El paro, un temor muy real para los españoles, ha vuelto. Y volverá más fuerte próximamente. De nuevo, bajo un mandato socialista. Aquí, en principio, se podría afirmar que no vale ese comodín llamado Franco, el dictador que tanto se ha utilizado por los que ahora lideran el país. En realidad, la bipolaridad heredada del régimen franquista, que exacerba los picos, todavía tiene mucha relevancia para explicar la situación laboral en España.
Este pasado mes de marzo ha sido el peor de la historia. La crisis del coronavirus ha provocado la destrucción de casi un millón de puestos de trabajo. En concreto, el número de afiliados a la Seguridad Social se redujo en 834.000 personas. Pero todavía es peor, puesto que no recoge las más de 620.000 personas afectadas por los expedientes temporales (ERTE). Por lo que, con los datos que se tienen (los que van llegando son peores) el número de parados se ha incrementado en más de 1,5 millones.
En España, el desempleo es una montaña rusa. A diferencia de otros países, en principio similares, como Francia, Alemania o Italia. Así, en la ya lejana crisis de principios de los ’90 los galos vieron como su paro se incrementaba un cuatro puntos porcentuales, mientras que el español se disparaba el doble. En la más reciente, de la que no ha pasado una década, la tasa de gente que quería trabajar y no la hacía en nuestro país se disparó casi tres veces que en Francia o Italia y dos veces más que en Portugal. En definitiva, nuestro sistema laboral es mucho más volátil. ¿Por qué?
DEL ABSOLUTISMO A FRANCO, LA HISTORIA DEL PARO Y ESPAÑA
El diagnóstico del sistema laboral español es conocido, al menos grosso modo. Un tejido bipolar con mucha seguridad para unos, los indefinidos, y precariedad con fuertes vaivenes para el resto, los temporales. De hecho, en España la tasa de temporalidad, bien conocida, ha superado el 30% en muchas ocasiones, mientras en Francia apenas alcanza la mitad, lo que provoca los grandes saltos de desempleo en la economía española. Así, para encontrar sentido a dicha estructura, pese a que no se suele prodigar, hay que viajar mucho más atrás que nuestra joven democracia.
Quizás, por su prominencia, el primer punto de partida para entender el retraso económico español tras el siglo de oro sean Daron Acemoglu y James A. Robinson. Ambos autores apuntan al exceso de absolutismo que hubo en las instituciones españolas, un contexto que matiza, por ser suaves, Regina Grafe con su obra ‘Distant Tiranny’. En dicha obra, la profesora de Northwestern University pone más el foco en la fragmentación de los mercados. En pocas palabras, que los caciques locales (los que manejaban los recursos fiscales) crearon efectos perversos que aún hoy continúan.
Dichos efectos tienen varias derivadas, pero una es la de crear consciencia (lo que se conoce como moral hazard) de funcionario. Esto es, la de buscar la máxima seguridad en el trabajo, ya sea como trabajador público o indefinido, aun a costa de un menor sueldo. Todo lo que no sea eso, nos hace sentir incómodos. Y, por suerte o por desgracia, nadie exacerbó más ese pensamiento que el régimen dictatorial de Franco. En el que la alta protección del empleo (como buen nacional-socialista) estaba garantizada a cambio de salarios bajos y la ausencia de una negociación colectiva libre. Aun hoy, ambos efectos siguen vigentes, aunque difuminados.
LOS COSTES DE DESPIDO COMO ACICATE DEL PARO
Los efectos ya históricos del caciquismo todavía tienen sus efectos en el retraso, por ejemplo, de Andalucía. Sin ir más lejos, la estructura oligárquica del campo y las trabas a la innovación o cambio de modelo han sido un muro demasiado grande que escalar. Obviamente, eso tiene un impacto directo en el empleo: el número de contratos temporales y la tasa más alta de paro en Europa. Con un componente exagerado, mucho campo y mucho turismo de sol y playa, pero que sirve de ejemplo para entender las dinámicas.
Al igual que lo tiene el excesivo recelo de tocar cualquier ápice en torno a los trabajos protegidos, los heredados de Franco. Pero tampoco se ha intentado buscar una fórmula nueva para eliminar tanta temporalidad, el doble que en Francia, dado que a más facilidades (aunque sea más precario) más empleo y mejores datos globales para cualquier Gobierno. Además de un mayor crecimiento. El problema es que los dos factores son un asesino silencioso para la economía.
Así lo demostraron en una investigación que contraponía a España y Francia los economistas Samuel Bentolila, Pierre Cahuc, Juan J. Dolado y Thomas Le Barbanchon. En dicho estudio aportaron más claridad al asunto al descubrir que cuando la brecha que existe entre fijos y temporales es suficientemente alta, la destrucción de empleo predomina. La razón que daban (que se puede leer aquí) es que «cuanto mayor sea esa diferencia de protección, menor será la proporción de empleos temporales que se transformen en (…) Como resultado, es más probable que una mayor brecha eleve el paro en las recesiones».