Adiós a las cabinas de teléfono


José Luis López Vázquez consiguió mitificar las cabinas de teléfono gracias a la película que lleva por nombre La Cabina. En ella el actor queda atrapado en un teléfono público en mitad del parque, y pese a que todo el mundo intenta ayudarlo, nadie consigue rescatarlo. La película -que es como una parábola kafkiana- culmina con una aventura en una cabina a bordo de un camión en el que el atrapado se da cuenta que se dirige a una aventura que no va a terminar, y cuyo destino es absolutamente incierto.

Una pseudo comedia que popularizó y mitificó con el paso de los años ese elemento tan común en la década de los 70, los 80 y los 90 como eran las cabinas telefónicas. Sin embargo, apenas 40 años después, prácticamente han desaparecido de nuestras calles. Tanto es así, que en el último concurso organizado por la Secretaría de Estado de Sociedad de la Información y Agenda Digital, ha quedado desierto y ningún operador se ha presentado para ofrecer el servicio. Así que, casi seguro, volverá a recaer en Telefónica -que hasta ahora tenía el servicio, aunque era sufragado por todos los operadores-.

En 2020 la UE quiere que las principales ciudades europeas ofrezcan conexión WIFI, así que las cabinas podrían jugar un papel esencial

No es de extrañar, habida cuenta de que el número de cabinas instaladas en nuestro país ha venido cayendo con fuerza en los últimos años. En 2015 -últimos datos de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia- había en España 27.600 entre las públicas y los teléfonos instalados en lugares privados. Una cifra muy lejana del mayor pico que hay en la serie histórica, que se alcanzó en el año 2000 con -casi- 109.000 dispositivos.

Su caída coincide, como es evidente, con la proliferación de los dispositivos móviles. De hecho, si se comparan los datos se puede comprobar cómo las cabinas seguían creciendo mientras subía la telefonía móvil. Sin embargo, a partir del año 2.000 comienza la gran eclosión móvil y el declive del sistema de cabinas.

maxresdefault3De hecho, según el último Eurobarómetro que preguntó por este aspecto en 2014, da cuenta de cómo los ciudadanos europeos han dado de lado a este sistema de comunicaciones. El 88% reconoce no haber utilizado jamás este sistema, y el 8% reconocen haberlo utilizado cuando no existían los teléfonos móviles.

Así que con estos datos encima da la mesa ya hay Estados que han decidido ‘matarlas’ y eliminarlas de las calles de sus ciudades. Es el caso de Francia, en donde Orange va a ir -poco a poco- desmontándolas. En Londres, en cambio, han optado por darle una vuelta a su futuro. Las clásicas cabinas rojas han ido cambiando hasta convertirse en centros Wifi para la ciudad y en puntos de recarga de móviles gracias a paneles solares.


Lo mismo está haciendo Nueva York, que está cambiando los teléfonos públicos en puntos Wifi y espacios publicitarios. Un proyecto llamado LinkNYC en el que están inmersos Qualcomm, Google y una compañía CIVIQ Smartscapes. El objetivo que tienen es ofrecer 1.000 MB de conexión gratuita a lo largo de la ciudad, y para ello han invertido algo más de 200 millones de dólares.

Sin embargo, en España todavía se han visto pocos proyectos similares. El mayor proyecto que hubo arrancó de la iniciativa privada a través de Gowex, y ya todos sabemos cómo terminó. Un desfalco de cientos de millones de euros tras haber intentando llevar el Wifi a través de quioscos y autobuses. Ahora, ha quedado en stand by, y pocas ciudades tratan de desarrollarlo.

Quizá una de las más avanzadas en este campo es Ciudad Real, que trata de ofrecer una velocidad similar al 5G. Sin embargo, habrá que ir poniéndose las pilas ya que Europa obliga a que las principales ciudades europeas ofrezcan conexión en el año 2020.

¿Serán las cabinas el elemento que proporcione la señal? Por los experimentos que vemos, seguramente sí. Aunque decir que van a desaparecer todas, resulta complicado. Al menos, en España, en donde la Ley obliga a que haya un teléfono público por cada 3.000 habitantes, en todas las localidades que tengan más de 1.000; y una cabina en aquellas localidades que tengan menos de 1.000 habitantes.