Primer consejo: Acudan en masa a ver Los del túnel, el peliculón dirigido por Pepón Montero que se estrena este fin de semana en cines de toda España. Es una pequeña maravilla muy necesaria en los tiempos que vivimos.
Dicho esto, permítanme hacer una rápida reflexión sobre alguno de los temas que aparecen reflejados en su metraje. Habrá información sobre la trama, así que si no la ha visto, corra al cine y, un rato después, vuelva con nosotros a comentar la jugada.
Ya nos hemos quedado solos usted y yo. Un tipo con clase, si ya la ha visto. Qué duda cabe. Nos vamos a entender bien.
Para mí, Los del túnel es una película que habla sobre la construcción de narrativas, lo que viene a ser mi forma de vida. Pero vayamos a la sinopsis básica: Tras sobrevivir al accidente en un túnel que les ha convertido en héroes populares, un grupo de variopintos personajes se encuentra en una situación en la que todos siguen viéndose a menudo, como un grupo de verdaderos y entrañables amigos, para cimentar la relación que construyeron durante su ordalía.
¿Y qué relación es esa? Es, básicamente, la un grupo de apoyo creado para solidificar el relato diseñado por Julio (Raúl Cimas), el Policía que los sacó del túnel. Julio les vende una narrativa según la cuál sobrevivir a la tragedia les ha dado una nueva oportunidad de ser mejores en sus vidas, de hacer lo imposible, de transformarse en una versión optimizada de sí mismos.
Con un entusiasmo que Cimas se trae directamente de Muchachada Nui, y que desde el primer minuto queda impostado, fingido, el grupo nos recuerda a los pobres (y ricos) imbéciles que pueblan la serie de HBO Silicon Valley y que afirman, ensimismados, que todo lo que hacen es para cambiar el mundo. Son esos pobres diablos del valle del silicio que fracasan una y otra vez, convencidos de que el éxito es siempre cuestión de tiempo. Como las pobres ingenuas que viajan a Hollywood para ser actrices y terminan sirviendo en un Hooters.
Cimas tiene una gravitas cómica impecable. Utiliza el lenguaje de los ganadores como sólo un perdedor podría hacerlo, con su tópico fluido y su retahíla de dichos imbéciles sacados de malas películas de los ochenta. El resto de personajes le sigue como a un verdadero líder y, lo que es más, todos tratan de adaptarse a toda costa al relato que él les propone.
La choni porrera se convence de que podría escribir un libro. La princesa de papá se ve capaz de domar a un rebelde, y éste sale del lado oscuro para reincorporarse a la sociedad como un hombre de bien. El concejal sale del armario, el colombiano se trae a su familia con el apoyo de un español generoso, el rico descubre que el trabajo no era lo más importante, la mujer florero alcoholizada intenta dejar de llenar su vacío a golpe de cadera de jardinero, la viuda decide cuidar a sus padres en sus últimos días… Todos los supervivientes del túnel se pelean por alcanzar la aprobación de Julio y del grupo, demostrando que han estado a la altura de la narrativa que se han propuesto entre todos.
No hablamos de las genuinas transformaciones individuales que pueden aparecer tras una desgracia. Es una especie de cambio en masa fomentado por un grupo que te presiona para transformarte, para ser mejor pese a todo, incluso pese a ti mismo.
En ese circo el que peor lo lleva es Toni, con ‘i’ latina. Un personaje creado a mayor gloria de Arturo Valls y que tiene un tipo muy concreto de síndrome de estrés postraumático. Aunque su familia se pregunta por qué no ha salido del túnel igual que entró, sus problemas son mucho mas simples de lo que parecen.
Toni no está triste porque se esté replanteando su vida, está triste porque su vida era tan básica, cómoda, sencilla y pequeñoburguesa que no ha conseguido el tipo de transformación vital que sus compañeros sí han creído experimentar. Porque ni la necesita ni tendría la fibra moral o intelectual para alcanzarla. Es un tipo mediocre que se da cuenta de que no puede participar del relato construido por Julio, por más que lo intente. Se siente desplazado por un grupo al que, en realidad, nunca ha pertenecido. Y como cree que el resto de integrantes del grupo sí ha alcanzado la felicidad, de tanto que todos se aplauden entre ellos, sufre. Por sucia y cochina envidia, pero sufre.
‘Los del tunel’ somos las personas emperradas en un ideal de autosuperación forzado por la sociedad. Un ideal que muchas veces no alcanzamos porque, sencillamente, no queremos cumplir nuestros sueños, sólo tenerlos. La viuda quiere meter a sus padres en una residencia; la princesita, tirarse al malote y pasar de él; Neus Asensi emborracharse y follarse al jardinero; su marido vivir enganchado al trabajo; el gay del Grupo Mixto vivía feliz dentro del armario y no quiere ir a manifestarse ni a defender los derechos de nadie; la choni quiere su porrito, un polvete bueno y ver una peli en pijama en lugar de vivir secuestrada por el ideal heroico de su nueva pareja, que la ha transformado en Carrie Bradshaw cuando ella no pasa de Belén Esteban. El colombiano no quiere traer a su familia a España porque le parece que España es una pocilga en comparación con Colombia.
Pero en lugar de identificar cuáles son sus verdaderas narrativas viven como un culto, aferrados a la personalidad del tipo que les lleva a jugar a baloncesto (¡a su edad!) y que les obliga a competir por ser los siguientes en presentar un nuevo cambio, una nueva transformación, en este Operación Triunfo de la autosuperación. Aplausos para aquel que cambie más, para la mariposa salida del capullo más grande.
En un momento maravilloso de la película, Julio les mira a todos, decepcionado, y lamenta que no hayan llegado a cumplir su potencial. Como si fuese el guionista de la cosa, lamenta que sus personajes, mediocres españoles como nosotros, no hayan logrado finales de vino y rosas como el que sí experimentaron en esos momentos dorados al ser rescatados. No entiende que al salir del túnel real se metieron en otro metafórico, el de la forzar una narrativa tóxica, el que les impide a todos amoldarse a su mediocridad, conformarse y seguir rodando como hámsters en sus respectivas bolas transparentes.
Al terminar la película, por un momento pienso que Toni es una mala persona que ha derrumbado el sueño de Julio de convertirles a todos en el Equipo A de la autosuperación. Y no, simplemente es una persona real que vuelve a su vida de adosado con la tranquilidad de que era mucho más feliz cuando no intentaba vivir por encima de sus posibilidades narrativas. Que nunca va a ser mucho más que el comercial de Camera Café. Porque no es un personaje de una obra con final feliz. Es como el actor porno de Los Doce del Prostíbulo, como uno de los Pecos o como su cuñado. Un tipo limitado pero ‘estupendo’ que nunca, nunca, se preguntó si la vida podría llegar a ser algo más ni va a empezar ahora. El mismo que se compró el primer palo de selfie de tu grupo de amigos. ¿Para qué vivir el cambio trascendente si se vive fenomenal trincando, cantando y poniéndose como el tenazas?
Paulo Coelho se moriría de la pena al mirar esta película. Yo me he tronchado de la risa.