Hace tiempo que el arte de cultivar la tierra, como el olivar, −tal y como la RAE define «agricultura»− dejó de ser una tarea meramente artesanal para convertirse en una de las principales actividades económicas del mundo. Aunque los avances en la ciencia y la tecnología han contribuido al notable aumento de la producción de alimentos desde mediados del siglo XX, hoy el sector agrícola se enfrenta a un doble desafío: el calentamiento global, del que es uno de los principales responsables, y el hambre, que aún padecen 800 millones de personas. La agricultura sostenible se perfila como única solución.
El Informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, 2014) señala importantes incertidumbres a escala regional y mundial sobre el posible impacto del cambio climático en la agricultura. Algo evidente teniendo en cuenta que su actividad depende en gran medida de las condiciones ambientales. Muchos países ya están sufriendo las repercusiones del cambio climático en forma de una pluviometría irregular e impredecible, una mayor incidencia de las tormentas y sequías prolongadas. Además, el cambio de las condiciones meteorológicas también favorece la aparición de plagas y enfermedades. Las tierras de cultivo, como el oliva, los pastos y los bosques, que ocupan el 60% de la superficie terrestre, se ven progresivamente expuestos a las amenazas derivadas de la variabilidad climática.
Sin embargo, el sector agroforestal presenta otra singularidad positiva: es el único que, a través de la fotosíntesis, puede secuestrar dióxido de carbono de la atmósfera y retenerlo en forma de biomasa y materia orgánica del suelo. De hecho, el suelo ya contiene el doble de carbono que la atmósfera. «Por este motivo, la agricultura puede contribuir a la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), pues bajo un manejo apropiado puede reducir a cero las emisiones de CO₂ a la atmósfera y capturarlo y almacenarlo como carbono orgánico en el suelo, a la vez que puede minimizar las emisiones de metano y óxido nitroso», explica el profesor Luis López Bellido en su libro Agricultura, cambio climático y secuestrode carbono.
Lo paradójico es que el sector se ve amenazado por un problema que él mismo contribuye a agravar. López Bellido estima que la agricultura genera entre el 10 y el 12% de las emisiones antropogénicas de los GEI y que estas aumentarán en las próximas décadas debido a la demanda creciente de alimentos y a los cambios en la dieta. Sin embargo, confía en que la mejora de las prácticas de cultivo y las nuevas tecnologías emergentes permitirán una reducción de emisiones por unidad de alimento producida. Su teoría coincide con la ruta que marca la Agenda 2030, aprobada el pasado septiembre en Nueva York. Los 17 ODS, que pretenden ser el punto de partida para erradicar la pobreza y el hambre y paliar en lo posible los efectos del cambio climático, introducen una nueva variable: la sostenibilidad.
El olivar español es uno de los mejores aliados del medio ambiente gracias al secuestro de carbono que realizan sus árboles, en las 2,5 millones de hectáreas dedicadas a este cultivo en España.
Ésta es una de las principales conclusiones del estudio realizado por el grupo “Cultivos herbáceos” del Campus de Excelencia Internacional Agroalimentario ceiA3 en la Universidad de Córdoba, publicado en el número de marzo de 2014 de Vida Rural.
En su informe, sobre el olivar, los investigadores Luis López Bellido, Pedro J. López-Bellido Garrido y Purificación Fernández aseguran que el olivar contribuye “de forma notable” a mitigar las emisiones generales. Concretamente, la tasa anual de secuestro se estima en un 6% de las emisiones totales de C02 estimado por el Gobierno para un año y el 56% de las que corresponden a la agricultura.
En este sentido, los autores del estudio abogan por un cambio en la norma que “deje de tratar igual al sector agroalimentario que una fábrica de cemento o una compañía aérea, donde no hay secuestro de carbono alguno en las materias primas que emplean”.
La investigación ha sido realizada en una superficie total de 1.232 hectáreas, de olivar, localizadas en las provincias de Sevilla, Córdoba, Cádiz y Jaén. En concreto fueron elegidas 24 Unidades Homogéneas de Cultivo (UHC), correspondientes a parcelas correspondientes al mismo agricultor y que tenían similares características agronómicas y de cultivo. En dichas UHC estaban incluidas las variedades Picual, Arbequina, Hojiblanca y Picudo.
Existen ya numerosos estudios que demuestran la capacidad de la agricultura para adaptarse e, incluso, mitigar el cambio climático. En la Universidad Pública de Navarra, han desarrollado el proyecto Life Reagiox, que pone de relieve la importancia de la agricultura de regadío en la fijación del CO₂ atmosférico y su potencial para la reducción de gases contaminantes. Otro ejemplo es Medacc, una iniciativa nacida en Cataluña que ha comprobado que determinados cultivos mediterráneos como la viña, el olivo o el melocotón acumulan dióxido de carbono en igual o mayor medida que los bosques de pino joven.
No cabe duda del potencial de la agricultura sostenible, pero la transición hacia este modelo debe estar acompañada por cambios en el sistema agroalimentario y en los patrones de consumo. «Hay que valorar los esfuerzos de la agricultura y reconocer su incidencia positiva para el cambio climático. Hay proyectos que demuestran la eficacia de sistemas sostenibles que reducen la concentración de CO₂ en la atmósfera, como el olivar, como la agricultura de conservación, la rotación de cultivos o la agricultura de precisión. Un nuevo enfoque que se conoce como ‘agricultura climáticamente inteligente’», sostiene Fresneda, de ASAJA. «Los agricultores se ocupan de producir los alimentos sanos y seguros, pero también dan un servicio a la sociedad hasta para respirar de forma sana y pura. Por tanto, si quien contamina paga… quien descontamine, que cobre», propone con cierta enjundia.