Los audífonos ya no son solo para oír mejor, sino para volver a conectar con la vida. Habla con la serenidad de quien lleva más de media vida escuchando —y ayudando a escuchar— a los demás. Con más de 25 años en el sector de la audiología, José Luis Fernández es, sin proponérselo, una de esas voces que inspiran respeto. No solo por su conocimiento técnico, sino por su mirada profundamente humana. “La audiología —dice— no trata solo de mejorar la audición; trata de devolver a la gente una parte de su vida.”
Un comienzo inesperado que acabó siendo vocación

Su historia con la audiología no empezó por pasión ni por herencia familiar, sino por pura casualidad. Trabajaba en un medio de comunicación generalista cuando una situación laboral lo llevó a contactar con Miguel Jimeno, un empresario del sector. Aquel encuentro, que parecía anecdótico, lo conectó con una editora internacional en París. Poco después, estaba lanzando la edición en castellano de la revista Audio Info. “Y ahí empezó todo —recuerda—. Sin planearlo, me encontré en un mundo que me atrapó.”
Con los años, el trabajo se volvió algo más personal. Su propio padre comenzó a sufrir una pérdida auditiva progresiva. “He podido aplicar lo que aprendí profesionalmente en casa, con mi padre. Y eso, créeme, no tiene precio.”
Habla de la audiología como una profesión que cambia vidas. Y lo dice con brillo en los ojos cuando recuerda el caso de un niño saharaui de 10 años que, acogido en verano por una familia española, oyó por primera vez gracias a unos audífonos. “Fue como verlo nacer de nuevo”, dice, “porque oír es volver al mundo.”
Los retos: financiación y prejuicio

Fernández denuncia una realidad que sigue lastrando al sector: la falta de financiación pública en España.
“El sistema apenas cubre a los jóvenes hasta los 26 años. Paradójicamente, los mayores, que son quienes más lo necesitan, deben costearlo de su bolsillo.”
Compara: “En Reino Unido, el sistema público los suministra directamente; en Francia, el Estado reembolsa al usuario. Aquí seguimos rezagados, y eso tiene consecuencias: más aislamiento, más soledad.”
Pero quizás el mayor desafío no está en el dinero, sino en las miradas. “El estigma sigue ahí. Hay quien no quiere ponerse audífonos porque siente que eso lo hace parecer viejo.” Fernández lo dice sin rodeos: “Nos cuesta aceptar que oír mal no es un defecto, es una condición humana. Y mientras lo vivamos con vergüenza, no habrá progreso.”
Incluso ha habido intentos de diseñar audífonos con estética de joya, o como complementos de moda. Pero para él, el verdadero cambio llegará cuando se vean como lo que son: una extensión natural del cuerpo, como las gafas o los auriculares.
Una nueva forma de escuchar… y de acompañar

Fernández tiene claro que el centro auditivo ideal no es el más moderno, sino el más humano. “Los mejores profesionales —dice— son los que logran una relación de confianza casi familiar con el paciente. A veces es la hija o el nieto quien convence al abuelo para ir, y ahí el trabajo del audiólogo es también hacer pedagogía.”
Las nuevas tecnologías ayudan en ese acompañamiento. Algunas apps permiten a los cuidadores monitorizar cómo se desenvuelve el usuario: si participa en conversaciones, si sale a caminar, si escucha la televisión. “El audífono ya no solo amplifica sonidos; también nos da pistas sobre la salud y la vida social de las personas mayores.”
Y hay otro detalle que considera urgente cambiar: el lenguaje. “La palabra prótesis espanta. Suena a enfermedad. Me gusta más hablar de profesionales de la audición, porque abarca desde los otorrinos hasta los terapeutas. La audición no es solo una cuestión técnica; es una experiencia vital.”









