El Dr. José Luis Pinacho Velázquez, pediatra y urgenciólogo, lo explica sin rodeos, con esa calma que solo dan los años de experiencia: “Es una enfermedad viral. Hay que distinguir entre virus y bacterias, porque para los virus no hay antibiótico que valga”.
Dicho en corto: no se cura con jarabe, sino con tiempo y cuidados.
Una infección de esas que acompañan la infancia

Esta enfermedad, conocida como manos, pies y boca, suele aparecer justo en los años en que los niños lo tocan todo, se lo llevan todo a la boca y parecen tener una energía inagotable. El causante es un virus del grupo Coxsackie, de la familia de los enterovirus. En México, la variante más común es la A17, aunque existen otras —como la A16 o la A5— que en casos raros pueden causar complicaciones más serias, como una inflamación del cerebro. Pero eso, insiste el doctor, es la excepción, no la norma.
“Es una enfermedad de niños, de los más pequeños. Suele aparecer entre los seis meses y los cinco años”, comenta Pinacho con naturalidad. Lo cierto es que no hay guardería o parque donde no circule este virus alguna vez. Y no es extraño: basta un estornudo o un juguete compartido para que empiece el contagio.
La enfermedad se identificó por primera vez en los años cincuenta, en Canadá, y sus síntomas son fáciles de reconocer: llagas pequeñas en la boca, erupciones en las manos y los pies, fiebre y cansancio general. Molesta, sí, pero en la gran mayoría de los casos, pasa rápido.
Cómo empieza y cómo se propaga

Al principio cuesta detectarla. Los niños se muestran más apagados, comen poco, quizá tienen algo de fiebre. Al cabo de unos días, aparecen las llagas en la boca y las pequeñas ronchitas en las manos o los pies. “El virus tiene un periodo de incubación de tres a cinco días”, explica Pinacho. Y a diferencia de otras enfermedades como la varicela, esta no se esparce por todo el cuerpo: tiene zonas muy definidas.
El contagio se da con facilidad entre niños. Las gotitas de saliva al hablar, un beso, una tos, un juguete… todo puede ser vehículo. Y un dato que suele sorprender a los padres: el virus sigue en las heces hasta un mes después de los síntomas, incluso cuando el niño ya parece recuperado.
Por eso, el pediatra recomienda no tener prisa con el regreso a la escuela. “Lo ideal es que el niño descanse en casa al menos 10 días o dos semanas, para evitar contagiar a otros”, aconseja. Puede parecer mucho tiempo, pero es preferible a que todo el grupo acabe igual.
Lo importante: aliviar, no medicar

La buena noticia es que esta enfermedad se resuelve sola. En la mayoría de los casos, el niño mejora en cinco a siete días, y rara vez dura más de diez. El tratamiento es sencillo: controlar la fiebre y el dolor con paracetamol o ibuprofeno, y usar soluciones suaves —como las que contienen lidocaína o difenhidramina— para aliviar las molestias en la boca y permitir que coma mejor.
“El antibiótico no sirve absolutamente de nada porque no es una bacteria”, insiste Pinacho. Y tiene razón: no hay pastilla que acelere el proceso. Lo que sí ayuda es el cuidado, la paciencia y el cariño.
“El tratamiento —añade— es más para que el niño no se la pase mal… y también para que los papás no sufran al verlo así.”
Al final, todo se reduce a dejar que el cuerpo haga su trabajo. “En la mayoría de los casos, el sistema inmune del niño gana solo”, recuerda el médico.
Prevenir, observar y acompañar
La prevención es tan sencilla como poderosa: lavarse las manos. Esa costumbre que aprendimos a la fuerza durante la pandemia sigue siendo el escudo más eficaz contra virus como este.
No hay vacuna, pero tampoco suele hacer falta. La enfermedad rara vez deja secuelas, aunque hay que estar atentos: si las lesiones se inflaman o se extienden más allá de las zonas habituales, o si el niño presenta convulsiones por fiebre, conviene acudir al pediatra.
Los bebés amamantados, por cierto, suelen pasarla más leve. La leche materna les da defensas que los protegen mejor. “El periodo máximo de recuperación es de diez días, con un promedio de cinco a siete”, concluye el doctor.
Al final, la enfermedad de manos, pies y boca es una de esas visitas incómodas que llegan sin avisar y se van sin dejar huella. Los niños se recuperan, los padres respiran aliviados… y la vida sigue, con un aprendizaje más: a veces, lo que cura no está en la farmacia, sino en el tiempo, el descanso y el cuidado cotidiano.