viernes, 13 diciembre 2024

Los expertos señalan el potencial de ‘behavioral economics’ en la carrera por la sostenibilidad

Expertos en ‘behavioral economics’, disciplina que analiza el proceso de toma de decisiones y los factores que influyen en el comportamiento, han constatado que para promover las acciones individuales que son necesarias para lograr la sostenibilidad hay que tener en cuenta «cómo decide realmente el ser humano y no cómo nos gustaría que decidiera».

Así lo ha expresado Enrique Belenguer, Behavioral Economics Global Leader en BBVA, donde ha explicado que las personas no se comportan de forma completamente racional no siempre toman las decisiones que son mejores para ellas, ya sea ahorrar, ir al gimnasio o, en lo que respecta a la sostenibilidad, renunciar al coche para ir a trabajar o separar los residuos.

No basta con ser conscientes de la necesidad de cambiar el modo de actuar para tener un estilo de vida más sostenible, ni siquiera con que existan incentivos económicos para hacerlo, porque, más allá de los factores lógicos, existen factores aparentemente irrelevantes que tienen un gran peso en el comportamiento de las personas y las desvían de la pauta de actuación lógica.

Las encuestas analizadas por Belenguer demuestran además que hay una brecha entre las intenciones de la mayoría de la gente y sus acciones en lo que respecta a la sostenibilidad, así como que las personas no deciden para sí mismas lo que quieren para el conjunto de la sociedad.

Por ello, aunque Belenguer reconoce que es «complicado» aplicar ‘behavioral economics’ en el ámbito de la sostenibilidad, considera que es una herramienta «interesante» por el potencial que tiene para ayudar a la gente a avanzar en la dirección correcta identificando los problemas de decisión y mitigando su efecto.

Según Belenguer, ‘behavioral economics’, una rama de la economía relacionada con la psicología, surge en el ámbito académico, por lo que «en el propio concepto está la idea de ayudar a la gente a tomar mejores decisiones.

El profesor del máster en Gestión del Desarrollo Sostenible de la Universidad de Vigo Gonzalo Fernández Suárez, consultor en ‘behavioral economics’ que ha trabajado para el SERGAS (Servicio Gallego de Salud), ha señalado que «las estrategias tradicionales para fomentar comportamientos sostenibles, basadas en la información, incentivos y concienciación, no acaban de ser efectivas», y ha advertido de que «incluso pueden tener efectos contraproducentes».

«Por ejemplo, sabemos que las campañas que intentan concienciar sobre la necesidad de reciclar indicando la baja tasa de reciclaje lo que suelen hacer es mantener o disminuir incluso esa tasa de reciclaje», ha apuntado Fernández, quien ha subrayado que la problemática medioambiental tiene unas características que «predisponen de manera innata a la inacción, por lo que el enfoque de behavioral economics es crucial».

«SESGO DE PRESENTE»

En primer lugar, esta problemática se caracteriza por que tanto los efectos del cambio climático como los resultados de las conductas sostenibles se manifiestan a largo plazo, y el ser humano tiene tendencia a restar importancia a los eventos futuros y sobreestimar la de los eventos presentes, por eso tiende a procrastinar.

Esto último es lo que Belenguer representa con el «sesgo de presente», que consiste en sobredimensionar las preferencias actuales, y lo ilustra como la tendencia a posponer el ir al gimnasio al día siguiente, teniendo en cuenta que es probable que tampoco se realice dicho propósito el día después y que además surja el arrepentimiento por no haberlo llevado a cabo el día antes.

Igualmente, Belenguer señala el inconveniente de la falta de retroalimentación, un factor fundamental para el aprendizaje, de lo que depende la adquisición de hábitos, y es que al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, cuando alguien toca el fuego y se quema, en sostenibilidad los resultados de una acción no se ven hasta muchos años después.

«UNA GOTA EN EL OCÉANO»

Otro aspecto clave en el reto de la sostenibilidad es que la acción individual representa, en palabras de Fernández, «una gota en el océano», es decir, si una sola persona recicla no tiene casi ningún efecto, sino que depende de todos.

Así, tal y como ha expuesto Belenguer, las acciones individuales «se diluyen», y se pone de manifiesto lo que se denomina ‘la tragedia de los comunes’, que surge cuando el interés individual y el interés común no están alineados.

Se da también un «sesgo de sobreconfianza», por un lado porque, según ha indicado Belenguer, la autopercepción de las personas es mejor que su comportamiento real en lo que respecta a la sostenibilidad, y por otro lado porque se confían en que al final la humanidad encontrará una solución, sin tener en cuenta que cada uno es parte de ella.

Desde el enfoque de ‘behavioral economics’, para fomentar comportamientos más sostenibles, Belenguer aboga por soluciones basadas en recordar la motivación y poner de ejemplo lo que hacen otros, además de facilitar los procesos y de establecer pequeños objetivos, como cambiar las bombillas tradicionales por otras de bajo consumo.

En esta línea, ha citado el caso de la empresa estadounidense Opower, que, buscando reducir el consumo eléctrico, envió cartas donde comparaba en una gráfica la media del destinatario con la de sus vecinos, así como la estrategia de Reino Unido de simplificar la solicitud de ayudas económicas para facilitar el acceso a los incentivos.

Por su parte, Fernández ha asegurado que se puede obtener un mayor impacto positivo con una campaña como la llevada a cabo con el Ayuntamiento de Santiago en la que se destacaba que gracias al reciclaje de vidrio se habían reducido las emisiones de CO2 lo equivalente a las de 300 coches durante un año.

En definitiva, se buscó traducir las toneladas de CO2 ahorradas a la atmósfera en «algo mucho más tangible» como es el humo de los coches, que cualquiera que viva en una ciudad puede verlo, olerlo y respirarlo, según ha explicado Fernández.

Otro ejemplo es una intervención que realizó en el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo para aumentar la separación de residuos tanto por parte de usuarios como de trabajadores, en la que se optó simplemente por cambios en la señalética de los contenedores para atraer la atención y facilitar a la gente la conducta, lo que dio como resultado un aumento de la separación de residuos del 88%.


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