José Mari Calleja fue uno de los miles de ciudadanos progresistas que no entendieron que la banda terrorista ETA prolongase su estancia en la sociedad tras la caída del tirano Francisco Franco. Este periodista, demócrata y progresista, creyó que la izquierda abertzale a partir de los años noventa debía apretar con más empuje para conseguir descongestionar la atmósfera política de Euskadi y Navarra.
Cierto es que Calleja nunca cayó en la grosería intelectual: apostó por dialogar con la banda terrorista por el bien de la sociedad española, no confundió a todo el nacionalismo vasco con ETA y apreció que el conflicto vasco no era cosa de dos docenas de pirados con gusto por la sangre, que es la versión que corría por Madrid porque la pereza intelectual todo lo corrompe.
EL GESTO INOLVIDABLE DE CALLEJA
Hubo un día en el que José Mari Calleja no aguantó más. El periodista ejercía de estrella en la tele pública Euskal Telebista, que estaba controlada de forma férrea por el PNV (que creó una red clientelar de productoras relacionadas familiarmente con sus diputados estrella y que repartía migajas o cuotas entre HB, el PSE y los dos grandes sindicatos autóctonos, ELA y LAB).
ETA había secuestrado al industrial José María Aldaya y él, ajeno a las miradas reprobatorias de casi todos sus compañeros de la redacción del ‘Teleberri’ (informativo estrella del canal público en castellano, ETB2), se colgó un solidario lazo azul.
Algún tonto útil de la banda terrorista amenazó a Calleja, al que algunos vecinos de la plaza del Buen Pastor de Donosti, zona desde la que se huelen los aires marinos de la Concha, le retiraron el saludo cuando se enteraron de que estaba en la lista maldita a través de dos infectas pintadas que decían «los asesinos llevan el lazo azul» o «el próximo, tú».
Decía Martin Luther King que no le preocupaba tanto la gente mala, «sino el espantoso silencio de la gente buena». A este mito le horrorizaba ‘El silencio de los otros’ del que hablan Almudena Carracedo y Robert Bahar sobre las víctimas del franquismo. Calleja describió este horror en ‘Algo habrá hecho: odio, muerte y miedo en Euskadi’.
En esta obra, Calleja se lamenta al comprobar que parte de la sociedad vasca ha perdido el criterio y la objetividad a pesar de haber caído la dictadura: «ETA era percibida por muchos vascos como un juez infaliblemente justo, invariablemente ecuánime. La víctima de ETA era merecedora del trato recibido. Si ETA la había elegido, era por algo».
INCOMPRENSIÓN
Calleja se rebeló contra el franquismo, no tragó ante la eternización de ETA y tampoco aceptó que la derecha mediática madrileña, por puro electoralismo, quisiera derribar el proceso de paz en Euskadi con fakes de la época: «Zapatero le va a regalar Navarra a la ETA» o «ZP se encama con Josu Ternera».
Este periodista de raza, que nos ha dejado a los 64 años a causa del coronavirus, llegó a chocar en Televisión Española contra Isabel San Sebastián. Calleja la acusó de «engorar a ETA» y ella, que se había sumado a las tesis opositoras del PP (que por suerte Rajoy no mantuvo en el poder), se largó del plató y le demandó sin alcanzar el éxito en los tribunales.
CALLEJA Y EL SUFRIMIENTO
Unos días después de ponerse el lazo, Calleja entró acompañado en la redacción de informativos de ETB por sus escoltas, que le seguían hasta el váter, y vio que en su ordenador le habían dejado una nota manuscrita: «Kalleja (sic), ¡qué pocos días te quedan de vida!». En realidad le quedaba por delante un cuarto de siglo muy digno.
A Calleja, al que algunos redactores no le miraban, le llamaban a sus espaldas «españo-lazo» y él, que contó con el apoyo subterráneo de algunos directivos, periodistas y políticos, creyó que no debía contaminarle la vida a los suyos y que era hora de marcharse a Madrid.
Polanco le abrió las puertas del sosegado espacio llamado ‘El debate de CNN+’ y tertulias de diversas cadenas, entre ellas la Cadena SER, le ofrecieron un micrófono para que mostrase su mirada tolerante sobre la emputecida política que le tocó sufrir.