jueves, 18 diciembre 2025

Alicia Vargas, experta en neurociencia: “Ser adicto al móvil no implica una sustancia química, sino una dependencia conductual”

La neurocientífica Alicia Vargas advierte que la adicción al móvil no es química, sino conductual. Un hábito que altera rutinas, vínculos y descanso, y que afecta especialmente a adolescentes expuestos a la evasión digital.

De un tiempo a esta parte, el uso intensivo del móvil dejó de ser una simple costumbre para convertirse en una preocupación creciente en hogares y consultorios. Cada vez más adultos y adolescentes reconocen una relación problemática con la tecnología, aunque todavía cuesta ponerle nombre a lo que sucede puertas adentro.

La neurocientífica Alicia Vargas propone mirar el fenómeno con otra lente. Según explica, la dependencia al móvil no responde a una sustancia externa, sino a un patrón de conducta que altera rutinas, vínculos y la manera de enfrentar los conflictos cotidianos.

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Cuando la dependencia no es química, pero sí real

Cuando la dependencia no es química, pero sí real
Fuente Freepik.

Para comprender el problema, Vargas parte de una distinción clave. La adicción clásica se vincula a una sustancia que genera una respuesta fisiológica concreta. En cambio, en el caso del móvil, la dependencia es conductual. No hay una droga que ingrese al cuerpo, pero sí un hábito repetido que activa los mismos circuitos cerebrales asociados al placer y al deseo.

Las señales suelen aparecer de forma gradual. Dormir con el teléfono, revisarlo apenas se despiertan o sentir enojo cuando no está al alcance son comportamientos cada vez más frecuentes. También lo es consultarlo sin notificaciones, como si el cerebro anticipara una recompensa que tal vez no llega.

Otro indicador relevante es su presencia constante en las actividades diarias. Vestirse, comer o incluso mantener una conversación mientras se observa el smartphone revela hasta qué punto la atención se encuentra fragmentada. Para la especialista, no se trata de demonizar la tecnología, sino de identificar cuándo su uso desplaza otras dimensiones esenciales de la vida.

Adolescentes, evasión y consecuencias silenciosas del uso del móvil

Adolescentes, evasión y consecuencias silenciosas del uso del móvil
Fuente Freepik.

El impacto del móvil resulta especialmente delicado en adolescentes. Vargas señala que muchos jóvenes recurren a la pantalla como vía de escape frente a conflictos emocionales, presiones sociales o experiencias de rechazo. Ante un problema, el acceso inmediato al móvil ofrece una salida rápida, aunque momentánea.

Este mecanismo responde a lo que la neurociencia describe como un ciclo de gatillo, conducta y recompensa. El conflicto actúa como detonante, la acción es revisar el móvil y la respuesta llega en forma de dopamina. El alivio es breve, pero suficiente para reforzar la conducta y repetirla.

Las consecuencias no tardan en aparecer. El uso prolongado del móvil altera el sueño, incrementa el estrés y genera lo que algunos especialistas denominan niebla digital, un estado de cansancio mental persistente. A nivel social, empobrece los vínculos y normaliza prácticas como el phubbing, donde el móvil interrumpe la presencia real del otro.

En casos más extremos, este retraimiento puede derivar en cuadros como el hikikomori, identificado inicialmente en Japón y vinculado al aislamiento social sostenido, con el móvil como principal mediador del contacto con el exterior. Frente a este escenario, Vargas enfatiza el rol de los adultos. Regular el uso del móvil, establecer acuerdos claros y, sobre todo, predicar con el ejemplo resulta fundamental. “No se puede pedir a un adolescente que deje el móvil si el mensaje cotidiano es que la pantalla siempre es prioritaria”, concluye.


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