Sentirse solo es una experiencia más común de lo que parece. La soledad no deseada ya no es una palabra grande que solo aparece en informes o estudios académicos. Está ahí, en la vida cotidiana, a veces sentada en la mesa de al lado. Afecta a más de cinco millones de personas en España, más de un 11% de la población, y a unos 30 millones en toda la Unión Europea. Dicho así suena frío, casi lejano. Pero detrás de cada número hay alguien que se va a dormir con la sensación de que le falta algo… o alguien.
Porque no hablamos de una rareza ni de un problema individual. La soledad no deseada se ha convertido en un auténtico reto de salud pública, de esos que avanzan despacio y sin hacer ruido, como una humedad que va calando las paredes.
No siempre es estar solo, a veces es no sentirse acompañado

Hay algo importante que conviene aclarar. La soledad no deseada no va solo de vivir solo. Va, sobre todo, de sentir que las relaciones que tienes no te llenan, que no son suficientes o no son como te gustaría que fueran. Es algo subjetivo, muy personal. Y, a veces, difícil de explicar incluso a uno mismo.
Puedes vivir solo y estar en paz. Y también puedes estar rodeado de gente —familia, amigos, compañeros— y sentirte terriblemente solo. El aislamiento social, en cambio, es más fácil de medir: cuántas personas ves, cuántos contactos tienes. Lo realmente duro llega cuando ambas cosas se juntan. Cuando no hay relaciones… y además duele esa ausencia.
Jóvenes conectados todo el día, pero solos por dentro

Durante mucho tiempo pensamos que la soledad era cosa de personas mayores. Pero la realidad ha dado un giro inesperado. Hoy sabemos que la soledad no deseada dibuja una curva en forma de U: es alta entre los jóvenes, baja en la edad adulta y vuelve a crecer en la vejez.
En los jóvenes, los datos son especialmente inquietantes. Según Cruz Roja, ocho de cada diez personas entre 18 y 29 años reconocen sentir algún tipo de soledad no querida. Solo dos dicen no sentirse solas. Resulta casi chocante, ¿no?, en una generación que vive permanentemente conectada.
Pero quizá ahí esté parte del problema. Mucha pantalla, mucho mensaje rápido, mucho “estoy aquí”… y poco contacto real. Las redes sociales muestran vidas perfectas, amistades perfectas, cuerpos perfectos. Luego miras la tuya y la comparación pesa. Cuando las relaciones se quedan en lo digital y no bajan al cuerpo, a la mirada, al silencio compartido, la soledad se vuelve más profunda.
Cuando la vida se estrecha: mayores y otros colectivos vulnerables

En las personas mayores, la soledad no deseada suele aparecer tras pérdidas importantes: una pareja que ya no está, amistades que se van apagando, una salud que limita salir de casa. Pero no son los únicos. También la sufren, y mucho, otros colectivos: personas con discapacidad (el 23% se siente solo), personas cuidadoras, inmigrantes que llegan sin red social o quienes viven en situación de sinhogarismo.
Hay factores que empujan hacia la soledad casi sin darnos cuenta. Vivir solo, algo cada vez más habitual. Tener problemas de salud que impiden salir (se calcula que unas 100.000 personas en España no salen nunca de casa por falta de accesibilidad). Tener pocos recursos económicos. O atravesar momentos vitales delicados: la jubilación, una ruptura, la muerte de alguien querido. Son etapas en las que la vida se encoge… y, si no hay apoyo, también el mundo.









