El ámbito de Sueños de Libertad nunca ha estado exento de los giros dramáticos, pero el capítulo del día viernes 13 de junio prometen insuflar la tensión a niveles impropios. Las máscaras empiezan a despegarse, los secretos reprimidos afloran y las lealtades comienzan a venirse abajo a pedazos. Desde el conflicto entre María, Begoña y el shock de Don Pedro ante la inesperada presencia de Cristina en la fábrica, cada secuencia ha sido impregnada con un suspense que puede llegar a recomponer el tiempo venidero de los personajes.
MANIPULACIÓN Y CONTROL EN SUEÑOS DE LIBERTAD

Para Andrés en Sueños de Libertad, la red de dependencia emocional que ha tejido María es tan complicada que hasta los espectadores podrían sentirse atrapados en ese juego. «No me dejes, sólo tengo a ti», le dice después de asomarse a las lágrimas, confiando en que esa frase bastará para que sus palabras lo inmovilicen; no es tan provocador conocer la capacidad que pueda tener para simular vulnerabilidad, sino que se espanta porque obtiene mediante ello, la satisfacción de poder que le da la simulación de la fragilidad.
Cada vez que Andrés acepta o acepta, aun cuando su sonrisa sea efímera, todavía es triunfante y es como si hubiera ganado una guerra huida. Manuela, aunque intente ser la voz de la razón, no advierte que María ya no es la joven doliente de la que todos creen rescatar. «Tienes que distraerte, salir de esta habitación; hace semanas que no lo haces», le repite, sin darse cuenta que para María estas cuatro paredes son el escenario perfecto para la representación final de su manipulación.
Cuando le propone pasear con Raúl, no es una invitación más, es un desafío: quiere confirmar hasta dónde puede alargar la cuerda antes de que alguien desee cortarla. Y mientras Begoña abandona la habitación, siendo humillada por los gritos de María, flota en el aire la pregunta: ¿qué hará Andrés cuando se dé cuenta que su devoción ha sido utilizada como un arma? Porque aunque tarde o temprano la máscara de María se romperá, él tendrá que decidir si sigue siendo su cómplice o si finalmente decide liberarse de la situación.
EL REGRESO DE CRISTINA HACE TEMBLAR LA FÁBRICA

El asombro de Don Pedro en Sueños de Libertad, al ver a Cristina, no es asombro, es terror puro disfrazado con los ropajes de la cortesía. Su mirada parece preguntar «¿cómo has permitido esto, Damián?«, mientras todo su entorno se empapa de retazos del pasado. Cada paso que da Cristina por los pasillos de la fábrica es una prueba de que los secretos, por bien guardados que estén, tienden siempre a abrirse paso a la hora de sacar la cabeza.
Y Damián lo sabe. Su indagación en torno a la muerte de Jesús no es otra cosa que un ajuste de cuentas, pero en cámara lenta. Irene, en cambio, vive su propio martirio. Piensa «verla me duele, pero si me alejo sería peor», mientras disimula su indiferencia; Digna, con su instinto maternal, intenta sacarle la verdad. Pero Irene lleva más de tres décadas guardando su dolor a caballo de la indiferencia.
¿Qué pasará cuando Cristina tome conciencia de la mujer que la observa desde la distancia no es una extraña, sino su madre? La mera idea de ese momento hace detener el tiempo para Irene, pero también la mantiene cerca, como la sombra que no osó tocar la luz.
Paralelamente, Joaquín comienza a poner en entredicho todo aquello que pensaba saber sobre su familia. Las afirmaciones de Damián sobre la participación de Don Pedro en el asesinato de Jesús no son simplemente afirmaciones, son también, en su caso, semillas del germen, de la duda que avanzan. Por lo tanto, Joaquín se sumerge en la búsqueda de más información, podría abrir una guerra en su contexto, incluso la propia familia De la Reina, en aquella guerra no habrá ganadores, sí, pero no vencedores.
EXCLUSIÓN Y SOLEDAD

La cena que se celebra en memoria de Gabriel en Sueños de Libertad es un banquete al que Tasio no está invitado y cada risa que llega hasta sus oídos es un recordatorio de cuál es su lugar en la familia: ninguno. «Me desangro el mismo apellido, pero para ellos soy invisible», murmura amargamente preguntándose si alguna vez dejarán de verlo como un intruso. Lo más cruel que le pueden hacer no es el rechazo, sino la indiferencia.
No se preocupan ni de poder ofrecerle una excusa. Simplemente, lo borran del mapa.
Irene, en cambio, sí podría haber asistido, pero su dolor es más callado, por eso es más hondo. «Una segunda oportunidad no existe para las personas como yo», le confiesa a Digna, dejando entrever sin querer el hecho de que su vida entera está forjada sobre arrepentimientos.
¿Qué hizo que la condenó a habitar entre las sombras? Digna intuye que la respuesta tiene que ver con Cristina, pero Irene se aferra a ese secreto como lo hace un náufrago con un flotador: con desesperanza. Y mientras tanto, en el claustro familiar se celebra, una festividad más, la celebración, Tasio e Irene son reflejo uno del otro: dos exclusiones distintas pero igualmente dolorosas, dos almas rotas.
En efecto, la pregunta sería saber si encontrarán esta soledad compartida como consuelo o si, por el contrario, se atreverán, por fin, a combatir contra quienes han decidido condenarles al olvido. Y sería que el resentimiento, el resentimiento que se amontona durante demasiado tiempo, puede tornarse en el arma más peligrosa de todas.