¿A dónde va el PP?

Con Pablo Casado, aparentemente más conservador que la antigua ‘Vicetodo’, el PSOE accederá mejor al voto centrista. Ciudadanos también. Con Soraya Saénz de Santamaría, más pragmática, Pedro Sánchez hubiera pactado más fácilmente desde el gobierno con el PP, pensaban algunos.

Esto último, sin embargo, era un espejismo. El PP, apenas dará cuartel a Sánchez al haber tomado éste el poder por “la puerta de atrás”, como dijo el fugazmente reaparecido Mariano Rajoy el 20 de julio en el congreso del PP antes de ser espantado por el retorno del aznarismo.

La despectiva frase mariana, como el falso piropo de Alberto Núñez Feijóo llamándole “invicto”, sólo fue para confundir a los españoles. Al presidente del Gobierno le entroniza, con la Investidura, el Congreso de los Diputados que, mediante una Moción de Censura, puede sustituirle. Un titular de “El Español” lo expresó cruelmente: “El PP aclama hasta el éxtasis al primer Presidente del Gobierno destituido por el Congreso por corrupción”.

Rajoy perdió la votación en el Congreso, lo que evitó cuando en 2016 rechazó, festejado por sus partidarios, el encargo real para formar gobierno. Sin embargo, Sánchez le ganó su último pulso parlamentario. Si Rajoy hubiese dimitido, quizás Santamaría habría logrado la Investidura y la presidencia del PP. La ausencia de apoyo de Rajoy parece evidenciar un problema entre los dos, oscureciéndose su legado conjunto.

En 2004 Rajoy perdió las elecciones frente a José Luis Rodríguez Zapatero. Sus voceros decretaron que Zapatero había ganado “ilegítimamente” argumentando insidiosamente que ZP conquistó la Moncloa gracias al atentado yihadista del 11-M. Se trataba de maquillar el endoso aznarista del atentado a ETA pensando que ello favorecería a Rajoy. Ahora Rajoy y otros también niegan legitimidad a Sánchez en la Moncloa. No reconocer la verdad, perjudica. Este es, pues, un dilema para la nueva dirección del PP. Sería deseable que abandonara esta penosa vía de “ilegitimación ajena”.

Por otra parte, no debiera el PP negarse a colaborar para una televisión pública independiente, flexibilizar los presupuestos para mejoras sociales o criticar el acercamiento al País Vasco de presos etarras con ETA derrotada, cuando Aznar lo hizo con una ETA aún sanguinaria y a cuyo entorno su Moncloa llegó a denominar Movimiento de Liberación Nacional Vasco.

Si Casado no quiere hacer, como dijo, “lo mismo con los mismos”, debiera construir un partido conservador moderno que sepa aceptar con entereza y sin sectarismo tanto las victorias como las derrotas. Santamaría reconoció que la pérdida de votos de su partido fue por la corrupción. Hizo bien. ¿Seguirá esa vía Casado? ¿Qué ocurrirá con sus diplomas?

Santamaría rechazó un debate con Casado. Hizo mal. No pudo explicar su pensamiento. ¿Quiere volver esta mujer, como desea Casado, a la despenalización del aborto cuando en Europa prevalecen leyes de plazos, como la actual española que Rajoy respetó? Santamaría afirma que los militantes le eligieron, pero desconocemos sus convicciones. Solo sabemos que rechaza integrarse con Casado, quizás a la espera de acontecimientos jurídico-académicos.

Debe la derecha española abandonar la falsa premisa de que solo ella fue ungida por la gracia divina para gobernar bien este país. Aceptar la legitimidad de Sánchez sería un paso conveniente, sin perjuicio de criticar su gobernanza y ofrecer alternativas, todo ello con la lealtad debida en las cuestiones de Estado. España es lo primero.

Mientras, Isabel Celaá, portavoz gubernamental, dijo que nadie adelantará las elecciones ni se resistirá a ello indebidamente. Como es una prerrogativa del presidente del Gobierno, “nadie” es, evidentemente, Sánchez, como Ulises con Polifemo. Eso sí, la nave, siempre presta a partir….

 Carlos Miranda es Embajador de España