Vivimos tiempos extraños. Tiempos difíciles. El mundo está convulso y las viejas potencias mundiales parecen hallarse desconcertadas. Volvemos a la guerra fría a la par que irremediablemente nos abocamos a un choque de culturas. Esto no es nuevo. A lo largo de la historia ha ocurrido en numerosas ocasiones.
Ya la Grecia clásica se enfrentó militarmente una y otra vez a los persas. Y lo hizo porque en realidad era otra cultura la que al fin y al cabo pretendía imponer el imperio asiático. Roma fue atacada por pueblos del Este, que buscaban las riquezas del Imperio. Gengis Khan unió a las tribus nómadas de la etnia mongol y se lanzó a conquistar el imperio Tanguta y el norte y sur de China, creando el imperio más grande conocido. Las tribus árabes se unieron en torno a Mahoma, para hacerse –en nombre de una nueva religión, es decir una cultura–, con los despojos del imperio bizantino, llegando incluso a adueñarse de la Península Ibérica y su reino visigodo.
España –alentada por Castilla–, conquistó gran parte de América gracias a que estaba avanzada tecnológicamente, en comparación con los pueblos amerindios.
Y suma y sigue. A lo largo de la historia las diferentes culturas –o civilizaciones–, han chocado entre sí, como placas tectónicas flotando en el magma de la historia. Estos choques son irremediables y suceden cada dos o tres generaciones. Inevitables, ya que el ser humano no se resiste a ambicionar otras tierras, otras riquezas y a pensar que sus ideas son las verdaderas y están moralmente por encima de las de los otros.
Pero en pleno siglo XXI, vivimos tiempos extraños en lo que nada es lo que parece. Todo se disfraza para que la población no se percate de lo que ocurre. Ahora, se distorsiona el lenguaje para hacer ese choque de culturas más aceptable. Se le llama multiculturalismo y no es otra cosa que la pérdida de identidad de unos pueblos en beneficio de otros.
Irremediablemente, vamos a una confrontación, al igual que el pasado, a no ser que unos callen y traguen, con el seso abotargado por los poderes que intentan continuamente hacerlos más dóciles y menos inteligentes, y terminen por eso desapareciendo en las brumas de la historia.
Vivimos tiempos extraños y extrañamente, no nos damos cuenta.