En el poderoso universo que es La Promesa, cualquier elemento está cargado de simbolismo, pero pocas veces un objeto ha cambiado tanto el equilibrio de la casa como el nuevo cuadro que decora las paredes de su interior. Este episodio 648, que se emitirá el martes 5 de agosto, es más que un avance en la historia; un antes y un después, un nuevo destino para los personajes, como si el óleo escondiera un alma propia.
UN RETRATO CON MIEDOS DORMIDOS

La aparición del cuadro hallado en el centro del palacio de La Promesa ha dado lugar a una sensación de malestar que ni el más cabal de todos logra contener. Desde que Martina se desmayó la notoria primera vez que lo observó, el ambiente ha comenzado a llenarse de una tensión que va creciendo a cada nuevo vistazo al lienzo. «Hay algo oscuro en esa pintura», murmuran los criados, como si les diera miedo que el tono de voz pudiese activar la maldición que parece manar desde el lienzo.
El enigma va cogiendo un cariz bastante más pesado en el momento en que se inicia la duda sobre su origen. ¿Fue Cruz quién lo hizo antes de ser detenida? ¿Por qué no se había señalado su existencia previamente? Petra, tan razonadora y hermética, revive con todo sigilo una memoria de otra época en compañía de la marquesa. Las miradas al cuadro son alargadas, imbuidas en una mezcla de miedo y añoro que nadie se atreve a romper.
Alonso prueba a mostrarse impasible y, no obstante, acaba fracasando de una manera escandalosa: cuando se encuentra frente a frente con el cuadro, la imagen quieta de su esposa parece diluir su resistencia. No es casualidad que Manuel llegue a reconocerle a Curro que se siente muy afectado por el retrato. «He hablado como si mi madre pudiera oírme», dice, hasta qué extremo la pintura ha dado en la diana de los sentimientos más invisibles y recónditos de los que contemplan el cuadro.
Esta extraña implicación que tiene el retrato no es únicamente cosa de Manuel: el cuadro sirve como un espejo del interior emocional que no devuelve imágenes sino heridas abiertas. Aquello que debía ser un elemento decorativo se ha transformado en un enigma que va descolocando la estabilidad emocional de la casa misma.
RELACIONES ROTAS EN LA PROMESA

A medida que el cuadro se va haciendo resaltar en La Promesa, también afloran las fracturas entre los personajes. La ya tensa relación entre Martina y Catalina se hace aún más intensa conforme cada fallo en el intento de reconciliación se encuentra cargado de remordimientos. Martina, amiga tras el enfado reciente, se encuentra con la fría resistencia de su prima. «Lo que se ha roto entre ellas parece tener posibilidades de reponerse», murmura la servidumbre siempre atenta, testigo mudo de una relación que se encuentra de luto.
Pero no solo se quiebra el lazo entre primas, sino que también Catalina y Adriano cuentan con sus propios problemas sin resolver. La tensión entre ellos puede percibirse, muy bien, por la cantidad de palabras que no son pronunciadas, por cada movimiento que, al intentar ser amable, deviene distante. Lo que era una discusión se ha transformado en una grieta que amenaza con acabar siendo abismo. Hay entre ambos una desconexión tal que ni el afecto compartido puede ya curarla.
Pía, por su parte, comete un error cuya gravedad puede parecer intrascendente, pero que, sin embargo, tiene efectos inusualmente elevados: la carta de Cristóbal no llega a su destino. El mayordomo, que normalmente se mantiene trabajando en el silencio, no se contiene ante lo que interpreta como una impertinencia y se desata en una ira imparable que deja a todos paralizados. ¿Qué decía esa carta para hacer aparecer esa rabia? De un simple descuido nace un muro que se eleva entre ellos y nuevas dudas sobre la intencionalidad manifiesta de lo dicho y no dicho.
En medio del dramatismo, se deja también entrever un atisbo de ternura a raíz de la escena en el hangar, donde Toño descubre a Enora en un estado de metamorfosis emocional. Su entusiasmo resulta tan puro, inocente, que contagia a quienes le observan: Manuel, completamente desfondado, es quien lo sostiene además con una madurez que sorprende. De su sufrimiento emana la muestra de que incluso el amor, cuando está quebrado, puede manifestarse mediante los actos de generosidad.
UN MISTERIO Y UNA DESAPARICIÓN

Cuando parece que la tensión no puede crecer más, un nuevo vuelco asesta un auténtico golpe a los cimientos de La Promesa: ¡el retrato ha desaparecido! El retrato no es que haya sido retirado o escondido… ha sido hecho añicos. La noticia va de boca en boca, y, como una especie de pólvora diseminada, contamina el aire de los pasillos. ¿Quién lo ha hecho? ¿Por qué ahora, cuando su poder sobre los inquilinos del palacio era más evidente que nunca? La destrucción del retrato no libera, al contrario, un nuevo abismo de sospechas queda abierto; nadie queda limpio.
Las miradas empiezan a cruzarse, llenas de recelo. Nadie parece tener una coartada interesante, la combinación de la tensión y la entrega de ganzúas hizo que Petra se callara, no obstante hay muchas más respuestas de las que quiere dar en sus ojos. Alonso demuestra un mayor afecto del que admite, y Curro, en un instante de sinceridad, nos dice que ha escuchado pasos en la noche por la región del cuadro. Cada palabra hace derivar una nueva hebra de sospecha, como si todos tuvieran algo que ganar —o esconder— con la desaparición del cuadro.
Manuel continúa su negociación con Leocadia, la mujer decidida a adquirir la compañía familiar, pero hay algunos elementos que no se encuentran del todo encajados. Tras el encuentro con Pedro Farré, es en el diálogo donde Leocadia guardará silencio (de lo meditado) y ocultará información a Manuel. El conflicto de poder y de silencios va de la mano con el hecho de que este cuadro desaparezca, como si todos ellos pertenecieran a una sola telaraña, a una más de las telarañas invisibles.
El capítulo 648 no se cierra; por el contrario, las puertas se abren de par en par. Lo que podía ser un conflicto pueril relacionado con un cuadro ha acabado siendo un verdadero seísmo narrativo y emocional. La Promesa ha convertido un objeto en símbolo, y su destrucción no cerrará el relato, sino que será el prolegómeno de algo más profundo.