Hace dos años, Felipe VI abría las puertas de la Zarzuela para mostrar una parte de su intimidad. En su 50 cumpleaños el monarca permitía la entrada de las cámaras de TVE y estas recogían una almuerzo familiar. El Rey disfrutaba de una entrañable estampa junto a su mujer, la Reina Letizia, y sus hijas, Leonor y Sofía.
Esta ha sido una de las pocas licencias que el soberano ha permitido acerca de su vida privada. Lejos de la apertura existente en la Casa Real británica, la Casa Real española ha decidido marcar una línea imaginaria y delimitar lo que pertenece a la esfera pública y lo que es el ámbito privado.
Así, al contrario de lo que ocurría anteriormente, ya no se hace público dónde pasa el Rey y su familia las vacaciones. Tampoco se conoce a qué campamento acuden en verano sus hijas, ni las visitas privadas que reciben cuando festejan algo.
Sin embargo, lejos de la agenda oficial no se esconde el más recio oscurantismo. Nada más lejos, fuera del foco mediático, a Felipe VI le gusta disfrutar de una vida “normal”, como cualquier ciudadano de a pie. Ejerce de padre y esposo y no duda en mezclarse entre la gente si ello es preciso.
Felipe VI. Un ciudadano más
Una prueba de esa naturalidad que demuestra en su vida privada se produjo a principios de este año, cuando el monarca fue visto por la céntrica Plaza de Benavente de Madrid, junto a su hija Leonor, mezclado entre los muchos viandantes que paseaban en esos días navideños por las calles de la capital española.
Muchos fueron los que se cruzaron con él y pocos, sin embargo, quienes se percataron realmente de ello. Su look, de sport, hacía más fácil su “camuflaje” y su discreta escolta ayudaba a ello.
Podría haber pasado totalmente desapercibido si un viandante, más ávido que el resto, no hubiese sacado su teléfono móvil inmortalizando el momento. Posteriormente se supo que venían del cine.
