Mar Regueras es un nombre que resuena con fuerza en la memoria colectiva de una generación que creció viendo la televisión generalista de finales del siglo pasado. La barcelonesa, que hoy cuenta con 54 años, ha pasado de ser una de las presentadoras más carismáticas y una actriz nominada al Goya a gestionar documentos en una notaría de Madrid. Lejos queda aquel brillo mediático, aunque ella se encarga de recordar que su talento sigue intacto y que la decisión de apartarse no fue suya. Como una leona herida pero no vencida, lucha contra el estigma del olvido y reivindica su lugar en la interpretación.
La intérprete catalana ha protagonizado titulares recientes no por un nuevo estreno, sino por la crudeza con la que ha expuesto su situación laboral tras más de una década sin proyectos relevantes. Su testimonio ha sacudido la conciencia de un sector que a menudo descarta la experiencia en favor de la novedad efímera, dejando en la cuneta a profesionales de solvencia contrastada. En sus declaraciones más sinceras, denuncia el edadismo que impera en el sector audiovisual y la falta de oportunidades. No se trata de una pataleta de estrella caída, sino de la reivindicación de una mujer trabajadora que se niega a ser invisible solo porque el teléfono dejó de sonar.
AQUELLOS VERANOS DEL ABUELO Y EL NIÑO
Hubo un tiempo en el que el verano en España no empezaba hasta que Mar Regueras y Ramón García daban la bienvenida a las vaquillas en el mítico ‘Grand Prix’. Corría el año 1996 y su sonrisa se convirtió en el broche de oro para un formato que reunía a familias enteras frente al televisor, otorgándole una popularidad masiva e instantánea. Era la chica de moda, la copresentadora perfecta que derrochaba simpatía y naturalidad en un programa que, visto con los ojos de hoy, era un fenómeno social absoluto. Aquella etapa dorada la catapultó a la fama, convirtiéndola en un rostro imprescindible de la parrilla televisiva y abriéndole las puertas a futuros proyectos de ficción.
Sin embargo, la propia comunicadora ha revisado recientemente aquella época con una mirada crítica y madura, señalando las diferencias de trato que existían y existen entre hombres y mujeres en la televisión. Aunque guarda cariño por el formato que la dio a conocer, no ha dudado en cuestionar ciertos roles asignados a las copresentadoras, que a menudo parecían meros adornos al lado del conductor principal. Es valiente reconocer que, aunque el programa le dio todo, también representaba una televisión con tics machistas. Hoy, con la perspectiva que da el tiempo, valora esa experiencia como un trampolín que, desgraciadamente, también encasilló su imagen durante un tiempo antes de demostrar su valía dramática.
ROZANDO LA GLORIA CON LA PUNTA DE LOS DEDOS
La carrera de Mar Regueras dio un giro de ciento ochenta grados cuando decidió centrarse en la interpretación, demostrando que era mucho más que una cara bonita de la televisión de entretenimiento. Su consagración llegó en 2003, cuando la Academia de Cine reconoció su desgarrador trabajo en la película ‘Rencor’ con una nominación al Goya a la Mejor Actriz de Reparto. Aquella noche, rodeada de la flor y nata del cine español, parecía que el mundo estaba a sus pies y que los guiones lloverían del cielo sin cesar. Fue el momento dulce, la confirmación de que la industria la aceptaba como una de las suyas, capaz de transmitir emociones complejas y sostener la mirada a la cámara.
Aquel reconocimiento por su papel junto a Lolita Flores la situó en una posición privilegiada, encadenando series de éxito como ‘El Comisario’ o ‘Herederos’ que la mantuvieron en la primera línea. Durante aquellos años, la actriz demostró una versatilidad envidiable, saltando del drama a la comedia con la facilidad de quien ha nacido para contar historias a través de sus personajes. Parecía imposible pensar que, estando en la cresta de la ola y con el respeto de la crítica, todo pudiera desvanecerse tan rápido años después. La industria del cine es una trituradora que no entiende de méritos pasados, y el brillo de aquel Goya que casi tocó no fue suficiente escudo contra el futuro silencio.
EL SILENCIO ENSORDECEDOR DEL TELÉFONO
El drama real comenzó cuando, de forma paulatina pero inexorable, las ofertas laborales empezaron a espaciarse hasta desaparecer casi por completo de la mesa de su representante. Mar Regueras se enfrentó entonces a la peor pesadilla de cualquier artista: el teléfono mudo y la incertidumbre de no saber si el último trabajo fue, efectivamente, el último para siempre. Han pasado ya cerca de once años desde que tuvo una continuidad laboral real en su profesión, un desierto profesional que podría haber hundido a cualquiera anímicamente. La actriz ha confesado en diversas entrevistas lo duro que fue asimilar que la industria ya no contaba con ella, sin una razón aparente ni un motivo justificado.
