El siguiente capítulo de La Promesa es un momento relevante para la serie. En este sentido, Curro decide por fin arriesgarlo todo al confesar su verdadera identidad a Esmeralda, una decisión arriesgada que podría costarle más de lo que verdaderamente está pensando. Con el picante de un conflicto familiar que es cada vez más intenso: Ángela se enfrenta directamente a Leocadia, Lorenzo intenta hacer de intermediario sin éxito, Rómulo parece estar muy próximo a abandonar la finca, las alianzas vacilan y las lealtades son puestas a prueba.
LA VERDAD DE CURRO AL DESCUBIERTO

No es un arrebato del momento, no es un acto que Curro realice en La Promesa sin pensarlo varias veces, sino que, tras semanas de observación, ha llegado a la conclusión de que ella puede ser la única persona con la que podrá cumplir con el objetivo del enigma del veneno; no obstante, el riesgo es considerable: si Esmeralda lo traicionase, no solo frustraría su misión, sino que expondría a personas que llevan semanas ayudándolo desde la distancia.
La tensión entre ambos es notable y la más mínima palabra que intercambian parece un paso más hacia un abismo sin retorno. Esmeralda, además, no es una mujer que se asusta con facilidad. Su puesto en la joyería Llop le ha fomentado cualidades y habilidades que le permiten leer entre líneas y detectar las mentiras; con lo cual, con la verdad mostrada ante ella, debe decidir si depositar su vía en Curro o utilizar esa información en su propio beneficio.
La curiosidad por la esmeralda maldita y su conexión con el veneno la llevan a un juego mucho más peligroso de lo que alguna vez habría creído. ¿Podrá resistir la tentación de manejar la situación a su favor o va a ser una pieza más en el juego de alguien? Mientras tanto, fuera del hangar, las paredes de La Promesa parecen escuchar.
Cualquier error al mover a Curro o a Esmeralda podrían provocar la alerta de los enemigos que están esperando para actuar desde hace meses. La pregunta que nos deja el aire es la siguiente: ¿Quién más lo sabe? Porque en un lugar donde las apariencias son todo, la verdad es un lujo al que muy pocas personas tienen acceso.
UNA GUERRA QUE SE RECRUDECE

Ángela, abrigada en muchas capas en La Promesa, se apoya en los jardines del palacio como si fuesen su último bastión. Su obstinación no es simplemente la necedad, sino una forma de impedir que su madre la lleve hacia la vida que ella ha proyectado para su hija. Cada leve tos, cada escalofrío, cada momento que una madre obligadamente dice estar esperando, la recuerda de su fragilidad física, pero, también, de su fortaleza.
Martina, inquieta, intenta convencer a Ángela para que regrese a casa, en tanto que Ángela se niega a ceder. Regresar a Zúrich significaría para ella admitir su mala suerte y no está en su diseño conceder. Leocadia, por su parte, asiste desde la distancia, fría e impasible. Su autoridad ha sido tratada una y otra vez, dudosa una vez más parece decir, esta vez no cederé ni un ápice.
Aquello que una simple discusión ha sido para un combate donde ninguna de las dos cederá. Lorenzo, al que le toca la parte del mediador, intenta obligar a las dos, pero espera infructuosamente hasta que las dos se objetivan en un muro de orgullo. ¿Qué debería pasar para que una de las dos ceda? ¿Un descuido de lo otro, un accidente, o será el orgullo lo que acabe por sacarlas a ambas?
Los sirvientes comentan la situación en los pasillos. Algunos no ven con muy buenos ojos lo que intenta realizar Ángela y otros, sin embargo, piensan que Leocadia es quien realmente quiere lo mejor para su hija. Pero es tan complicado el juego de poder que ninguno de ellos advierte que el que puede salir peor parado de este juego puede ser la propia madre o la propia hija. Al tiempo que sigue tosiendo por los jardines, cada cual intenta hacer lo que puede para que el tiempo no gire en contra de Ángela.
RUMORES Y RESENTIMIENTOS EN LA PROMESA

El rumor sobre la huida de Rómulo se propaga velozmente en La Promesa. Para muchos de los trabajadores de la finca, Rómulo era el bastón que mantenía bien en orden la finca: su ausencia dejaría un vacío muy difícil de llenar. La parte más sorprendente del asunto es que una de las personas de la planta noble parece haber sido la primera en enterarse, lo que da muy bien la impresión de que su salida tiene que ver en la historia de los secretos familiares.
¿Es una decisión propia o hay algo o alguien más detrás de este repentino viaje?
Por su parte, Jacobo se encuentra en un estado de sufrimiento interior que lo consume. El tema propio del título nobiliario generó una cierta obsesión, de la que cada día que transcurre se iba acercando al borde del abismo. Martina contesta a su rabia, pero las palabras de la joven no tienen efecto.
Hay algo oscuro que nace en él, algo que podría estallar en cualquier momento; cuando esto ocurra, las consecuencias podrían ser irreparables. ¿Es capaz de sacrificarlo todo por honor, incluso a los que le aman? Al mismo tiempo, el duque espera de forma muy ansiosa el resultado de Catalina y Adriano. Su forma de no contestar no se presenta como un simple descuido en la forma de proceder con las buenas maneras, sino como una forma impropia de afrentarse a su capacidad de decisión.
Lo que comienza como una negociación, en la que ha de juntar las voluntades de los implicados para alcanzar una meta, concluye en una lucha por el poder. También el duque es un hombre de acción, un hombre que no se siente cómodo con la espera, sino que –por el contrario– no soporta el ser ignorado. Y si Catalina y Adriano no toman la palabra pronto, se arriesgarán a colocar a todos los miembros de La Promesa en la situación de querer ver al duque en crisis permanente.
La Promesa es, si se puede decir de este modo, un lugar donde las decisiones de los que actúan para alcanzar sus metas continúan un camino que no permite la duda: se concluye en el momento en que se actúa. En este camino, el tiempo es un recurso cada vez más escaso, y la acción debe ser inminente.