El ecosistema mediático lleva varios años derritiendo termómetros a cuenta de tuis que buscan el tobillo ajeno, clickbaits amorales y fanatismos faltos de raciocinio. Aun así esta semana una brizna de aire fresco ha posibilitado que se pueda respirar mejor: Carles Francino, que ha generado una ola de empatía (materia indirectamente proporcional al medio y la ignorancia, que tantas veces van de la mano).
El locutor abandonó hace mes y medio los micrófonos de la Cadena SER para luchar contra la covid-19 y ahora está de vuelta ‘del otro lado’. Y su testimonio no tiene desperdicio: «Hace 47 días me dijeron que tenía que marcharme de la radio. Había tenido contacto estrecho con un positivo y me fui a casa cabreado como una mona porque pensaba que era muy exagerado, que llevaba un año tomando precauciones, con controles muy seguidos, que soy deportista, que estoy fuerte y que a mí no me podía tocar».
«A los cinco días de dar positivo tuve que ingresar de urgencia en la Fundación Jiménez Díaz con fiebre muy alta y oxígeno muy bajo. Las pasé canutas, sobre todo durante 48 horas en las que los indicadores eran malos, aunque eso lo supe después, incluido un ictus del que, afortunadamente, parece que no me ha quedado ninguna secuela. Perdí 6 o 7 kilos, masa muscular, además perdí la voz, no es que tenga mucha pero la poca que tengo la perdí«, añadió.
LA EMOCIÓN DE FRANCINO
Francino, que tuvo que interrumpir el monólogo por la emoción, recordó al familiar («contacto estrecho») que murió el pasado 12 de abril, y a su mujer e hijos pequeños, que «también sufrieron el ataque de la covid-19, aunque con menor virulencia».
El locutor también se ha mostrado consciente que en esta ‘fiesta’ que se prepara ante la apertura de ‘chiqueros’ parecen molestar las víctimas: «Solo digo una cosa: la covid-19 ha afectado a mucha gente, a muchísima, pero a otra mucha no. Y tengo la sensación de que en ese segundo colectivo, mayoritario por suerte, las alusiones a muertos, a contagiados, a hospitalizados… pues como que ya sobran, molestan, ¿no? Sólo así se explican algunos comportamientos». Y es que las víctimas impiden el ombliguismo egoísta del ‘sálvese quién pueda’.
CARIÑO
Francino reconoció que «si el cariño fuera una hipoteca, yo estaría pagando plazos lo que me queda de vida». Y esa oleada de simpatías se ha evidenciado. Por supuesto, entre sus amigos y excompañeros como Andreu Buenafuente que dedicó su hermano al que llama «mi hermano mayor. Gracias a él he llegado hasta aquí». El escritor Paulo Cohelo ha asegurado que el testimonio del locutor fue «emocionante».
Ana Rosa Quintana por su parte aseguró que la pareció «impresionante su testimonio. Hace mucho más un mensaje real de este tipo que cuando nos dan unos sermones sin ninguna emoción. Es muy generoso por su parte».
EL DESPRESTIGIO DEL LLANTO
Berna González Harbour, desde El País, analiza el «desprestigio tiene el llanto», aunque «sin embargo resulta poderoso para comunicar lo que ha desaparecido de la escena en esta fase de la pandemia, que es el sentimiento. Tenemos cifras, tenemos números, tenemos porcentajes de ocupación de las UCI o de camas hospitalarias en general, tenemos casillas para llenar varias hojas de Excel con infinitas variables, también de altas y vacunaciones«.
!Y, sin embargo, añade, cuaja la impresión de que ya no hay espacio alguno para las emociones, el dolor y el cariño. La difícil relación entre la alegría por la supervivencia propia y el desgarro por quien no se ha salvado no tiene una casilla posible, no tiene clasificación en nuestro mundo cuadriculado y binario. Pero la necesita».
Antonio Maestre desde El Muro de La Sexta explica por su parte que «Carles Francino mostró lo bello que puede ser sentirse quebrado cuando se utiliza para transmitir un bien para el colectivo. Las lágrimas que sujetaba en cada palabra brotaban para mejorar lo común, aunque él no se diera cuenta. Para que al escucharle nos sintiéramos menos solos ahora que el egoísmo más primitivo se ha pavoneado orgulloso escupiendo sobre nuestras esperanzas con su sonrisa cínica».
«Duele mucho, teniendo presente el dolor de la pérdida, el cansancio del sacrificio y la angustia de la incertidumbre, observar la algarabía orgullosa y altiva de cientos de gilipollas insolidarios. No tiene que ver con perder lo que nunca se ha tenido, el poder en Madrid nunca nos ha representado a algunos. Nunca hemos ganado. Lo que nos azora es un desamparo que oprime el pecho. La desazón hiriente y atónita de quien en el velatorio de su madre recibe una burla y un desprecio«, añade.
Maestre recuerda que «Francino nos regaló ayer un elogio de la vulnerabilidad. Como oyente y compañero de profesión se lo agradezco. No solo por hacer que no me sienta tan solo, que no nos sintamos en soledad con esa congoja, porque somos muchas, sino por enseñar de manera cruda lo poderosa que puede ser una lágrima para luchar contra la avaricia del egoísta».