Telefónica: 100 años en la familia

Telefónica nació hace 100 años en la España de 1924, año en el que el joven de 16 años Julio Macías ya se maravillaba al saber que existía un aparato llamado teléfono, patentado por Alexander Graham Bell en 1876, porque lo había leído en algún periódico que llegaba al pueblo, ya que jamás había visto ninguno. Mientras el chaval perfeccionaba su caligrafía para escribir cartas, que era la manera de comunicarse en la España del monarca Alfonso XVIII y la dictadura de Primo de Rivera, en Madrid se fundaba aquella primavera la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE), que se encargaría de instalar teléfonos por toda España, noticia de la que Julio se enteró por la radio.

Ese fue el germen de nuestra actual Telefónica. Arrancó en el número 5 de la que ahora es la Gran Vía madrileña, que entonces se llamaba Avenida de Conde de Peñalver, el principal accionista de las 2000 acciones ordinarias de 500 pesetas de valor nominal era la ITT estadounidense, y contaba con un capital social de un millón de aquellas pesetas que se dividían en perras gordas y perras chicas.

El muchacho Macías, natural del Villademor de La Vega, pueblo perdido entonces en la Tierra de Campos de la provincia de León, no vio un teléfono hasta que tuvo que ir a tallarse para hacer el servicio militar obligatorio a la capital dos años después. Se hizo andando los 38 kilómetros para bajar de estatura, tal y como le habían recomendado con el boca a boca, y así librarse de la mili. Lo consiguió, pero porque, de por sí, ya era bajito.

cartel telefono publico telefonica Merca2.es
Cartel indicador de una centralita de Telefónica en la España rural. (blog:noledigasamimadrequeestoyhaciendofoto).

Aquella era la España de los caminos de tierra, los carros tirados por burros o mulas, la de algún que otro escaso automóvil de dueño burgués, la del tren y del telégrafo como máximos avances tecnológicos conocidos por la mayoría de la población, en general inculta y analfabeta. El chaval vio en aquel viaje su primer teléfono, que ya funcionaba en lugares clave de la ciudad como algunas instituciones y hasta en el Diario de León, que estrenaron línea en 1926.

No volvió a ver un teléfono hasta pasada la guerra civil y bien entrada la época franquista, en 1945, año en el que llegó al pequeño pueblo del valle del Esla el primer teléfono público al servicio de todos los vecinos de la localidad

Ya de mayor, Julio no conseguía recordar si el aparato que vio en aquel viaje lo había instalado la recién formada CTNE o la responsabilidad era de la Escuela de Ingenieros de Barcelona, que lo había traído y distribuido por las grandes ciudades del país desde el año 1877. No volvió a ver un teléfono hasta pasada la guerra civil y bien entrada la época franquista, en 1945, año en el que llegó al pequeño pueblo del valle del Esla el primer teléfono público al servicio de todos los vecinos de la localidad.

Casualmente ese fue el año en el que el Estado español, por ley, se hizo con el 79,6% de la participación de la compañía, que tenía el monopolio de la extensión de la red en España. Y a eso se dedicó, tejiendo una pequeña red de telecomunicaciones que uniera al país y sus remotos pueblos.

Telefónica: 100 años en la familia
Telefónica instaló un teléfono en cada pueblo desde mitad de los años 40.

TELEFÓNICA EN CASA DE LA SEÑORA CRUZ

La hija mayor de Julio, Angelines, entonces una niña de 10 años, se acuerda perfectamente del revuelo que la novedad provocó en la pequeña sociedad local. La agraciada con la responsabilidad de acoger en su casa la pequeña centralita del pueblo fue la señora Cruz, una viuda a la que su hija, ya una intrépida jovencita, le gestionó en León capital la actividad que le podía acarrear unos ingresos extras.

