Médico por vocación, no por costumbre. Desde pequeño, Aurelio Rojas no paraba de hacer preguntas. Le fascinaba saber cómo funcionaba el cuerpo humano, qué movía los músculos o por qué el corazón seguía latiendo sin descanso, como si tuviera su propio reloj interior. Su madre era médica, pero nunca lo empujó hacia esa dirección. “Tú haz lo que quieras —le decía—, no tengas miedo, que hay tiempo para todo en la vida.” Esa libertad, más que cualquier consejo, fue lo que encendió la chispa.
Durante años, Aurelio fue un chico inquieto: tocaba el violín, la guitarra, hacía deporte… hasta que la Medicina entró en su vida. Y lo absorbió por completo. “Me convertí en un auténtico comelibros”, admite entre risas. La carrera era exigente, sí, pero también hipnótica. “Te da respuestas a muchas preguntas existenciales. Aunque, con el tiempo, entiendes que la verdadera medicina no está en los libros, sino en las personas.”
Cuando habla de su época de estudiante, le cambia la cara. La recuerda como un tiempo luminoso, casi despreocupado. “Ser estudiante es fantástico —dice—. Espérate a estar al pie del cañón, en la trinchera del hospital, y verás de qué va de verdad la cosa.”
Mirar el mundo con otros ojos

Tras estudiar en Málaga, Aurelio quiso mirar más allá y viajó a Estados Unidos. No lo hizo por ambición, sino por curiosidad. Quería ver cómo funcionaba la medicina en otros lugares, comparar métodos, entender otras mentalidades. Lo que encontró fue un sistema distinto, más tecnológico, más rápido… y también más tenso.
“Hoy practicamos lo que se llama medicina basada en la evidencia”, explica. “Eso significa que tratamos con lo que la ciencia ha probado que funciona, donde el beneficio supera al riesgo.” Pero en Estados Unidos, descubrió algo más: el miedo. “Allí, si un médico no pide una prueba y el paciente tiene un problema, está muerto profesionalmente. Es la realidad. Eso genera una especie de medicina defensiva: pides más pruebas de las necesarias, no porque creas que hagan falta, sino para protegerte legalmente.”
En ese entorno, el médico se convierte casi en un equilibrista, tratando de ayudar sin que el sistema le haga caer. Y aunque la tecnología impresiona, Aurelio confiesa que echa de menos la humanidad de los hospitales españoles. “Allí todo es precisión y control; aquí, a pesar de todo, todavía miramos a los ojos del paciente.”España: pasión sin respaldo

De vuelta a casa, el contraste fue duro. La vocación seguía intacta, pero el sistema no la sostenía. “La situación laboral de los médicos en España es muy mala”, reconoce sin rodeos. “Te pasas más de una década formándote, y cuando por fin terminas, te ofrecen un contrato de un mes.”
Muchos compañeros suyos se ven obligados a mudarse a cientos de kilómetros, dejando atrás familia y estabilidad. “Después de once años de estudio, eso te destroza”, confiesa. Y, sin embargo, el sistema continúa exigiendo más.
En una jornada cualquiera, Aurelio puede revisar más de cincuenta corazones. “El principal afectado si algo sale mal es el paciente, claro. Pero el segundo somos nosotros. Nuestra salud física y mental acaba destrozada.” Lo dice sin dramatismo, solo con cansancio.
Aun así, hay algo que lo mantiene en pie: los pacientes. “La gente sabe que estamos desbordados, que hacemos lo que podemos. Y aun así, siguen confiando. Eso es lo que nos salva.”
Noches sin final, vocación que no se apaga

Las guardias son, quizá, la parte más dura del oficio. No hay reloj que valga, ni cuerpo que aguante eternamente. “El sueldo base ronda los 1.500 euros. Lo que permite vivir son las guardias, y esas horas, paradójicamente, no cotizan a la Seguridad Social.”
Sonríe con cierta ironía cuando lo cuenta. “Puedes tener literalmente un corazón abierto en tus manos, y no se paga ni se reconoce como debería.” Y aun así, no se queja. “Por suerte —añade—, los médicos, y yo el primero, no trabajamos por dinero.”
Esa frase resume su esencia. Detrás del cansancio, del estrés, de las noches sin dormir, hay algo que sigue latiendo más fuerte que nunca: la vocación. Esa mezcla de curiosidad, empatía y entrega que lo llevó a empezar todo.
“Al final —dice Aurelio, mirando hacia atrás— la medicina no se elige. Es ella la que te elige a ti. Y cuando lo hace, ya no hay vuelta atrás.”