El reality show puede ser algo positivo y negativo a la vez: te convierte en estrella, pero también te devora. José Carlos Montoya, el sevillano que ha conseguido millones de espectadores en La isla de las tentaciones y Supervivientes 2025, ha optado por alejarse de la luz pública después de meses y meses de estar expuesto a través de una pantalla. Dos semanas después de su marcha, concursante ha escrito un conmovedor mensaje en Instagram donde explica que se ha alejado de los medios y que recibe ayuda profesional para recuperar su bienestar.
MONTOYA: DEL AMOR AL INFIERNO

Todo comenzó con un desengaño amoroso. Montoya saltó a la fama en La isla de las tentaciones tras la infidelidad de Anita Williams, un momento que lo convirtió en un símbolo del «chico bueno» traicionado. Pero el que parecía el principio de un sueño se tornó en una pesadilla sin salida. Su vuelta a Supervivientes, donde se reencontró con Anita, reavivó una tristeza que los telespectadores consumieron ávidamente, pero que para él supuso mas desgaste emocional de lo que uno puede aguantar.
«Me pensaba que podía con todo, pero no soy un robot», confiesa en su comunicado. La presión por vivir bajo el microscopio, las críticas en redes sociales y mucho más, la sensación de que es un personaje y no una persona lo condujo a la ruina. Lo que era un juego se tornó una trituradora de voluntades. Montoya admite que perdió su alegría, su fuerza y hasta la capacidad de distinguir entre la realidad y lo que pertenecía a una ficción creada para el espectáculo.
La manipulación mediática fue el punto culminante. El sevillano, en su carta, habla de «argumentos ficticios» y de las personas que supieron aprovecharse de su fragilidad para «terminar el trabajo». No trata solo de una queja, en absoluto, sino de una denuncia contra todo un sistema que sublima el sufrimiento por el interés de la audiencia. En un entorno donde las productoras fomentaban los conflictos y donde los equipos de rodaje alteraban situaciones de tal forma que se incrementaba el sufrimiento de las personas, Montoya habla de lo que estaba detrás de las cámaras.
El impacto psicológico fue enorme. En aquella situación de aislamiento involuntario en Supervivientes, ciento de kilómetros de su familia y de sus amigos, Montoya llegó a preguntarse incluso cuál era su propia identidad: «Ya no sabía quién era yo fuera de aquel personaje que habían fabricado», dice, A. Pero lo peor llegó después: cuando salió, descubrió que su vida personal era mercancía para programas de televisión que, en lugar de respetar su estado de recuperación, ponían en marcha equipos que merodeaban su puerta.
EL MONSTRUO DE LA FAMA
La industria del entretenimiento difícilmente hace la pregunta: ¿hasta dónde lo es? Montoya cuenta que incluso después de su salida de Supervivientes no dejaron de hablar de él, de enviar equipos a su casa especulando sobre él. «Es imposible curarse. El show debe continuar», explica con amargura.
La salud mental sigue siendo una cuestión tabú en la televisión. En los televisores, los realities se alimentan de la pelea, de lágrimas, de mamadas y nadie se preocupa de qué sucede con los concursantes después. Montoya no es la primera persona que cae, pero sí uno de los pocos que ha levantado la voz. En un momento en el que hay cada vez más rostros que piden un trato humano en la ficción, su discurso agita las aguas.
Lo peor es la normalización de la miseria en el entretenimiento. «El monstruo de la mentira», como él lo llama, no es un enemigo abstracto: son las dinámicas tóxicas de un medio que se alimenta de escándalos por encima de la dignidad. Cuando se desdibujan e intercambian los principios de realidad y espectáculo, las víctimas son siempre las mismas.
Los formatos de telebasura (tal como lo califican sus detractores), operan en base a una lógica perversa, de tal forma que para más humillar o poner en evidencia a un concursante, más audiencia genera. A Montoya acabaron convirtiéndolo en un marioneta emocional y su de-sastre estuvo lucrado a expensas de unos productores sin escrúpulos.
La responsabilidad no deviene únicamente de las cadenas, sino que también es cosa del público. ¿Por qué nos fascina ver devorar a alguien? Montoya lo tiene claro: «La gente quiere héroes y villanos. Se olvida de que detrás hay personas». Su reflexión lleva al cuestionamiento de cuál es nuestro papel como espectadores pasivos de un circo que aniquila vidas.
EL CAMINO A LA RECUPERACIÓN

«La salud mental no es una broma», afirma Montoya. La decisión de hacer valer su bienestar y abandonar los platós es un antes y un después. No es una retirada, es un acto de valentía en un mundo donde la fama pasajera puede costar más de lo que paga el que se expone. Su historia sirve de aviso.
El sevillano no pide compasión, sino entendimiento. En su carta pide perdón a su horda de seguidores por «no estar a la altura», pero deja claro que no es culpable de todo lo que ha sucedido. «Gracias a tener un entorno limpio y a grandes profesionales, estoy en el camino para volver a ser feliz», dice. Su mensaje es de esperanza y también un mensaje para reflexionar sobre la forma en que consumimos el dolor ajeno.
Montoya pudo haber continuado por la senda de cobrar cheques, pero prefirió salvarse. Su historia es la de un reality, y es también la de una sociedad que debe decidir si el espectáculo vale más que las personas. Quizás, al abrir la boca, ha abierto una puerta para que otros la abran. No será ni rápida ni sencilla su recuperación. Los psicólogos que han sido consultados para este artículo consideran que el daño que puede causar la exposición mediática masiva requiere años de terapia.
El chico no solo lucha con su angustia, con la lengua envenenada y la estigmatización de ser considerado el chico del drama, sino que su reto en la vida es la reconstrucción lejos de las luces de los focos, algo que resulta casi imposible en la época actual donde el clickbait y la contaminación informativa forman parte de eso que llamamos la era de mayores excedencias de información.
Pero también hay un rayo de esperanza en la historia del chico. Su denuncia contra la forma abusiva de hacer televisión con personas es un símbolo de la gente que exige un cambio. No se trata de cancelar, prohibir, lo que suceda en los realities, sino de humanizarlos. Algunas televisiones en Europa comienzan a aplicar protocolos de salud pública para los concursantes, y en España, su denuncia puede acabar siendo la punta de lanza para atraer esta transformación.