Se trataba de un armatroste negro colgado en la pared, con el círculo con orificios numerados en el centro, y el auricular que al acabar las comunicaciones se quedaba «colgado» arriba. De ahí, y para siempre, se quedó en el lenguaje español grabado a fuego el significado de «colgar» el teléfono. Al lado estaba el dispositivo que contabilizaba los céntimos o las pesetas que quien llamaba debía abonar a la viuda. Ella luego hacía cuentas con el de Telefónica cuando pasaba por el pueblo haciendo su ronda.

Angelines recuerda las colas de los primeros días en la centralita de la señora Cruz, pero ella nunca entró ni a llamar ni porque la llamara nadie. En otras casas elegidas de las localidades pequeñas españolas normalmente se disponía de una habitación a la entrada para tan alta responsabilidad. Muchos y muchas mayores recuerdan que las titulares del servicio, casi siempre mujeres y viudas, oían todo de todos en el pueblo, y si luego algún asunto trascendía, se las tildaba de ser las «cotillas» del lugar.

Se trataba de un armatroste negro colgado en la pared, con el círculo con orificios numerados en el centro, y el auricular que al acabar las comunicaciones se quedaba «colgado» arriba. De ahí, y para siempre, se quedó en el lenguaje español grabado a fuego el significado de «colgar» el teléfono

En donde la señora Cruz el teléfono estaba en el pasillo de la casa, cerca de la entrada, por lo que con la implantada costumbre de gritarle a auricular por temor a que el cable no hiciera la función que se esperaba de él a tanta distancia, allí todo el mundo se enteraba de las conversaciones; de si el chico iba o no a volver de la mili, si a la muchacha le había o no dejado el novio de la capital, cómo estaba el hijo que vivía en la Francia en la que se refugió, y de cualquier gran acontecimiento de la vida de todo el mundo, desde un bautizo hasta el entierro.

El trabajo de la señora Cruz, que no era de las más cotillas, y el de toda su familia por extensión, consistía en avisar a todo el pueblo de que le iba a llamar alguien y a qué hora. Y esa dignísima actividad se mantuvo décadas, hasta bien entrados los años 70.

Telefónica
El modelo Heraldo, en color hueso y gris, el más popular de Telefónica en la España de las décadas de los 60 y 70.

TELEFÓNICA Y EL MODELO COLOR HUESO

Angelines no hizo su primera llamada telefónica hasta los 18 años, cuando dejó el pueblo para irse a servir a Bilbao, ciudad que a ella le pareció como París cuando bajó del tren, y en la que su «señora» y empleadora le enseñó a meter el dedo en los orificios, dar la vuelta a la rueda y llamar a casa o a la jefa a su trabajo.

Cuando Angelines se casó, en 1964 ya era asequible, y prácticamente una costumbre, que los jóvenes matrimonios españoles se compraban sus pisos y que solicitaran una línea particular Telefónica local o comarcal. No obstante, en los pueblos como Villademor de la Vega, señoras como Cruz iban mermando clientela que empezaba a encontrar el servicio en los bares, que locales públicos que iban instalando un terminal para tener una línea de negocio paralela al vino y el carajillo.

De hecho, la hija de Angelines, María, que nació en 1966, recuerda perfectamente los veranos en el pueblo haciendo cola en casa de la señora Cruz para hablar con papá, que se había quedado de Rodríguez en Bilbao, y aunque la anciana telefonista le daba un caramelo, a la niña le parecía aquello un atraso. Ella estaba acostumbrada a levantar el auricular de su teléfono de casa, un modelo Heraldo blanco que acabó siendo color hueso por el paso del tiempo, perenne en la mesita al lado del sofá, por el que sus padres pagaban 500 pesetas de alquiler, porque el aparato era propiedad de Telefónica.

en 1964 ya era asequible, y prácticamente una costumbre, que los jóvenes matrimonios españoles se compraban sus pisos y que solicitaran una línea particular Telefónica local o comarcal.

