimentos frescos esenciales en cualquier dieta, se tiran con mayor frecuencia, lo que plantea serios interrogantes sobre la gestión de los recursos en el sector de la distribución.
Además de ser un problema económico, el desperdicio alimentario tiene un fuerte impacto medioambiental y ético. Cada kilo de comida que se tira es un recurso que no ha llegado a quienes lo necesitan y contribuye al cambio climático al aumentar la huella de carbono. Reducir el desperdicio alimentario debe ser una prioridad tanto para las grandes cadenas de distribución como para los consumidores, la hostelería y los hogares.
Algo que debe llamarnos a un consumo consciente

El desperdicio de alimentos es una problemática compleja que requiere un cambio de hábitos en todos los niveles. Si bien el proyecto de ley aprobado por el Gobierno busca imponer multas a quienes no gestionen adecuadamente los alimentos, es vital que cada actor en la cadena de suministro haga su parte para reducir esta cifra alarmante. El informe destaca la necesidad de una gestión más eficiente en la distribución de alimentos frescos para frenar este desperdicio desmesurado, que solo agrava la crisis alimentaria y de precios que enfrentamos.
La Comisión Europea ha lanzado una ambiciosa iniciativa con el objetivo de reducir el 50% del desperdicio alimentario en los próximos ocho años. Este plan se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, específicamente con el objetivo número 12 de la Agenda 2030, que insta a los países a garantizar una producción y consumo sostenibles.
Un reto que debería ser personal

En respuesta a este reto global, el Gobierno de España ha aprobado un proyecto de ley contra el desperdicio alimentario que entrará en vigor en enero de 2023. La normativa establece que las empresas de la cadena alimentaria deberán reducir las pérdidas y encontrar nuevos usos para los alimentos antes de que sean desechados.
La ley exige que supermercados, bares y restaurantes implementen un plan de prevención para gestionar los alimentos no comercializados. Este plan deberá priorizar el consumo humano mediante donaciones a organizaciones benéficas, asegurando que los alimentos lleguen a quienes más los necesitan. En caso de incumplimiento, las empresas podrán enfrentarse a multas de hasta 500.000 euros. Esta medida busca atacar el problema en su raíz, involucrando a todos los actores de la cadena alimentaria para minimizar las pérdidas y aprovechar al máximo los recursos.
Un paso hacia adelante, en lo que a desperdicio de comida se refiere

Aunque esta ley es vista como un paso importante, Helena Calvo, directora de proyectos de impacto de Too Good To Go, advierte que aún queda mucho por hacer. “La ley es un gran paso, pero cada vez tiramos más a la basura. Necesitamos formas complementarias para atajarlo, y que la conciencia llegue hasta los hogares”, afirma Calvo.
Si bien la donación es una excelente medida, añade que “no vamos a solucionar el hambre en el mundo con lo que sobra en los sistemas alimentarios de quienes podemos permitirnos comer tres veces al día”. Según Calvo, combatir el desperdicio alimentario requiere una estrategia integral que incluya prevención, educación y la adopción de nuevas tecnologías.
Menos basura y más conciencia en el consumo

La implementación de la ley no solo será un desafío logístico para las empresas, sino que también implicará un cambio cultural en la forma en que los ciudadanos y las empresas gestionan los alimentos. A nivel global, el desperdicio alimentario es responsable de aproximadamente el 8% de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que subraya la urgencia de adoptar prácticas más sostenibles. La ley española y las medidas europeas no solo buscan reducir el desperdicio alimentario, sino también contribuir a la lucha contra el cambio climático.
El objetivo es claro: reducir el desperdicio en toda la cadena alimentaria y cambiar el paradigma del consumo en las sociedades. Iniciativas como Too Good To Go ya están ayudando a visibilizar el problema y ofrecer soluciones tecnológicas que permitan a los consumidores aprovechar alimentos antes de que sean desechados. Sin embargo, la educación y la concienciación serán clave para que esta transformación sea efectiva a largo plazo.
La comida tiene precios más altos, así que no la desperdiciemos

La batalla contra el desperdicio alimentario no solo es responsabilidad de los gobiernos y las empresas, sino también de los consumidores, que deben adoptar hábitos de consumo más responsables. Con la entrada en vigor de la ley, se espera que España dé un gran paso hacia la sostenibilidad alimentaria, contribuyendo a los objetivos de la Agenda 2030 y avanzando hacia un futuro más sostenible.
Mucho antes de que entrara en vigor la ley contra el desperdicio alimentario, ya existían iniciativas que buscaban soluciones innovadoras para reducir el despilfarro de alimentos. Un claro ejemplo es la empresa danesa que ha logrado evitar el desperdicio de 7.000 toneladas de comida mediante una sencilla pero eficaz plataforma digital.
Esta empresa, presente en España desde 2018, conecta a los establecimientos con los consumidores a través de una app que permite a los primeros vender sus excedentes diarios en formato de ‘packs sorpresa’ a precios económicos, ayudando así a quienes tienen dificultades para llegar a fin de mes.
Un ejemplo que se debe seguir, porque no todo tiene que ser ganancias exhorbitantes

El funcionamiento de la app es directo: los usuarios acceden a la plataforma y pueden visualizar los establecimientos cercanos que ofrecen estos packs de alimentos excedentes. Aunque el contenido de los packs es sorpresa y depende de lo que haya sobrado ese día, Helena Calvo, directora de proyectos de impacto, asegura que los productos son siempre frescos y de calidad, en su mayoría elaborados el mismo día.
Los precios son asequibles, con ofertas que pueden incluir, por ejemplo, dos tuppers por solo cuatro euros. Sin embargo, los usuarios deben recoger el pedido en el establecimiento, ya que no se ofrece servicio de entrega a domicilio.
Una idea danesa que deberíamos imitar, para no tirar tanta comida a la basura
La idea surgió en Dinamarca en 2016, cuando un grupo de amigos observó cómo en un buffet, al final de la jornada, se desechaba gran cantidad de comida no consumida. Indignados, decidieron actuar.
Hoy, la iniciativa está presente en 17 países europeos, además de Estados Unidos y Canadá. En España, el impacto ha sido notable, con más de cinco millones de usuarios y cerca de 5.000 establecimientos que participan en la red. Los más de siete millones de packs salvados equivalen a haber evitado el desperdicio de 7.000 toneladas de comida.
La educación también forma parte de esta ecuación

Pero esta empresa no solo se dedica a la reducción de residuos a través de la venta de excedentes, sino que también se enfoca en la educación como herramienta clave para el cambio. Una de sus campañas más destacadas es ‘Fechas con sentido: Mira, huele, prueba’, cuyo objetivo es enseñar a la sociedad la diferencia entre la fecha de caducidad y la de consumo preferente.
Además, ofrecen materiales didácticos y talleres gratuitos para estudiantes de primaria, secundaria y educación superior, con el fin de fomentar un consumo responsable desde edades tempranas.
Es una meta que se puede alcanzar fácilmente

Según Helena Calvo, el desperdicio de alimentos es responsable de hasta un 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y los jóvenes, cada vez más conscientes del cambio climático, juegan un papel crucial en la reducción de este problema. La educación en las aulas es, según Calvo, «la única fórmula para cambiar esta situación a largo plazo».
Con iniciativas como esta, se demuestra que, además de las leyes, la innovación tecnológica y la conciencia ciudadana son esenciales para combatir el desperdicio alimentario y avanzar hacia un modelo de consumo sostenible.