Las posibilidades de las nuevas formas económicas

IG Markets

Probablemente recuerde de su niñez, para algunos más cercana que para otros, ese consejo materno de no hablar con un desconocido y desde luego no montar en su coche. Sin embargo hoy en día nos pegamos de tortas para reservar un trayecto en BlablaCar, una aplicación cuya finalidad precisamente es hablar con desconocidos para llegar a montar en sus coches.

El avance tecnológico ha traído consigo una disrupción a todos los niveles que ha cambiado radicalmente nuestro día a día. Sin ir más lejos es posible reservar el apartamento perfecto para nuestra escapada de fin de semana a una capital europea con AirBnb mientras un coche de Uber nos acerca al aeropuerto. Alojarse, comer, desplazarse o incluso invertir son acciones que  a día de hoy distan mucho de cómo se realizaban hace una década. La economía colaborativa amenaza con cambiar todo lo que conocemos o al menos la forma en la que lo hacemos, pero, ¿Qué hay realmente detrás de todo ello?

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Según un reciente estudio de la consultora Ernst & Young la economía colaborativa representa ya cerca de un 1,5% del PIB, porcentaje que esperan se duplique en algo más de cinco años. Sin embargo tan sólo uno de cada cinco usuarios de este tipo de aplicaciones supera la barrera de los 25 años, lo que implica que el potencial económico de este tipo de negocios, al menos desde el punto de vista de los consumidores, no es a día de hoy comparable al de su versión más tradicional.

El problema aquí sería quedarnos tan sólo con ese dato y no contar con que, además de los nuevos clientes que aparezcan, dentro de diez o veinte años esos consumidores no serán tan “jóvenes” y probablemente su capacidad económica se haya multiplicado.

La entrada en mercados tradicionales de nuevos competidores ha traído consigo una guerra de precios

Son muchas las compañías que han decidido unirse a este movimiento y o bien han creado su propio segmento de economía colaborativa o directamente han comprado a empresas ya existentes. Un ejemplo de ello es el fabricante de automóviles alemán Daimler, responsable de marcas como Mercedes-Benz y propietaria de Car2go, un negocio que permite alquilar vehículos eléctricos por minutos y que se extiende ya por todas las grandes ciudades de Europa.

En estos momentos las plataformas de compra y venta de artículos siguen siendo las que lideran el uso de aplicaciones de economía colaborativa, seguidas del alojamiento y el transporte. La facilidad con la que se contratan estos servicios, para lo que muchas veces tan solo es necesario tener acceso a un Smartphone, las sitúa como rivales clave para la versión tradicional de estos sectores. Sin embargo no debemos caer en el error de pensar que los choques que estamos viendo a diario entre la versión tradicional y colaborativa de muchos sectores radican en el canal mediante el que se contrata, el motivo real que existe detrás de todo ello es la competencia.

La economía colaborativa representa el 1,5% del PIB

La entrada masiva de nuevos productores, ya sean conductores con licencias VTC para los taxistas o apartamentos particulares de AirBnb para los hoteles, ha traído consigo una guerra de precios en las que el principal beneficiado está siendo el consumidor. Al igual que sucede en otros sectores, el avance del mercado, impulsado tanto de forma offline como online, obliga a los participantes a adaptarse a las nuevas condiciones si desean seguir ahí dentro de veinte años.

A día de hoy no existe prácticamente ningún sector que no haya visto como su negocio cambiaba a raíz del impacto que la tecnología está teniendo en nuestras vidas. Con los primeros conflictos entre economía tradicional y colaborativa todas las miradas se han trasladado al regulador, responsable de velar porque esta incrementada competencia se lleve desde un cauce leal que otorgue a todos los participantes las mismas oportunidades.

Las decisiones que el regulador tome, por tanto a partir de ahora, marcarán el devenir de muchas compañías que podrán o no sobrevivir una década más. La decisión desde luego está en manos de las propias empresas,  ya que si logran adaptarse a las nuevas necesidades de sus clientes lograrán crear un valor añadido por el cual seguir ganando dinero. Y es que siempre existirán clientes dispuestos a realizar un agradable viaje en un taxi de la capital o a despertarse y pedir el desayuno desde una habitación de hotel, pero lo que probablemente deje de existir sea quien dedicándose no sólo a estos sectores sino a cualquier otro, no sepa realizar estas tareas generando un valor para el cliente.

Javier Urones, analista de XTB