El capítulo 569 de La Promesa presenta un cambio en la trama, en el que hay prisiones afectivas, decisiones que no tienen vuelta atrás y sorpresas impactantes que dejarán sin aliento a los espectadores. Adriano, a pecho descubierto, arriesga a le pide matrimonio a Catalina, mientras que su gesto de amante choca contra un muro de orgullo y de dolor.
María Fernández, a su vez, intenta conservar el puesto en el que se entrega; Curro, por su parte, irrumpe las normativas con las nefastas consecuencias ya conocidas; y Alonso busca consuelo en su propia soledad. Cada uno de los personajes vive su propia lucha, irremediablemente enredados por las tensiones que podrían redibujar el futuro de La Promesa.
EL AMOR DE ADRIANO Y CATALINA

La propuesta de matrimonio de Adriano no es solo una simple declaración amorosa , sino también una última oportunidad para recordar las heridas del pasado. Pero Catalina no está dispuesta a ceder esa oportunidad, por mucho que intente atraerla. «No quiero un matrimonio por lástima», le responde con voz tensa, pero decidida, como si quisiera dejar claro que su propia dignidad le importa más que una promesa de felicidad.
Su rechazo no es solo al hombre que está enfrente, sino a todo lo que ese hombre representa: un pasado de engaños, abandonos y decisiones que la marcaron para siempre. Adriano, deshecho por la respuesta de ella, se queda con la sensación de haber querido recuperar algo que en verdad ni sabía que aún podía amar. Su orgullo masculino se quiebra ante el verso que ella no solo no le canta, sino que además le sepulta en una dolorosa y amarga realidad: Catalina ya no lo ama porque ya no lo ve como el hombre que alguna vez fue.
«¿En qué instante dejé de ser lo suficientemente buena para ella?», se cuestiona en su interior, ignorando que el amor, a veces, no se pierde, sino que se transforma en otra cosa. Algo que ya ha dejado de caber en sus existencias. Por su parte, los asistentes se dividen en dos grupos, unos aplauden la fortaleza, la resistencia de Catalina, mientras que otros comentan que es una pena que el orgullo haya sepultado el camino hacia una reconciliación entre ellas.
¿Habrá lugar para un diálogo futuro o este diseño pone la última piedra de granito en aquel relato de la historia de las dos? El único punto del que sí que se puede dar fe es que las cicatrices que consigan llevarse los personajes de este segundo encuentro perdurarán en el tiempo. Cicatrices que perdurarán para Adriano y también para Catalina, ya que las preguntas a veces no requieren respuesta.
UNA RED DE SOLIDARIDAD Y DESASTRE

La vida de María Fernández en La Promesa ha de cumplir ese camino de angustia, por saberse que una falta, un error, puede resultar ser la última. Sus manos, las que antes al servir en el club se encaminaban seguras y enérgicas en su tarea, ahora quedan al aire haciéndose temblorosas en el momento de entrar en contacto con la mirada de reprobación de los señores. Lope estalla en Teresa cuando ambos intentan forzar la participación de Samuel, mientras todavía haya tiempo.
El cura es totalmente consciente de la gran injusticia que se está cometiendo, pero no sabe cómo evitar la explosión de esos sentimientos, que, sin embargo, le atan a la obligación moral de actuar, aun sabiendo que eso es enfrentarse a los poderosos o al menos a los influyentes. Curro sigue decayendo, pues sigue siendo ese torbellino de guerra, aunque ahora explota su suerte restrictiva en la comida preparatoria del pícnic que organiza Leocadia; forzado a participar de este evento que él mismo desprecia por considerarlo una humillación y, por lo tanto, necesario.
Este levantado implacable arriesga cuando ni tan siquiera ha tenido la entereza de permitirlo. «Tranquilo», le dice al caballo instantes antes del accidente, sin saber que aquellas serían sus últimas palabras justo antes de la oscuridad total. El impacto es tan violento que hasta los más indiferentes de los presentes quedan estupefactos, preguntándose si sobrevivirá.
El accidente de Curro no es solo una desgracia personal, sino que es también el punto de inflexión de la intriga. ¿Acaso eso es lo que estaba esperando para que lo oculto de La Promesa saliese a la luz? Mientras Samuel corre para socorrerle, mientras María reza por su vida, los espectadores quedan con la inquietud de la pregunta siguiente: ¿quién será el siguiente a caer?
LO QUE SE DESMORONA EN LA PROMESA

Alonso, triste sombra de sí mismo, recorre los pasillos de La Promesa cual un fantasma acongojado por sus pérdidas. La ausencia de su esposa y de su hijo pesa más que cualquier fortuna. Su rostro, que mostraba levedad, ha pasado a expresar una tristeza infinita. «¿Volveré a verlos?», se pregunta en voz baja, ignorando que el destino tiene preparado para él un atisbo de luz.
A su vez, mientras tanto Lope y Vera caminan sobre hielo fino con Antoñito, la mentira que cuelga sobre ellos se hace menos sostenible a medida que van pasando los días. Además, Antoñito, como lo saben bien las mamás defensoras de él, es intuitivo como solo lo son los niños. «¿Por qué el párroco no viene a verme nunca?», pregunta inocentemente, sin saber que esas pocas palabras hacen contener la respiración a Vera.
La frase no solo supondría hacer añicos toda la confianza depositada por Antoñito en ellos, sino que también podría llevar a una crisis desgarradora entre ellos. El cierre del capítulo llega con una interrogante suspendida en el aire: ¿hasta cuándo podrá sostenerse esta mentira? Y la pregunta crucial es: ¿qué ocurrirá cuando Alonso descubra que su hijo no se halla donde él creía? Las piezas del tablero empiezan a moverse, alguien está a punto de perder el equilibrio.
El capítulo (569) de La Promesa es un verdadero torbellino emocional que cambia las relaciones entre los personajes. Desde la tremenda negativa de Catalina hasta el accidente que podría cambiar el destino de Curro, pasando por la delicada situación de María y la endeble mentira de Antoñito, cada línea argumental acaba por tensarse al máximo. La gente se queda con una pregunta impostergable: ¿quién podrá volver a hacer las piezas de lo que se está rompiendo? Lo que no se puede dudar es que en La Promesa nada volverá a ser lo que fue.