A María le encantaba hablar a través del aparato, de niña y de adolescente, cuando se pasaba horas incapaz de despedirse de su mejor amiga a la que acababa de ver en la calle, hasta conseguir que su padre le recordara que no era poseedor de Matildes, como se llamaban en la época las acciones de Telefónica que el Estado puso a la venta para ampliar capital a partir de 1967. Cuando tenía que comunicarse con la casa mientras vivía la movida de los 80, tiraba de las monedas de cinco pesetas, los «duros», y desde una cabina avisaba de que no la esperaran para cenar.

Telefónica
Un Alcatel, modelo de móvil más utilizados a finales de los 90.

DEL TELÉFONO EN EL BOLSO A LA FIBRA EN CASA

Le gustaba tanto hablar por teléfono que María, tras ser la primera en su familia en pasar por la universidad, profesionalmente se dedicó al marketing, la comunicación y el guion. Al entrar a trabajar en un agencia a mediados de los 90 suscribió ilusionada un contrato con Telefónica Móviles, que ya se llamaba Movistar, compromiso que entonces requería aval bancario para conseguir un teléfono móvil gratis con la línea, el primero en la familia, que le ocupaba medio bolso, porque era tan pesado y grande como un bote de champú.

Del timbre de aquel móvil pasó a los politonos de otros modelos más pequeños, como su Alcatel amarillo que le duró un montón de años, aunque no fue hasta 2010, cuando hacía ocho años que había sido madre de su primer niño, Julián, que pudo por fin conseguir su primer smartphone, de la marca Samsung, que se parecía al Iphone que tenían sus jefes, pero en cuanto a «estatus», no era lo mismo. Ya entonces andaba estirando el brazo para buscar antenas con datos móviles 3G para algunas funciones, como mirar su Facebook, cargar webs o enviar las fotos de su pequeño a sus familiares desde Madrid a la otra punta de España.

En cuanto su hijo fue adolescente, en 2015 a María no le quedó más remedio que comprarle un dispositivo para que estuviera localizado al ir solo al instituto y hablar con la compañía que preside José María Álvarez-Pallete para ver si podía cambiar su viejo contrato de conexión a internet por ADSL (todo un avance desde los 90, en los que contrató un segundo teléfono fijo para enviar por fax sus trabajos, y después por mail) a la fibra óptica que acababan de instalar en su barrio. Había tres ordenadores en casa y la necesitaban porque al muchacho mayor le gustaba la informática y los videojuegos.

han superado una pandemia encerrados en su casa de Madrid, teletrabajando o tele estudiando los cuatro en sus PCs o portátiles, con retos como sacar una Ebau, un tercero de primaria, el trabajo de un informático y de una autónoma

Hoy María y su familia, con un segundo hijo nacido en 2011, Unai, han superado una pandemia encerrados en su casa de Madrid, teletrabajando o tele estudiando los cuatro en sus PCs o portátiles, con retos como sacar una Ebau, un tercero de primaria, el trabajo de un informático y de una autónoma y su pequeña agencia de comunicación, con 1Gb de fibra, tres móviles 5G con el máximo de datos, y el contenido de MovistarPlus+, Netflix y Prime en la SmartTV para no desesperar en el confinamiento.

Y la maravilla de poder hacer «zooms» o multillamadas por WhastApp vía cualquier dispositivo y ver a la abuela Angelines, que posaba ante la cámara del smartphone de sus otros hijos para que María y su familia pudieran comprobar que estaba bien y a salvo en Bilbao. Desde allí y con el miedo al virus, recordaba a su padre, Julio, capaz de asombrarse tanto como ella ante los avances tecnológicos de su época, y de temerles pero adorarles casi tanto como lo hiciera aquel chaval de 16 años de la España rural de 1924, cuando oyó en el transistor que España ya tenía una compañía unificada para instalar teléfonos.

Marian Alvarez
Marian Alvarez
Periodista con más de 30 años de experiencia, desde la Gaceta del Norte, Diario 16 Aragón, Tele 5, Localia, About.com del New York Times y Computer World. Informadora corporativa en BQ y consultora de comunicación. Ahora cuento el presente y el futuro tecnológico en Merca2.