Con el capítulo 337 de «Sueños de Libertad», se prevén giros inesperados, amores marginales, confesiones que amenazan con despistar a muchos personajes. Begoña ya no puede eludir sus señales: entre María y Raúl existe algo más que los cuidados a los que ha de prestar atención una vez más. Al mismo tiempo, Don Pedro va entrelazando su propia red de sospechas tras el hallazgo casual de Pelayo y Cobeaga, y Gabriel demuestra estar a la altura ante Damián aunque no todo el mundo quiere celebrarlo.
SOSPECHAS QUE CORROEN

En Sueños de Libertad, Begoña siempre ha tenido un buen olfato para descubrir lo que se esconde en el interior de las personas, lo que esconde lo que en un determinado momento se hace verdad. En esta ocasión, fija su mirada en Raúl y María, percibiendo gestos, sonrisas significativas y una clara manera en la que los cuerpos los evidencian en la relación que los vincula, que les une, y que en este momento va más allá del profesionalismo, de la relación médico-enfermera, y empieza a tener otro nombre.
Lo que más la inquieta es la forma en que la enfermera parece buscar excusas para estar junto a Raúl; parece que los cuidados que los unían han perdido su sentido. Ahora ya no son sólo los cuidados propios de la relación médico-enfermera; hay miradas que duran más de lo que son necesarias, hay conversaciones que se susurran una frente a otra, y por encima de todo, hay una tensión absolutamente nueva que Begoña no recuerda haber vivido antes.
«Si esto sigue así hablaré con ella», repite en voz baja mientras empieza a ilusionarse ante la posibilidad de una conversación. Pero después, esa misma voz que mantiene su pensamiento pletórico, le hace ver que una confrontación directa puede ser el desbordamiento de algo que tiende a ser un corrimiento de lugar. Mientras tanto, la actitud protectora de Raúl con su enfermera parece no tener fin. «De esto está claro que nadie se pueda dar cuenta en la colonia».
Por otro lado, Don Pedro se convierte en un espectador involuntario de una escena reveladora. Se encuentra de repente a Pelayo y a Cobeaga, sabiamente identificados en un restaurante, donde muy bien percibe la complicidad que hay entre ambos, dando especial importancia a la forma con la que el diseñador mira al joven perfumista. Su cabeza sigue dando vueltas: ¿qué interés puede tener Cobeaga en el perfumista Pelayo? ¿Por qué se muestra tan bien acompañado el chico Luis?
La desconfianza de Don Pedro no acaba aquí ni se limita a esta rara amistad. Su encuentro con Gabriel, por otra parte, se nos presenta como un campo de batalla. «No soy un títere que puedas manejar a tu antojo», le dice literalmente Gabriel, dejando por supuesto claro que no le teme al patriarca. La respuesta de Pedro no se hace de rogar: fría, calculadora, pero con una furia reprimida que promete desencadenarse en cualquier momento.
ALIANZAS INESPERADAS EN SUEÑOS DE LIBERTAD

En este capítulo de Sueños de Libertad no solo se registran sorpresas amargas. Para los unos, como queda registrado, hay indicios de sospechas; para los otros no obstante, hay refugios encontrados en conexiones inesperadas. Mientras Pelayo y Cobeaga dan un paso más allá del vértice laboral del diseño profesional, el diseñador decide compartir con él el recuerdo de su propia historia. Esto es una biografía vital que queda profundamente marcada en el joven perfumista.
Para Pelayo, esto se convierte en un remanso en el caos. Cobeaga no sólo trata de diseño, sino de cómo pasar del dolor a la belleza, que el joven lleva años intentando hacer con sus perfumes. «Es como si leyera mi alma», piensa Pelayo. Por primera vez en mucho tiempo, siente que no es el único que lucha.
Esta relación precede a la contraposición de la que se encuentra bajo ciertos términos Don Pedro y Gabriel; el primero persigue y busca respuestas a la situación carcelaria, mientras por su parte Gabriel se encuentra aferrado al rol que le toca en la familia De la Reina. Pero estos no son los únicos lazos que asoman en la narración: también María es protagonista de una confesión a Raúl, que a la postre, no tardará en correr hacia Gema, para que entre las dos acaben hablando.
Raúl, que está por demás en aquel momento sometido a María, por su parte muestra una lealtad extrema a la figura de María; ya que no solo la escucha, sino que opera a la altura de las circunstancias como faro y puente, para «curar»; «Gema merece saber la verdad», se dice a María, que no deja de hacer ver que la única manera de que ambas puedan encontrarse en la escena para salir adelante es la sinceridad. Cuando se encuentran a solas las dos en la escena, las lágrimas, las sonrisas y los abrazos serán sus mejores aliados para que quede bien claro que el amor prevalece.
ENTRE EL MIEDO Y LA GRATITUD

El capítulo extrae tensiones pero también saca momentos en el que provocan llanto. Luz llega a casa de Begoña y Luis después de su examen, repleta de inseguridades: ¿he hecho lo suficiente?, se pregunta, deseando no decepcionar a la gente que tiene fe en ella. Pero los Merino le hacen una sorpresa: le invitan acenar para festejar su esfuerzo. El momento invade de emoción a Luz; en un mundo sombrío, su familia es el faro.
Tal es el momento de emoción, que incluso Luis -que no destaca por ser espontáneo- acaba sonriendo. Begoña, con lágrimas brincándole de los ojos, dice a Luz: «Nunca dudes de lo que vales«, y ese es el instante en que la doctora se siente plenamente satisfecha: todo su esfuerzo ha sido recompensado. Con su carácter de apoyo los más pequeños de la casa se suman, le ofrecen su dibujo, palabras de ánimo. Recuerdan que no es sola.
Más lejos, en la colonia, Irene se convierte en el pañuelo de lágrimas de Cristina, que le cuenta sus problemas con Beltrán. Pero ahora, la conversación también se vuelve más íntima. Es la primera vez que Irene habla de su padre, le deja escapar un pedacito de su historia que ha mantenido como guardado a buen resguardo.
Para Cristina, escuchar a Irene es como encontrarse con un espejo en el que no le gusta verse. Las dos han sufrido por relaciones difíciles, esa confesión hace crecer su amistad: «No estás sola en esto» le susurra Irene y Cristina siente que, al fin, alguien la entiende. Es un diálogo catártico, donde el dolor compartido se convierte en fuerza.
Y mientras que algunos personajes encuentran consuelo, otros se topan con sanciones: Chema, ahora compañero de habitación de Raúl, recibe un mensaje explícito: «Cuidado con lo que haces, sobre todo con Claudia». Raúl no deja lugar a dudas: hay cosas que no se pueden hacer.