sábado, 8 noviembre 2025

Nicolás Olea (70), médico e investigador: “Lo más abundante hoy en el intestino de cualquier persona no son bacterias, son microplásticos”

- El Dr. Nicolás Olea alerta sobre los disruptores endocrinos: contaminantes invisibles que alteran nuestras hormonas, la fertilidad y el equilibrio del planeta.

Los microplásticos ya no solo contaminan los océanos: también habitan dentro de nosotros. Hablar con el doctor Nicolás Olea es como abrir una ventana a una verdad incómoda, de esas que preferiríamos no mirar demasiado de cerca. Médico e investigador en salud ambiental, lleva años levantando la voz sobre un enemigo silencioso: los contaminantes químicos que se esconden en lo cotidiano, en lo que tocamos, comemos y respiramos sin pensar.

“Los disruptores endocrinos son eso, alteraciones hormonales causadas por contaminantes químicos”, explica con la calma de quien ha repetido la misma frase cientos de veces, aunque nunca con resignación. “Y lo más inquietante es que son inventos nuestros. No existían en la naturaleza. Los hemos creado… y ahora convivimos con ellos.”

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Lo que más lo alarma es que estas sustancias no siguen las reglas de la toxicología clásica. No hace falta mucho para hacer daño.

Un polvo que ya no es solo polvo

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El polvo de nuestras casas ya no es solo polvo: es química viva. Fuente: Canva

Olea suele poner ejemplos muy simples, tan domésticos que asustan. “El polvo de hoy no es el de hace 30 años”, dice. “Ahora tiene fibras textiles, filtros ultravioleta, retardantes del fuego, microplásticos… todo eso está en el aire que respiras en tu casa.”

Reciclar no es la solución

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Menos del 9% del plástico del mundo se recicla realmente. Fuente: Canva

El tema del reciclaje lo enciende. “La palabra reciclable está muy bien elegida —ironiza—, porque lo sería, si tuviéramos tiempo, dinero y ganas.” La verdad es dura: menos del 9% del plástico mundial se recicla realmente. El resto flota, se entierra o se quema. “Reciclar debería ser la última opción. Primero hay que reducir, luego reutilizar, reparar, remendar… y solo al final reciclar. Pero claro, eso no le gusta a ningún vendedor.”

Ahí está el problema, piensa uno: vivimos en una cultura que fabrica más rápido de lo que puede reparar. Y el planeta —como un cuerpo saturado— ya no tiene capacidad para digerir tanto residuo.

Cuerpos jóvenes, enfermedades viejas

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Los contaminantes se heredan antes de nacer: una herencia silenciosa. Fuente: Canva

La conversación se pone más seria cuando habla de salud. “Que una mujer de treinta años tenga un cáncer de mama metastásico era impensable hace décadas”, dice. Lo mira desde la evidencia, pero también desde la tristeza. “La clave no es detectar tumores pequeños; es no tener cáncer.”

Y no es el único síntoma. Cada vez hay más infertilidad, más alteraciones hormonales, más obesidad infantil. “En mi pueblo ya hay más clínicas de fertilidad que farmacias”, comenta con ironía amarga. Las mujeres pierden antes su reserva ovárica, los hombres tienen menos calidad seminal, y hasta la microbiota intestinal se ve afectada. “Hoy, lo más abundante en los intestinos de cualquiera son los microplásticos. Y eso provoca inflamación. No hay que darle más vueltas.”

La herencia tóxica

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Cambiar empieza en casa: reducir, reutilizar, reparar. Fuente: Canva

El problema empieza antes de nacer. Los contaminantes pasan de la madre al bebé. “El primogénito se lleva hasta el 60% de la carga de porquería acumulada por la madre”, explica. Y lo dice sin dramatismo, pero con ese tono grave que invita al silencio.

Hasta hace poco, los biberones se fabricaban con bisfenol A, un químico que se libera al calentarse. Se tardó casi 30 años en prohibirlo desde que la ciencia advirtió del riesgo. “Es posible que la ciencia que tú estás pagando no se esté usando para legislar”, denuncia con amargura contenida.

Qué podemos hacer

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Después de todo, el doctor no habla desde la desesperanza, sino desde la acción. “Reducir la exposición es posible. Evita plásticos en la cocina, elige comida ecológica, usa menos cosméticos y textiles sintéticos.” Y remata con una de esas frases que descolocan por su crudeza: “Si comes ecológico, vas a mear pesticida de forma inmediata.”

“El problema es global, sí”, concluye. “Pero la solución empieza en casa. Reducir, informarse y exigir. No se trata solo de vivir más, sino de vivir sin miedo a lo que no vemos.”

Y mientras lo dice, uno entiende que el mensaje del doctor Olea no es de miedo, sino de lucidez. Una invitación a mirar de frente lo invisible… y empezar, poco a poco, a cambiarlo.


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