Una cosa está clara: cuando el sol aprieta, no basta con cualquier gafa. Y no solo por cuestión de estilo. La OCU lleva tiempo advirtiendo que unas gafas baratas, si no cumplen los mínimos de calidad, pueden acabar dañando tus ojos más que si no llevaras nada. Por eso, conviene mirar más allá del diseño y fijarse en lo que de verdad importa.
No se trata solo de pagar poco, sino de que ese gasto tenga sentido. ¿Qué significa que una gafa “protege”? ¿Por qué hay modelos que cuestan una fortuna y otros que no llegan ni a los diez euros? La OCU responde: lo fundamental es saber leer las etiquetas, entender qué materiales nos están ofreciendo y, sobre todo, verificar que tienen el filtro UV adecuado.
3¿Y el material de la montura? También influye (y mucho)

No es solo cuestión de que se rompan o no. El material de la montura determina cuánto pesan, cuánto aprietan en la nariz o detrás de las orejas, si resisten bien el calor o si se deforman con facilidad. Por eso, la OCU recomienda monturas de policarbonato o TR90, que suelen ser ligeras, resistentes y cómodas incluso después de muchas horas de uso.
Y hay otro punto importante: los ajustes. Que la gafas no se te caiga cuando bajas la cabeza o que no te deje marcas tras un rato largo también es parte del confort. Las recomendaciones de la OCU valoran mucho estos detalles, porque al final, lo cómodo es lo que más usamos.