La guerra en Ucrania está llena de historias que jamás aparecerán en mapas ni comunicados oficiales. Entre fronteras en puja y decisiones sin retorno, un colombiano de 39 años, pensionado de la Policía, decidió dejarlo todo atrás para tomar un vuelo con destino desconocido y afrontar una realidad que nunca imaginó. Su vida cambió para siempre.
Hoy cumple cinco meses en Ucrania y habla desde una posición difícil de comprender para quien mira el conflicto desde la distancia. Llegó por decisión propia, sin avisar a nadie, convencido de que debía estar en el frente. Se incorporó a una brigada después de un mes de trámites, entrenamientos y entrevistas. En su país, nadie sabe dónde está.
La experiencia de enfrentarse a drones, artillería y pérdidas en Ucrania

Dice que creía estar preparado por su paso en la Policía, pero en Ucrania la guerra tiene otra dimensión. Allí entendió que ningún entrenamiento sirve frente a artillería constante, drones sobrevolando posiciones y explosiones inesperadas. En sus primeros meses, ya vio morir a unos quince compañeros colombianos. Algunos ni siquiera pudieron recuperar los cuerpos. En Ucrania, explica, muchas veces los caídos quedan donde cayeron.
Cada misión en Ucrania dura apenas unos días, pero la intensidad parece interminable. Tres días en zona cero, luego descanso y de vuelta al frente. Zona cero significa estar a cincuenta o cien metros de las posiciones rusas, bajo fuego directo. Es allí donde comprendió que la tecnología domina el campo de batalla. En Ucrania, un dron no avisa: aparece, marca y elimina.
Asegura que ha entrado catorce veces en línea uno. Cada salida es diferente, cada noche trae un peligro nuevo. Muchos llegan con cursos militares y experiencia, pero no soportan la primera misión. Otros desertan antes de entrar al frente, dejando contratos rotos y meses perdidos. La guerra no admite dudas: en Ucrania, quienes vacilan simplemente se marchan o quedan atrás.
Una decisión solitaria y sin vuelta atrás
El camino desde Bogotá hasta Ucrania fue solitario. En tres días compró pasajes, hizo escalas y llegó por su cuenta. Pasó por Francia, Polonia y finalmente cruzó hacia el territorio en conflicto. Allí comenzó el proceso burocrático, exámenes médicos, entrevistas y verificación de antecedentes. Después firmó contrato con una brigada y quedó asignado al frente.
Su mensaje para quienes piensan viajar desde Latinoamérica es claro: que lo piensen dos veces. En Ucrania, dice, la probabilidad de morir o sufrir lesiones graves es alta. Muchos gastan dinero en vuelos y hospedaje, pasan un mes de entrenamiento y, cuando llega la hora de entrar a misión, renuncian. Algunos tramitan la baja correctamente; otros simplemente desaparecen, convertidos en desertores.
Su vida personal quedó en pausa. Lleva pasamontañas porque no quiere que nadie lo reconozca. En Colombia, su familia cree que está en otra parte. Nadie sabe que lucha en Ucrania, ni sus amigos, ni sus allegados. Simplemente desapareció. Asume que puede morir, pero insiste en que fue una elección consciente, íntima y quizá irreversible.









