La alimentación saludable suele ir pegada, casi sin pensar, a la idea de perder peso. Como si comer bien solo tuviera sentido cuando hay kilos de más. Pero algo ahí chirría. Y cada vez más profesionales de la salud lo señalan sin rodeos. Entre ellos, la doctora Isabel Belaustegui, que propone darle la vuelta al enfoque: comer bien no es una cuestión estética, es una decisión consciente de respeto y cuidado hacia el propio cuerpo.
Porque, seamos sinceros, el cuerpo no es un adorno. Es el lugar donde vivimos. Y tratarlo bien debería ser una prioridad, estemos en la talla que estemos.
“A mí eso me hace hervir un poco la sangre”

Hay una frase que a la doctora Belaustegui le incomoda especialmente. Esa que muchos repiten con naturalidad cuando ven a alguien comer sano: “Pero a ti no te hace falta, si estás bien”. Ella lo dice sin dramatismos, pero con firmeza: esa idea revela una visión muy pobre de lo que es la salud.
Su manera de alimentarse no tiene que ver con verse mejor en el espejo. Tiene que ver con algo mucho más básico. “Yo no como bien para estar en un peso adecuado”, explica, “como bien porque quiero cuidar este vehículo”. El cuerpo como vehículo. Como casa. Como herramienta para vivir. Y cuando lo piensas así, todo cambia.
Desde ese lugar, la alimentación deja de ser castigo o moda. Se convierte en mantenimiento. En elegir, la mayoría de los días, lo que nutre. En evitar lo que daña. Y también en permitirse excepciones sin culpa cuando toca. No se trata de hacerlo perfecto, sino de hacerlo coherente. Comer bien hoy es, en el fondo, un gesto de cariño hacia tu yo del futuro.
Salud con mayúsculas, ahora… y dentro de 30 años

Cuando la doctora Belaustegui habla de salud, lo hace en mayúsculas. No solo piensa en cómo estamos hoy, sino en cómo queremos llegar a mañana. Comer de forma consciente permite conservar energía, movilidad y autonomía con el paso de los años. Y eso no es poca cosa.
Su imagen es muy clara: llegar a los 80 años con fuerzas para jugar con los nietos, ir al parque, correr detrás de una pelota sin que el cuerpo proteste a cada paso. No se trata de adelgazar, se trata de llegar bien.
Este enfoque nace de un respeto profundo hacia el propio cuerpo. De reconocer que es un privilegio habitarlo. Y de entender que, cuando se cuida de verdad, responde. “Cuando está en buenas condiciones”, dice, “me da lo mejor”. Y ahí está la clave: el autocuidado no es egoísmo, es una inversión diaria.
Escucharse, respetarse y dejar de ir contra uno mismo

Más allá de dietas cerradas o normas rígidas, la doctora insiste en algo que parece simple, pero no lo es tanto: escucharse y respetarse. No existe una única forma correcta de comer o entrenar. Cada cuerpo tiene su ritmo, sus límites y sus señales. El reto está en aprender a leerlas.
Comer lo que a uno le sienta bien. Entrenar en la medida justa. Bajar el ritmo cuando hace falta. Seguirlo cuando el cuerpo responde. Actuar desde la conexión, no desde la exigencia constante. (Que, al final, cansa más de lo que ayuda).
Este enfoque flexible también atraviesa su trabajo diario. A lo largo de los años ha acompañado a muchos pacientes que llegaron a su consulta tras chocar con un muro en la medicina convencional. Personas a las que se les dijo que la alimentación no servía, que no había nada que hacer. Y, sin embargo, pequeños ajustes marcaron grandes diferencias: mejor control de la glucosa, más energía, más bienestar.









