domingo, 12 octubre 2025

¿Se puede morir de pena? La ciencia lo confirma: tu corazón simula un infarto por una emoción fuerte.

- Entre la ciencia y las emociones: así late el futuro de los corazones artificiales y el poder de los sentimientos.

Morir de amor o vivir gracias a la ciencia. Dos extremos que, aunque parezcan opuestos, hablan del mismo órgano: el corazón. ¿Puede la ciencia reemplazar al corazón humano? La pregunta suena a ciencia ficción, ¿verdad? Pero no lo es. Ya está ocurriendo. Hoy existen corazones artificiales capaces de mantener con vida a una persona cuando el suyo ha dejado de funcionar. No son rojos ni palpitan con emoción, pero laten. Laten de verdad. Sostienen la sangre, el oxígeno y, con ello, la posibilidad de seguir.

Estos dispositivos, aunque no imitan a la perfección la forma del corazón humano, pueden funcionar por sí solos, como una máquina que se niega a rendirse. Por ahora se utilizan sobre todo como terapia puente, una solución temporal mientras llega el ansiado trasplante. En muchos casos, el corazón natural ya no tiene fuerzas, y el donante no aparece. Pero el futuro sueña con más: que estos corazones sean algo definitivo, no una pausa, sino un nuevo comienzo.

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Aun así, la tecnología actual sigue siendo aparatosa. Son grandes, llevan tubos visibles, cables para recargar las baterías. No son discretos ni cómodos. Pero funcionan. Y detrás de cada paciente conectado a uno de ellos, late la esperanza de que, en unas décadas, los avances en inteligencia artificial, biotecnología y tejidos sintéticos logren crear corazones casi humanos, pequeños, silenciosos y capaces de fundirse con la vida.

Cuando el corazón se rompe… de verdad

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Los corazones artificiales ya pueden mantener con vida a pacientes a la espera de un trasplante. Fuente: Canva

Pero mientras la ciencia busca fabricar corazones, la vida se encarga de romper los nuestros. Lo que llamamos “morir de amor” no es solo poesía: tiene nombre médico y diagnóstico. Se llama síndrome del corazón roto.

Todo empieza con un golpe emocional fuerte: la muerte de alguien querido, una ruptura, una noticia devastadora. El cuerpo, en su intento por soportar el dolor, libera una tormenta química. Y el corazón, literalmente, se bloquea. Late mal, como si se quedara congelado por la pena.

Los síntomas son los mismos que los de un infarto: dolor, mareo, palidez. Pero cuando los médicos examinan al paciente, descubren que sus arterias están limpias, perfectas. No hay coágulos. No hay tapones. Solo un corazón asustado.

Casi siempre se recupera con reposo y tratamiento. Pero hay casos —pocos, pero reales— en los que el corazón no aguanta el golpe. Sí, una emoción puede detenerlo.

Mente, corazón e intestino: un trío inseparable

La ciencia del sentir Merca2.es
El síndrome del corazón roto demuestra que una emoción puede alterar el ritmo cardíaco. Fuente: Canva

Si algo enseña el corazón roto es que el cuerpo y la mente hablan el mismo idioma, aunque a veces nosotros no entendamos su conversación. Lo que sentimos, lo que pensamos, lo que callamos… todo deja huella.

El cerebro, el corazón y el intestino están conectados por una red de millones de neuronas que se comunican todo el tiempo. El corazón tiene más de 70.000 neuronas propias, y el intestino, una cantidad casi igual al cerebro. Por eso, cuando algo nos duele emocionalmente, no solo lo sentimos en el pecho, sino también en el estómago.

El estrés, por ejemplo, no solo cansa la mente; revuelve el cuerpo. Se manifiesta en forma de colon irritable, digestiones lentas o diarrea. Es el organismo gritando lo que nosotros nos empeñamos en callar.

La ciencia lo confirma: las emociones no flotan, se transforman en sustancias químicas que recorren el cuerpo. Todo está conectado. Lo que piensas afecta a cómo late tu corazón, y lo que comes puede influir en cómo piensas.

La fragilidad del que cura

Cuando el amor duele Merca2.es
Mente, cuerpo y corazón están unidos por millones de conexiones neuronales. Fuente: Canva

El cardiólogo que cuenta esta historia reconoce algo que pocos médicos se atreven a decir: estar rodeado de enfermedad cambia la forma de vivir.
Confiesa que, como muchos colegas, evita hacerse revisiones porque teme encontrar algo. “Cuando estudias medicina”, dice sonriendo, “crees que tienes todas las enfermedades del libro”.

Ver la muerte todos los días te vuelve resistente… o te parte por dentro. “He aprendido a quitarme la bata al llegar a casa”, cuenta, “porque si no, el peso de las historias se queda contigo”. Y aunque convive con la fragilidad humana a diario, no le teme a la suya. “Mi fe me da calma. No temo morir, solo sufrir. Y mientras tanto, intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo.”

Del hospital al móvil: el cardiólogo que late en redes

YouTube video

Lo curioso es que, sin proponérselo, este médico ha terminado encontrando otra manera de salvar vidas. En su consulta, entre un paciente y otro, empezó a grabar vídeos con el móvil. Sin luces, sin guion, sin filtros. Hablaba de lo mismo que en el hospital: de cómo cuidar el corazón, de cómo entenderlo, de cómo escucharlo.

Al principio lo hacía por simple impulso. Luego, un día, alguien lo detuvo en la calle para agradecerle. Le dijo que, gracias a sus consejos, dormía mejor, que había dejado de fumar, que se sentía menos ansioso. Y entonces lo entendió: eso era ser influencer. No por los seguidores, sino por la influencia real.

Hoy, sigue grabando esos vídeos improvisados. No busca “likes”, busca que la gente viva con más conciencia, menos miedo y más corazón.

Porque, al final, da igual si el corazón es de carne o de titanio. Lo importante es que siga latiendo… y que lo haga con sentido.


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