Esta travesía por el desierto no solo afecta al bolsillo, sino que golpea directamente la autoestima de quien ha dedicado su vida a prepararse para estar sobre un escenario o frente a una cámara. La barcelonesa ha narrado con dolor cómo veía pasar los días esperando una oportunidad que no llegaba, mientras veía a compañeros de su generación seguir trabajando o a caras nuevas ocupar su sitio. Es devastador escuchar cómo, a pesar de tener un currículum envidiable y premios que avalan su talento, se sintió totalmente desahuciada por el sistema. La invisibilidad es, quizás, el castigo más cruel para un artista, y ella ha tenido que aprender a convivir con esa sombra alargada durante más de una década.
«ME HAN RETIRADO, YO NO ME RETIRÉ»
Una de las declaraciones más potentes que ha dejado Mar Regueras en los últimos tiempos es la contundente afirmación sobre su supuesta retirada voluntaria del mundo del espectáculo. Con una claridad meridiana, ha explicado a quien quiera escucharla que ella jamás colgó los hábitos de actriz, sino que fue la industria la que decidió unilateralmente prescindir de sus servicios. Esta distinción es vital para entender su postura: no es una jubilada anticipada disfrutando de la vida, es una profesional en paro forzoso que sigue amando su oficio. Su grito es un acto de rebeldía contra la narrativa que asume que, llegadas a una edad, las actrices deciden irse a casa.
La situación se agrava al analizar el componente de género, pues la actriz ha señalado acertadamente que los actores varones de su quinta siguen protagonizando ficciones con parejas treinta años más jóvenes. Ella se niega a aceptar que su carrera haya terminado y mantiene la esperanza de que algún director valiente vea en su madurez un valor añadido y no un hándicap insalvable. Es admirable ver cómo, lejos de esconderse o avergonzarse de su situación actual, planta cara a la realidad con la cabeza alta. Su mensaje es claro: sigue aquí, sigue válida y sigue esperando ese papel que rompa la racha de silencio impuesta por los despachos.
ENTRE ESCRITURAS Y PODERES NOTARIALES
La necesidad de llenar la nevera y sacar adelante a su familia obligó a Mar Regueras a buscar un «plan B» radicalmente opuesto al glamour de los rodajes y las alfombras rojas. Tras probar suerte en el sector inmobiliario, la vida la llevó a recalar en una notaría de Madrid, donde actualmente se desempeña como administrativa gestionando documentación legal. El cambio de escenario es brutal: de memorizar guiones y ensayar emociones a revisar testamentos, compraventas y poderes notariales en un horario de oficina convencional. Lejos de ocultarlo, ha normalizado esta situación como lo que es: un trabajo digno que le permite pagar las facturas a final de mes.
Adaptarse a una rutina de oficina tras décadas de vida nómada y artística no debió ser tarea fácil, pero demuestra la capacidad de resiliencia y la humildad de la ex presentadora. Sus compañeros de la notaría y los clientes se encuentran a diario con una mujer que, aunque tramita papeles burocráticos, sigue conservando el aura de quien ha sido una estrella. Ella misma reconoce que, aunque agradece profundamente tener un sueldo y una estabilidad, su alma sigue perteneciendo al arte. Este empleo alimenticio es su trinchera actual, el lugar desde el que resiste mientras no pierde la fe en que la vida le tenga reservada una última gran función.
EL LEGADO DE UNA LUCHADORA
A sus 54 años, Mar Regueras no es un juguete roto, sino una mujer superviviente que ha sabido reinventarse sin perder su esencia ni su dignidad por el camino. Su historia sirve de advertencia sobre la precariedad del éxito y la importancia de tener los pies en la tierra cuando los focos te ciegan. A pesar de los once años de ausencia mediática, el público no la ha olvidado, y las redes sociales suelen recordarle con cariño su paso por programas y series icónicas. Ella mantiene una relación cordial con el padre de su hija, Toni Cantó, y se centra en el bienestar de la joven Violeta, su motor principal para levantarse cada mañana.
El futuro es incierto, pero la actitud de la catalana ante la adversidad es una lección magistral de entereza para cualquiera que atraviese un bache profesional. Quizás mañana suene el teléfono con esa oferta soñada, o quizás continúe su labor entre legajos y sellos notariales, pero lo que nadie podrá quitarle es el orgullo de lo vivido y luchado. Al final del día, su mayor éxito no fue el Goya que casi ganó, sino la capacidad de seguir adelante cuando las luces se apagaron. Sea en un plató o en un despacho, ella sigue siendo la protagonista de su propia película, una que trata sobre la resistencia y la dignidad frente al olvido.











