El sol se pone tras las montañas del Valle Salvaje, pero el calor no es del tiempo, sino de la tensión que se vive entre sus habitantes. La familia que se reencuentra se ha convertido en un campo de batalla emocional donde cada mirada, cada palabra, puede desatar lo que todos temen que pase: un escándalo que les arrebataría el control.
En este capítulo 142 que se estrena esta tarde, las pocas piezas del tablero del juego se mueven con gran precisión, pero… ¿Quién tiene realmente el control? Lo descubrirán todos aquellos que sintonicen hoy la cadena pública.
RAFAEL Y ÚRSULA EN VALLE SALVAJE

Ya no son solo sonrisas, ni palabras de cortesía de unos parientes. ¿Desde cuándo empezaron a saber tan bien en Valle Salvaje? ¿Desde cuándo para Rafael sonrisas compartidas con Úrsula tienen tan buen sabor? La complicidad, las miradas fugaces, la risa que cierra la conversación, se sostienen entre el amor y el deber, se asoman en su ser cada vez que se encuentran, como si lo hubieran hecho por vez primera en meses. El surco del pasado, la sombra de Adriana en el alma de Rafael, no son tan pesados ante la presencia de su prima.
¿Todo esto es real o se producen unas sensaciones que se materializan porque se debe ocupar un papel, un personaje? Úrsula no ha venido por casualidad, está en Valle Salvaje por un motivo y cada una de sus palabras se puede comprender como un fragmento del rompecabezas que Rafael no intuye del todo, salvo en una conversación con Victoria. Úrsula deja caer intenciones disfrazadas de confidencias: «Los secretos familiares son más importantes que los ranchos que se heredan», le dice a su tía, que la mira con simpatía.
Pero Adriana observa en la distancia. El malestar que siente no es solo antipatía, es la intuición de quien ve cómo se abre el suelo bajo sus pies. ¿Por qué intenta Rafael discernir el afecto sincero y la estrategia que sutilmente forma las historias del pasado? La tensión se siente con gran fuerza en el aire cada vez que coinciden los tres. Úrsula, lista como pocas, tiene claro cuándo indistintamente le roza muy levemente el brazo del Rafael o cuándo se ríe un segundo más de lo indicado.
Son pequeños trucos, sin lugar a dudas, pero en un sitio como Valle Salvaje, donde todos se conocen, estos hechos se convierten en auténticos gritos. Rafael, desorientado, sin embargo, no puede dejar de sentir la corriente que transcurrirá de un lado al otro en él cuando ella se encuentra cerca de él. ¿Logrará olvidar los años con Adriana? De la misma manera, Victoria mira complacida cómo avanza el plan. «El corazón de los hombres es muy frágil, sobre todo cuando se sienten incomprendidos», dice en voz baja a Úrsula.
En medio de estas recelosas reflexiones, hay un riesgo que no han calculado: Rafael no es un títere, y cuando se dé cuenta de que ha sido manipulado, la explosión pulverizará con todo. En otra parte de la casa, mientras tanto, José Luis se va inquietando; algo no encaja en la forma de ser de su hijo en ese momento. «Nadie cambia de la noche a la mañana», piensa, «pero si les empujan…»
ENTRE EL ORGULLO Y EL DOLOR

Adriana las tiene todas las cosas controladas en Valle Salvaje, ha podido ser dueña de sus emociones, pero siente que en este momento se le escapan; Rafael, el hombre que le ha prometido amor eterno, parece estar distraído en la compañía de otra. «No son celos», repite, «simplemente no aguanto su falsa sonrisa». Pero las mentiras que se dice a sí misma ya no le ayudan.
La presencia de Úrsula en el rancho es como un espejo que le trae de regreso la imagen que no quiere ver: la de la relación que han construido.
Si Rafael ha hallado un refugio con otra mujer, ¿qué estará quedando de todo aquello que han construido? La sombra de Julio, siempre presente, viene a afear las cosas. Adriana se pregunta si algún día podrán librarse de un pasado que los ronda como una maldición. Pero hay algo más. Úrsula no es una invitada como cualquier otra; hay algo intencionado en su forma de mirar, de hablar, de acercarse entre ella y Rafael.
Las noches se le hacen interminables. Mientras Rafael está «arreglando historias» con Úrsula, Adriana se sumerge en los recuerdos. «¿En qué momento todo dio un vuelco?», se pregunta, mirando un anillo de compromiso que ya no brilla. Hay un ruido interno que le grita que luche, pero su orgullo le ata las manos. ¿Cómo competir con quien juega con las cartas marcadas?
Sus amigas le dicen que actúe, pero ella no quiere rebajarse. «Si él prefiere a otra, que se la lleve», dice con una falsa seguridad que no la engaña ni a ella misma, ya que un nudo se la nota en la garganta. Lo más hiriente no es la posible infidelidad de Rafael, hace tiempo que la asumió, sino la complicidad de los demás. Victoria la mira con pena, José Luis evade el tema y hasta los trabajadores se lo murmuran. ¿Es que todos esperan que haga agua?
No obstante, hay un fuego que surge en Adriana, fuego que ni ella misma conocía. Una tarde, al ver a Úrsula acercarse demasiado a Rafael, siente que algo se quiebra en su interior. No será el llanto lo que la define, sino la determinación. «Si quieren guerra, la tendrán», susurra, mientras se seca una lágrima furtiva. Pero esta vez no lucha solo por amor, sino por dignidad.
EL PRECIO DE LA REDENCIÓN

Mientras las pasiones se están consumiendo en la casa grande, Leonardo libra su propia batalla en los campos de Valle Salvaje; el trabajo como capataz no perdona a nadie y sus manos son testigos de ello, su cuerpo empieza a flaquear, pero para él el dolor del cuerpo no es nada en comparación con el peso que la carga de sus errores le impone sobre los hombros.
Bárbara ha sido su obsesión y su condena, y cada día, al despertarse, Leonardo confía en que un gesto suyo, aunque sea pequeño, le demuestre que todavía tiene una oportunidad, y parece que algo cambia: le hace un saludo más cálido, le sostiene la mirada tan solo un segundo más. «Ella no lo dice, pero tal vez… solo tal vez…», se va repitiendo, mientras sus ojos empiezan a nublarse con el sudor.
Pero la obsesión tiene un precio muy alto, sus fuerzas se están cansando, hay un brillo febril que empieza a enturbiar la mirada de sus ojos que no pasa inadvertido para los demás. José Luis y Victoria se interpelan mutuamente con un gesto de preocupación; ellos ya saben que la joven no se va a detener, por más que eso lo lleve al límite, al colapso.
Los días se confunden en una rutina de fatigas y esperanzas. Leonardo trabaja hasta desmayarse, pensando que por ese camino merece el perdón de Bárbara. Pero hay un pequeño detalle que no se percata: ella lo observa más de lo que le gustaría. Cada vez que él tropieza de cansancio, ella aprieta los meñiques; cuando él tose por la noche, ella da vueltas en la cama.
Una tarde, después de que Leonardo casi se desmaya bajo el sol, no puede por menos que acercarse. «Tú no servías de nada muerto», le lanza, pero le tiende un vaso con agua con mano temblorosamente temblorosa. Es un gesto mínimo, pero para él es un rayo en la penumbra. «Prefiero morir intentando que vivir arrepentido», responde, y por primera vez ella no tiene réplica.