El capítulo 575 de La Promesa es el punto de partida para un nuevo camino de la historia, lleno de cambios emocionales que desgarran a los personajes en lo más profundo. El regreso de Pía del cementerio denota un alma en vilo, y su mirada perdida habla de que lo que encontró allí no era lo que ella esperaba. La pregunta sobre las circunstancias de la muerte de Jana la han dejado al borde del abismo.
Aunque no sabemos qué es lo que encontró entre las efigies de las lápidas, lo que sí se puede afirmar es que su mundo se ha roto un poco más. En ese instante, el personaje de Manuel está lidiando con su batalla contra la culpa y el remordimiento, su súplica angustiosa a María Fernández para intentar que no se marche de La Promesa parece un grito en silencio contra el vacío que le devora.
PÍA, ENTRE LAS SOMBRAS DEL CEMENTERIO

La visita al cementerio por parte de Pía no fue una visita de despedida, aunque sí la posibilidad de acceder a unas memorias que parece que no se querían quedar quietas: cada paso en la visita a las tumbas se aproxima más a una verdad que, tal vez, habría preferido no encontrar. Su rostro al regresar es el de quien ha visto en exceso; el de alguien con los ojos llenos de lágrimas, con las manos temblorosas.
La voz del cementerio parece haberle hablado con más claridad que cualquier testigo vivo. Algunos testigos especulan que pudo hallar una prueba, una carta, un objeto que vinculaba a alguien del pasado con la muerte de Jana. Pero lo que más estremece no es eso, sino la soledad de su secreto. No hay a quien le cuente, por lo que Pía se convierte en una isla rodeada de sospechas.
Su regreso a La Promesa no puede ser ignorado. Petra, la observadora que es siempre, nota su palidez y la contempla con esa mezcla de curiosidad y desconfianza que la define. ¿La Pía será capaz de mantener aquello que conoce sin que estalle en el momento menos esperado? A la vez, Samuel parece intuir que algo ha cambiado y su acercamiento a Petra no lo podría ser. Cualquier movimiento equivocado puede ser fatal en este juego de sombras.
LA ÚLTIMA SÚPLICA DE MANUEL

Durante meses, Manuel ha estado navegando entre el dolor y la ira, pero ahora se enfrenta a una nueva pérdida, que es la posible marcha de María Fernández: la petición que ella le haga de que se quede —pues no es solamente un acto egoísta de su parte, sino la última cuerda a la que se aferra para no perder definitivamente el control de la situación, que ya se le ha escapado. Le dice: «No te vayas». En esas palabras cabe toda su fragilidad, que es la que hace que la voz se le quiebre.
María se siente, de un modo u otro, conmovida por la fragilidad de Manuel, pero a la vez, darle el sí a su petición significaría renunciar a su propia paz. Recorrer los pasillos del centro de La Promesa ya no le proporciona consuelo, sino el recuerdo de las discusiones y los secretos que han ido envenenando el lugar; ¿hasta qué punto puede uno sacrificar su felicidad por lealtad? Su mirada es vacilante, por lo que se entiende que la decisión no es baladí. Pero el reloj avanza.
Mientras tanto va la gente de La Promesa haciendo que noten la tensión entre ellos. Las miradas de reojo, las rápidas murmuraciones… Vendría a ser un lugar donde todos espían y nadie habla claro. Y la marcha de María podría traer consigo la respuesta a las preguntas, en la forma de una reacción en cadena. Si va ella, ¿quién será la próxima persona que vaya a romper el delicado equilibrio de la hacienda? Manuel lo sabe, por eso suplica tan desesperadamente. Pero, a veces, incluso las palabras más sinceras siempre llegan tardía.
EL PARTO QUE NADIE ESPERABA EN LA PROMESA

El embarazo de Catalina era siempre una bomba de relojería, y aquí finalmente explota; su decisión de cortar todo lazo con Adriano no hizo más que tensar la cuerda entre ambos, lo que provocó la ruptura de una crisis a nivel físico y emocional, porque el dolor de la mujer le dobla con una llegada del parto precipitada, y el miedo la invade a ella y a él.
Los gritos de Catalina resuenan en La Promesa, con el efecto de convertir ese drama privado en un asunto de todos. Las sirvientas corren aquí y allí con agua y paños, mientras Adriano, fuera de sí, pide gritos que lo dejen entrar en la habitación; pero la esposa no quiere verlo, y esa negativa a verlo añade más fuego al drama. Podrá él, en esas circunstancias, ante tal crisis, respetar su voluntad o, por el contrario, la desesperación dominará la situación y se impondrá; ¿ya no queda más que eso?
El niño nace en medio del torbellino, pero la dicha es breve. Una voz profiere que el niño es débil y que Catalina ha perdido cantidad de sangre… La vida cuelga de un hilo. Las decisiones que se toman en cuestión de minutos decidirán cuál es su futuro. Con los personajes que se preguntan si madre e hijo sobrevivirán, el espectador se queda con una certeza: este parto no es una clausura, es el inicio de otra batalla.
El capítulo 575 de La Promesa es un terremoto narrativo cuyas réplicas se harán sentir en los próximos episodios. El cementerio, la habitación donde Catalina lucha por dar a luz… cada una de las escenas está envuelta en un dramatismo que engancha y sujeta a quien la observa. Pía, Manuel, Catalina son las tres caras de una misma moneda: desesperación, culpa y amor que duele.