viernes, 13 diciembre 2024

La deuda corporativa europea empieza a asustar a los inversores

IG Markets

Los últimos días han sido una actualización del catálogo de desastres que azotan la economía, especialmente la europea, a saber: la guerra que se enquista en Ucrania; el temor a un nuevo corte de gas, lo que llevó a disparar el precio de sus futuros y con ello el precio de la electricidad; una sequía que, además, impide la generación de energía, entre otros efectos; la inflación que sigue desbocada y aún peor es que la subyacente (cuando se retiran algunos elementos como la energía) sigue creciendo a ritmo fuerte. Con ello, el panorama económico de Europa más halagüeño es el de una contracción del crecimiento, mientras que el pesimista en una recesión profunda.

Probablemente, la realidad se mueve entre esos dos puntos. Pero nadie se atreve a descartar el peor de los escenarios. Aunque lo curioso no es eso, sino que a pesar de todo ello nadie ha vuelto a hablar, más o menos con preocupación, de las famosas primas de riesgo. De hecho, la más preocupante podrían ser Italia (235 puntos básicos) o Grecia (266 puntos básicos), pero tampoco parecen ser alarmantes. Al fin y al cabo, la transalpina está por debajo de otros momentos difíciles vividos recientemente, mientras que la griega está por debajo también del comienzo de verano y a la mitad de su valor en 2019.

Un jarro de agua fría para los convencidos acerca del colapso de los países europeos. Una versión extendida, aunque falta de realismo. Al fin y al cabo, las armas del Banco Central Europeo (BCE) se han mostrado por el momento tan efectivas como suficientes para los inversores. Pero ambas situaciones, la primas de riesgo bajas y las armas del organismo europeo, no son normales ni son neutras, esto es que no tienen efectos perjudiciales sobre la economía. De hecho, si no conociéramos de los planes del BCE difícilmente se entendería que España, con un nivel de deuda, paro y déficit tan elevados pudiera tener una prima de riesgo por debajo de los 120 puntos básicos.

EL PRIMER MERCADO DE BONOS BAJISTA DE LA ÉPOCA

Pero si ampliamos más la mirada sí se pueden apreciar las grietas en el mercado de deuda a nivel global. De hecho, el mercado de bonos globales ha caído un 20% desde los máximos de enero del año pasado, lo que implica técnicamente que se ha convertido en mercado bajista. Y para hacerse una idea de lo que eso significa hay que añadir que no había ocurrido en toda una generación. La fuerte caída del precio de los bonos es la suma de tres factores importantes: malas perspectivas para la economía mundial, fuertes subidas de tipos y el miedo (a pesar de ese incremento en el precio del dinero) a que la inflación pueda continuar alta.

Obviamente, la situación no es la mejor, pero como en todo, esas repercusiones son diferentes según qué actores. Unos problemas que empiezan a aparecer a medida que se hace zoom sobre esa caída en el valor de los bonos. Por ejemplo, se ve que Europa va a sufrir más que otras regiones. Al fin y al cabo, sus necesidades energéticas no están aseguradas para los próximos meses y si lo estuvieran no a unos precios razonables. Pero si se hace más zoom, de nuevo, se puede diferenciar entre la deuda pública y la corporativa. Así, mientras que para la primera ya se ha visto que parece estar bajo control no ocurre así con la segunda.

MIRE LA DEUDA CORPORATIVA

Por lo tanto, los inversores ya han posado la mirada en las empresas europeas. Allí, donde las ayudas del BCE no llegan o al menos no son tan directas. De hecho, las primeras señales de alarma ya se han ido dando, aunque hace poco saltó una nueva. En concreto, desde Bloomberg alertaban recientemente que “los costos de endeudamiento y los indicadores de riesgo están en camino a sus niveles más altos desde 2012 para esta época del año”. Una apreciación que parece obvia, ya que la última gran crisis por la que atravesó Europa se remonta a ese año.

Aunque ver como saltan las rentabilidades de muchos bonos hasta hacerlos inviables para muchas empresas no es nuevo. Si no que forma parte de un movimiento que viene de mucho más atrás (ya se advirtió aquí). Y es que se han juntado una serie de factores determinantes. En primer lugar, que nadie lo ha estado siguiendo con atención, ni siquiera ahora. Pero estamos en niveles de deuda corporativa sobre PIB en máximos. En segundo lugar, los tipos artificialmente camuflaban las exigencias reales sobre muchas compañías con bonos más que basura. También les llevó hasta ellos a muchos inversores. Por último, se han tapado las advertencias.

El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, advirtió al Congreso de que la deuda corporativa representaba “un riesgo macroeconómico (…) en el caso de una recesión económica”. Y nadie pareció hacerle caso, ya que el covid-19 solo ha echado más leña a ese fuego, incluso ahora mucha de esa deuda dudosa está respaldada por los Gobiernos. Esa última parte le añade más dramatismo a un posible estallido real de la deuda corporativa y que terminaría por traspasar los problemas del lado privado al público.

Y eso terminará siendo un problema por dos motivos: se agrandará el problema, ya que los países están sumamente endeudados. En especial, en Europa. Además, obligará a intervenir al BCE (y otros bancos centrales) haciéndoles dudar sobre la necesidad de aplicar “más dolor a la economía”, según dice Powell y aplaudió el BCE, para limitar la inflación. El equilibrio está mucho más cerca de romperse, si no se va con cuidado, de lo que se piensa. Una conclusión que sería lógica tras muchos años fragilizando las economías.


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