La demencia no solo se lleva recuerdos. También cambia la forma en la que una persona mira el mundo. Y esto, a veces, cuesta entenderlo. Porque no se trata solo de olvidar nombres o confundir palabras, sino de algo mucho más profundo: de que lo que se ve ya no siempre se comprende igual. La percepción visual se altera y, con ella, la seguridad, la calma y la forma de moverse por la vida.
Por eso tantas familias se desconciertan. La revisión del oftalmólogo sale bien, las gafas son nuevas… y aun así la persona tropieza, duda, se asusta. Los ojos funcionan, sí, pero el cerebro ya no interpreta las imágenes como antes. Y ahí está la clave. El problema no está en la vista, sino en cómo el cerebro procesa lo que llega a ella.
Cuando el mundo se estrecha

Uno de los cambios más frecuentes es la llamada visión de túnel. Es como si el mundo se encogiera. La persona solo ve lo que tiene justo delante, y todo lo demás desaparece. Puede dejar comida en el plato sin darse cuenta, chocar con una silla que “no estaba ahí” o sobresaltarse cuando alguien se acerca por un lado. No es despiste ni mala intención. Es que realmente no lo ha visto.
A veces basta con observar con calma para entenderlo. De pronto, muchas cosas encajan.
Cuando el suelo ya no parece seguro

Otro cambio habitual tiene que ver con la percepción de la profundidad. Las distancias empiezan a engañar. Un escalón parece más alto de lo que es, una taza queda “demasiado lejos”, el suelo parece inclinado. El cuerpo duda. Y cuando el cuerpo duda, aparece el miedo. Pequeños gestos cotidianos se vuelven inseguros, y eso desgasta.
También se alteran los colores y los contrastes. Un plato blanco sobre un mantel blanco puede desaparecer. Una alfombra oscura puede parecer un agujero. No es raro que la persona se detenga, dude o evite pasar. El mundo empieza a llenarse de trampas invisibles.
Ver sin reconocer

Hay situaciones que descolocan especialmente, como la agnosia visual. La persona ve, pero no reconoce. Mira un objeto y no sabe para qué sirve. Puede no identificar a alguien querido o asustarse al verse en el espejo. No es que no quiera reconocer, es que el cerebro ya no logra unir la imagen con el recuerdo. Y eso duele, a ambos lados.
En algunos casos aparecen alucinaciones visuales. La persona ve cosas que no están ahí. Para quien acompaña, puede resultar difícil de entender. Pero para quien las vive, son reales. Discutirlas solo aumenta la angustia. A veces, lo más humano es escuchar y sostener, aunque no comprendamos del todo.
Pequeños cambios que alivian mucho
Ante todo esto, hay algo importante: sí se puede ayudar. Adaptar el entorno es una de las formas más eficaces de cuidar. Colores que contrasten, menos objetos alrededor, una buena iluminación, etiquetas sencillas. Detalles pequeños, casi invisibles, que hacen el mundo un poco más legible y menos amenazante.
Porque al final, comprender cómo ve el mundo una persona con demencia no es solo una cuestión práctica. Es una forma de respeto. Es aceptar que su realidad ha cambiado y acompañarla desde ahí, con paciencia, con calma y, sobre todo, con humanidad. Porque cuando aprendemos a mirar el mundo como lo ve una persona con demencia, dejamos de corregir y empezamos, de verdad, a acompañar.









