domingo, 7 diciembre 2025

José María Bermúdez de Castro​ (73), paleoantropólogo: «Hemos sido omnívoros siempre y esta ha sido la grandísima ventaja que hemos tenido hasta la actualidad»

José María Bermúdez de Castro (73), paleoantropólogo y referente mundial de Atapuerca, sostiene que la gran ventaja evolutiva humana fue ser omnívoros desde el inicio: comer de todo permitió sobrevivir, adaptarse y construir cultura.

La violencia está escrita en los huesos, pero rara vez quiere dejarse ver. José María Bermúdez de Castro, uno de los paleoantropólogos más respetados del mundo y codirector histórico de Atapuerca, lo admite con seguridad: reconstruir la agresividad humana a través de fósiles es casi un acto de intuición científica. “Hay marcas de corte, golpes, fracturas, cuernos, dientes…”, explica. “Pero demostrar que eso fue violencia y no supervivencia, carroñeo o accidente, es extremadamente difícil”.

Bermúdez de Castro (73), doctor en Ciencias Biológicas, Premio Príncipe de Asturias, miembro de la Real Academia Española y referente internacional de la evolución humana, no necesita elevar la voz para ser escuchado. Según él, los humanos han tenido siempre las de ganar por que «hemos sido omnívoros siempre y esta ha sido la grandísima ventaja que hemos tenido hasta la actualidad».

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Omnívoros desde el primer día

Omnívoros desde el primer día
Fuente Freepik.

El investigador lo resume con una gran sencillez. Antes incluso que la inteligencia, antes que el fuego, antes de cualquier herramienta, hubo una ventaja decisiva: comer de todo. “Hemos sido omnívoros siempre. Esa ha sido la grandísima ventaja que hemos tenido durante millones de años”.

Mientras otras especies estaban condenadas a la escasez —vegetales o solo carne— los primeros homininos podían sobrevivir con lo que hubiera: frutas, raíces, insectos, restos de animales, crías, carroña. Ser omnívoro significó no ser exquisitos. Y esa plasticidad alimentaria, explica Bermúdez de Castro, es una lección evolutiva que todavía hoy nos define. Pero no fue gratis. Salir del bosque y ser omnívoro implicó exponerse a un mundo abierto, competir con predadores y enfrentarse a presiones ambientales que transformaron no solo la dieta, sino el cuerpo y el cerebro.

El gran salto: organización, cooperación, cultura

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Lo repite varias veces durante la entrevista: la selección natural premió al más organizado, no necesariamente al más fuerte. Cuando la sabana reemplazó a la selva, ya no bastaba con estirar una mano para arrancar un fruto. Había que planificar, memorizar rutas, coordinar ataques, repartir comida, cuidar a las crías. Y esa necesidad —explica— cambió el rumbo de nuestra historia.

Entre 400 y 800 centímetros cúbicos de capacidad craneal en apenas un millón de años. Un aumento vertiginoso. “Pasamos de cerebros pequeños a cerebros medianos muy rápidamente”, dice. Y detrás de esa transformación, no solo genes, sino decisiones colectivas: cazar juntos exige pensar juntos.

Con la coordinación llegó algo nuevo: la cultura, ese almacén invisible de soluciones compartidas. Un invento humano que lo cambia todo. Su ejemplo favorito lo deja claro: “Podríamos poner a Albert Einstein en una tribu de cazadores y recolectores; inventaría una gran herramienta, pero ¿a quién se lo cuenta? La cultura funciona cuando hay transmisión, cuando nos beneficiamos unos a otros”.

Por eso, sostiene, el futuro de la especie no depende tanto de las mutaciones biológicas como de la capacidad para conservar lo aprendido. Su advertencia: “Si todo esto desaparece en un momento determinado, volveríamos a la prehistoria”.


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