sábado, 22 noviembre 2025

Dr. Iñaki Piñuel (60), psicólogo: «Solo cuando te permites sentir el duelo y la tristeza, el trauma empieza a consumirse»

- Comprender el trauma para desactivarlo: un viaje del dolor a la verdad emocional.

El duelo que intentamos evitar suele ser justamente el que empieza a sanar la herida. El trauma psicológico… qué tema tan delicado y, a la vez, tan presente en la vida de muchísimas personas. A veces pienso que es como una grieta que se forma en silencio: nadie la ve desde fuera, pero por dentro lo cambia todo. El psicólogo Iñaki Piñuel lo resume muy bien cuando dice que “el trauma es lo más difícil de explicar… incluso a quienes lo sufren”. Y no le falta razón. Su complejidad, unida a la falta de formación específica en gran parte del ámbito clínico, ha dejado a miles de personas sin una respuesta clara a lo que les ocurre. Con ese vacío en mente nace este programa centrado en entender y hackear el trauma, para poner palabras —y alivio— donde antes solo había confusión.

Una herida ignorada: la comorbilidad del trauma

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El trauma actúa como un hematoma psíquico que debe limpiarse. Fuente:Canva

Una de las grandes barreras es que el trauma sigue estando infradiagnosticado. Es como si se volviera invisible ante los ojos de muchos profesionales, que no han sido formados para reconocerlo. El resultado es lo que Piñuel describe como “comorbilidad del trauma”: diagnósticos múltiples —ansiedad, depresión, insomnio, somatizaciones— que intentan explicar lo que, en realidad, tiene un origen único y profundo.

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El trauma funciona como un “hematoma psíquico”, una imagen que puede parecer dura, pero es tremendamente certera. Igual que un golpe deja un moretón físico, una vivencia traumática deja un moretón interno que la mente intenta encapsular para sobrevivir. Si no se limpia ese núcleo doloroso, los síntomas siguen apareciendo, como ecos que vuelven una y otra vez.

Por eso este enfoque insiste tanto en algo que parece obvio, pero que rara vez se aplica: hay que tratar la causa, no solo los efectos.

Errores que duelen más que el propio trauma

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La víctima es inocente: su mente solo trató de sobrevivir. Fuente:Canva

Hay algo especialmente doloroso en algunos modelos terapéuticos antiguos: la tendencia a responsabilizar a la víctima. Muchas corrientes —del psicoanálisis a ciertas versiones de la psicología positiva o el “new age”— han transmitido la idea de que la víctima atrajo, generó o “participó” en su propio trauma. Piñuel es claro y firme:

“Las víctimas del trauma son inocentes. Lo único que han hecho es intentar sobrevivir.”

Culpar a quien ya ha sido herido es añadir peso al dolor. Es prender más fuego donde ya hubo incendio.

A este error se suma otro muy común: la idea de que contar el trauma repetidamente sirve para curarlo. Lo cierto es que verbalizarlo una y otra vez no sana; reabre. “Nadie se curó nunca del trauma repitiéndolo”, insiste Piñuel. Y tiene sentido: una herida no cicatriza si la tocamos todo el tiempo.

El camino correcto: desensibilizar, llorar y soltar

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Sanar el trauma no significa revivirlo, sino reprocesarlo. Es transformar el recuerdo para que deje de doler cada vez que aparece. Y aquí surge uno de los retos más difíciles: enfrentar la tendencia a evitar el dolor. Evitar es humano —todos lo hacemos—, pero en el trauma la evitación se vuelve un mecanismo que alimenta adicciones emocionales, conductuales o incluso químicas. Todo para no sentir.

El verdadero camino pasa por la emoción más temida: la tristeza. El duelo. Ese llanto que uno guarda “porque si empiezo, no sé si voy a parar”. Piñuel invita a hacer justo lo contrario:

“Permitirse llorar por el daño propio.”

No se trata de analizar, teorizar o “trabajar” el duelo desde la cabeza. Se trata de dejar que salga. Porque si la tristeza no se expresa, no desaparece: se convierte en síntomas, en tensiones, en enfermedades, en sombras que persiguen.

Valentía para mirar donde duele

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Hackear el trauma es un acto de coraje. Significa, como dice Piñuel, “coger el toro por los cuernos” y entrar en esos rincones donde uno nunca quiso mirar. Pero lo que asusta es también lo que libera. En ese proceso, la persona recupera algo fundamental: la verdad sobre sí misma. Su inocencia. Su dignidad.

Cuando la responsabilidad vuelve al lugar correcto —el agresor— y la víctima comprende que su reacción fue la única posible para sobrevivir, empieza a recuperar su energía vital. Esa energía que el trauma dejó enterrada.

Este enfoque, centrado en desensibilizar la herida, expresar el duelo y eliminar la culpa, no promete un camino fácil. Pero sí uno verdadero. Uno que permite, poco a poco, volver a respirar sin miedo y construir una vida plena después del dolor.


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