Hoy me he despertado con una diarrea insana, seguramente provocada por los últimos acontecimientos que han sacudido este país. Llevo días observando como España se autodisuelve en el mar de la historia como un azucarillo en el café de la mañana.
He intentado comprender las causas. He analizado cada discurso, cada acontecimiento, en busca de la causa de esta enfermedad que infecta el cuerpo social del pueblo español. Y resulta que el virus lleva décadas incubándose, aguardando en silencio el momento de provocar el edema y la consiguiente falta de salud. ¿Cuál es la causa? ¿Cómo es que nuestra sociedad esta tan enferma que incluso se confunde con la misma dolencia?
Así como las tendencias de la moda no la marcan los más elegantes, sino aquellos que ven en la cochambre una especie de belleza postmoderna, o la moral pública no se encuentra en la auténtica virtud humana (modestia, humildad, esfuerzo…), sino en las costumbres más zafias y groseras; la política de este país se encuentra en manos de una gran masa que ha decidido seguir a los peores.
Se puede comprobar sin ningún esfuerzo, como en los programas de televisión triunfan los menos preparados, la mugre que se adhiere como el musgo a una vida vana y vacía de contenido. Y estos personajes son del gusto popular porque representan lo peor de nuestra sociedad y por lo tanto la gente se complace creyéndose mejor que ellos.
Eso ocurre en España. La masa no soporta la existencia de quien es mejor que ella. Por eso impone y dicta el camino a seguir a sus líderes y no al reves. Por eso los elige entre los peores, alejando a los más cultos, innovadores e inteligentes de las labores de dirección. En cualquier empresa u organización española se puede comprobar cómo se veta insistentemente a los mejor preparados, para aupar a inútiles y pelotas. Nadie soporta que exista en tu organización gente mejor que tú y por eso se les condena al hastío y al ostracismo.
Cualquier empresario, que con ideas originales intente levantar una empresa, verá como desde los poderes públicos se le imponen todas las trabas posibles. Los bancos no le prestaran dinero alegando los riesgos de prestar capital, y los conocidos e incluso los vecinos de donde se halle ubicado el negocio boicotearan en lo posible la idea. En las escuelas, se retrasa a los más inteligentes al tiempo que se premia la mediocridad. Se loa el trabajo en equipo para igualar, anulando la vital y lógica individualidad del ser humano. De hecho, en las últimas décadas, toda la sociedad -incluida la clase política-, se ha estructurado en base a esta idea: no dejar ascender a los mejores.
Por supuesto que en determinadas comunidades autónomas se premia el conocimiento del idioma regional antes que los méritos propios, intentando de esta forma copar los cargos de la administración con acólitos afines a los mediocres gobernantes. Insistentemente se nos bombardea con la maléfica idea de la igualdad. Todos somos iguales, se repite constantemente. En derechos si, por supuesto, pero no en inteligencia y capacidad de acción. Esta idea encierra en sí misma la doctrina que destruye lo mejor del ser humano: ¿si todos somos iguales, para que esforzarse? La insistencia de la imposición de una renta universal básica es el sumun de esta idea socializadora que anula cualquier iniciativa en el ser humano.
Esto no responde a otra cosa que a la dictadura de la gran masa. Esa masa amorfa, sin otras perspectivas que el simple paso por la vida lo más cómodamente posible.
Si no ponemos remedio, es el ocaso de un gran país que dio al mundo grandes hombres y mujeres y que una vez fue la luz que guiaba el mundo.